Blogue | Patio de luces

‘Bella Ciao’

El confinamiento nos obliga a permanecer en casa, pero lo de "tranquilos" ya es otra historia

DESPUÉS DE UNA semana de confinamiento, tengo que decir que no he tenido tiempo a aburrirme ni lo más mínimo. Va en serio. Supongo que cada persona, en este caso cada familia, podría contar su película. Pocas veces habrá tenido más sentido aquella frase popular que dice "cada uno en su casa y Dios en la de todos". En mi caso, las mañanas se pasan en un suspiro y las tardes casi de la misma forma. La culpa de todo la tiene el teletrabajo y sus circunstancias. Se trata de hacer lo mismo, pero con menos medios y un montón de distracciones que merman la productividad y, por lo tanto, obligan a prolongar la jornada laboral más allá de las horas habituales. De hecho, el horario se difumina cuando uno puede trabajar en zapatillas y tiene la nevera a dos pasos. Creo honestamente que si el estado de alarma se prolonga, la próxima analítica será motivo de ingreso y no necesariamente como consecuencia del coronavirus. Habría que clausurar las cocinas de los pisos y solo permitir la entrada tres veces al día, el tiempo justo para desayunar, comer y cenar de forma frugal. Ni un minuto más ni un minuto menos. Lo demás es puro vicio. Del malo, como el colesterol. Con lo del teletrabajo, al menos cuando se hace así, de forma espontánea y sin planificación previa, acuciados por las circunstancias de una situación excepcional, sucede algo parecido a lo que ocurrió hace años con los móviles de empresa. En un primer momento, aquellos que recibimos un terminal con tarifa de datos y llamadas casi ilimitadas pensamos que, quizás, ganaríamos en calidad de vida mediante la posibilidad de solventar muchas obligaciones por vía telefónica. El tiempo vino a demostrarnos lo equivocados que estábamos. En realidad, esos aparatos se han convertido en localizadores permanentes. Son una especie de hilo directo que nos mantiene conectados, prácticamente a todas las horas del día y parte de la noche, al trabajo.

En estos días de encierro, los tipos y tipas callejeros lo estamos pasando regular por el confinamiento. Es lo que toca. Por eso me ha resultado especialmente irritante ver a rebaños de cenutrios asimilando una pandemia con un período de asueto. Como los mandaron marcharse a casa, algunos pensaron que era el momento propicio para irse a la playa o para montarse una churrascada en un parque natural. Otros abrieron las ventanas de sus segundas residencias con el ánimo elevado de cuando llegan las vacaciones. Pues se les jodió el plan.

Debo reconocer, ya que hablamos de cosas irritantes, que me ha entrado la risa floja varias veces esta semana cuando escuchaba a algún iluminado aconsejar a sus semejantes que estén "tranquilos" en casa. Que es un buen momento para ver series, películas que teníamos pendiente o leer un buen libro. Para algunos lo será. En algunos domicilios, a pesar del confinamiento, tiene que trabajar como buenamente puede todo hijo de vecino y, además, hacer la limpieza y organizar la intendencia para evitar el caos y el desabastecimiento. Además, en muchos de esos hogares hay niños pequeños que requieren de atención y de que alguien se ocupe de buscar actividades que les obliguen a gastar esas baterías que siempre llevan cargadas. Podemos estar confinados, pero lo de la "tranquilidad" es otra cosa.

En todo caso, se trata de mantener la moral elevada. Para aquellos que no puedan soportar la ausencia de vida social, me queda recordarles que tienen tres momentos en el día para relacionarse con sus semejantes, aunque sea a distancia. Podemos salir al balcón con la cazuela para protestar contra los desmanes de la monarquía, o hacerlo para aplaudir a los sanitarios que están peleando para vencer al bicho. Ahora también, y esa es la novedad, para agradecerle a Amancio Ortega su "generosidad" con la sanidad española.

No sé. Esta semana en mi barrio, en San Roque, mientras la mayoría aplaudía al personal de la sanidad pública, un espontáneo sacó un altavoz y puso a todo volumen una versión maquinera del Bella Ciao. La gente se lo tomó con humor y lo jalearon. Acabaron pidiendo otra. El repertorio terminó con el himno del Club Deportivo Lugo.