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Qué bien se vive...

Eso de vivir bien o mal siempre ha sido un concepto bastante difuso en algunas latitudes

MX"Qué bien se vive en este país", me dice Don Antonio al salir de la farmacia. Evidentemente no lo dice por él, que se jubiló a los cuarenta y ya va por los ochenta y tantos, apenas preocupado por recoger sus medicamentos para la artrosis, jugar al dominó y despedir a los barcos en el muelle cada tarde, no: lo dice por mí. Supongo que sería necesario desarrollar un complicado logaritmo para calcular estas cosas con cierta precisión pero, si nos atenemos al número de veces que escucho esa misma afirmación a lo largo del día —ya no digamos de la semana, el mes o el año— se podría concluir que yo debo ser la persona que mejor vive en el mundo entero, seguido muy de cerca por el periodista Carlos Herrera y Borja Thyssen-Bornemisza. El resto del planeta, por lo que sea, me ve por la calle y lo primero que piensa es en lo bien que se vive en este país, que no sé a qué esperan los gobiernos de turno para agradecérmelo.

Eso de vivir bien o mal siempre ha sido un concepto bastante difuso en algunas latitudes, más allá de lo evidente. Basta con darse un paseo por nuestras calles para descubrir a ciudadanos de tercera —y hasta de cuarta— categoría envueltos en varias capas de ropa vieja y parapetados entre cartones. Por supuesto que sigue habiendo algún iluminado dispuesto a asegurar que esa pobre gente (los indigentes, los olvidados, los invisibles, en definitiva) son quienes "mejor viven en este país". Hagan examen de conciencia. Lo habrán escuchado más de una vez. Puede, incluso, que se hayan sorprendido a ustedes mismos diciendo semejante barrabasada en alguna noche folclórica, animados por el arranque fascistoide de algún amigo o conocido. Torpezas a parte, cualquiera comprende que hay gente que vive mal, rematadamente mal, en este país donde, aseguran todos los estudios mundiales al respecto —y también mi vecino Don Antonio—, se vive tan bien. ¿Y fuera de lo evidente, lejos de la vida en la calle y el destierro social? Pues mire usted: también hay gente que no solo no vive tan bien como alguno se piensa sino que vive rematadamente mal.

Esto sucede —maravillas del capitalismo desaforado— incluso entre muchos asalariados, autónomos, pequeños empresarios, etc... Hombres y mujeres que se levantan cada día para trabajar sus ocho, nueve o diez horas sin que esto les asegure disfrutar de una vida digna, ya no digamos de una buena. Evidentemente no es mi caso, me hago cargo. Pero tampoco es mi vida la bicoca que algunos puedan llegar a sospechar por el mero hecho de ser un chaval aseado, risueño, desapegado del dinero y poco dado a dramatizar, valores añadidos que aprendí de mi abuelo Otilio y un compañero suyo en las campañas de altar mar, el profesor Eloy. "Vergüenza ninguna, trabajo el justo. ¿Cante y baile? El que haga falta", les escuchaba yo decir mientras disfrutaban en casa lo ganado en la otra punta del mundo, sin preocuparse demasiado por el tipo de vida elegida por los demás ni tampoco por sus impresiones. Esa, precisamente, suele ser la clave en esto del buen o el mal vivir y su percepción: el nivel de esfuerzo dedicado a intervenir, o simplemente opinar, sobre la vida del prójimo.

"¿Inflamable significa flamable? Menudo país este", decía el Doctor Nick Riviera en un capítulo de Los Simpson. Es, salvando las distancias, el nivel de análisis y percepción que observo entre quienes se pasan la vida diciendo cosas como "qué bien se vive en este país", siempre con aviesas intenciones como la de meterte el dedo el ojo. A mí, que conste en acta, me importa un bledo la opinión que Don Antonio y el resto del sector crítico vecinal tengan sobre mi forma de vida, al contrario: hay algo casi patriótico en eso de vivir bien o, al menos, en aparentarlo. Lo que yo sufra o no para pagar mis facturas, lo que coma o deje de comer, lo que me gaste perfumes caros y ahorre en impuestos, no le importa a nadie. Y sin embargo resulta reconfortante que le otorguen a uno la categoría de bon vivant, que no es título baladí aunque sí accesorio: te tratan mejor en los bares, te atienden antes en la farmacia y, sobre todo, te concede la autoridad moral para responder a pelmazos como Don Antonio con aquella sentencia de Mario Moreno Cantinflas: "algo malo debe tener el trabajo o los ricos ya lo tendrían acaparado". Qué bien se vive en este país, sí... Y que poco se muere.

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