Blogue | Patio de luces

Algo extraordinario

La velocidad a la que vivimos convierte en excepcionales situaciones que deberían ser normales

CORREMOS demasiado. Lo malo es que esa velocidad con la que nos hemos acostumbrado a vivir no nos garantiza que vayamos a alcanzar antes meta alguna. Puede, eso sí, que nuestro camino se haga más corto de lo que sería deseable. Quién sabe. Vivimos tan deprisa que a veces parar y dedicarnos a asuntos aparentemente insulsos nos provoca cierta ansiedad. Genera en nosotros una especie de sentimiento de culpa. Tenemos la impresión de que estamos perdiendo el tiempo. O, al menos, de que no lo estamos aprovechando tan bien como podríamos o como deberíamos hacerlo.

Curiosamente, estamos inquietos ante la perspectiva de desperdiciar algo tan valioso en una sucesión de momentos que no nos aportan nada que se salga de lo común. Parece como si, de alguna manera, despreciásemos la normalidad de lo cotidiano cuando tenemos por delante algunos días libres. A veces no nos damos cuenta de que lo verdaderamente extraordinario es, precisamente, no hacer nada muy diferente. Simplemente, disfrutar de la posibilidad de desarrollarlo con calma. De dedicarle a cada una de nuestras acciones los minutos o las horas que realmente son necesarios para hacer las cosas bien. De ponernos a la faena sin la obligación de estar constantemente mirando el reloj. O, llegado el caso, de aburrirnos sin más.

Pensaba sobre ello mientras iban pasando los anuncios previos al filme que fui a ver al cine el miércoles por la tarde. Hacía tanto tiempo que no entraba en una sala que fui incapaz de acordarme de cuál había sido el último largometraje que me llevó a pasar por taquilla. Estoy convencido, en todo caso, de que también fue una película infantil. Desde hace unos años, salvo contadísimas excepciones, es lo que toca. Por mi parte encantado. A lo mejor es que estaba un poco sensible. Quizás con el ánimo condicionado por tanta lluvia y horas de oscuridad, pero tuve que esforzarme para contener las lágrimas con la nueva producción de Disney. Sería bastante bochornoso que mojase el borde de la mascarilla en presencia de docenas de churumbeles. Se supone que soy una persona mayor. Lo suyo es dar ejemplo de entereza.

Entre las previsiones de temporal y la situación sanitaria, sin olvidar que estamos a punto de encarar una de las épocas con más gastos del año, tomamos la decisión de no hacer nada especial en este puente. Optamos por quedarnos en Lugo y aprovechar el tiempo para hacer cosas pendientes. Ir al cine fue una de las concesiones al ocio durante estos días festivos. También lo fue pasear por la ciudad. Darle varias vueltas al casco urbano, de norte a sur y de este a oeste. Compartir mesa con la familia y con los amigos. Tomar alguna caña furtiva. Leer un poco, disfrutar de alguna serie o, en mi caso, ver unos cuantos capítulos de esos programas de reformas a los que estoy últimamente enganchado. Supongo que algo tiene que ver mi ascendencia familiar —mi padre era albañil mi abuelo carpintero—, pero alucino con las transformaciones de algunos espacios.

También bajé al Anxo Carro, para animar a mi equipo, a pesar de la lluvia y del frío, e incluso encontré tiempo para ver por la televisión un partido completo de fútbol. Por supuesto, hubo que cocinar, limpiar y hacer otras labores domésticas. Reparar el cajón de una cómoda, cambiar un par de bombillas o colocar un perfil de aluminio en la esquina de una pared. Además, dedicamos unas horas a montar la ornamentación navideña. Especialmente a decorar el árbol que ocupa ahora mismo la mejor esquina del salón. Creo que fuimos los últimos del barrio, pero como sigamos así, la Navidad va a empezar el Domingo das Mozas. Creo que no habíamos pasado tanto tiempo en casa, todos juntos, desde el confinamiento. Lo que decía. Algo extraordinario.

Comentarios