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La boda de Inés

SE HA casado Inés Arrimadas, lo más parecido que hemos tenido a una novia de España desde aquella Belén Esteban original que irrumpió en nuestras vidas a golpe de mando a distancia, la chica de mirada atormentada y sin costuras bajo la piel que había sido arrojada al lodo por la familia de un torero con alma de mafioso ruso y cantante melódico al cincuenta por ciento. El enlace, según informaron ayer todos los medios nacionales, se celebró en Jerez de la Frontera y en lugar de la preceptiva calesa de oro tirada por una docena de corceles blancos, con la que cualquier patriota enamorado hubiese soñado verla acercarse al altar, se presentó la bella Inés a bordo de un Maserati decorado con los pertinentes arreglos florales, lo cual tampoco desmerece la importancia del evento, en absoluto, pero estarán conmigo en que no es lo mismo: la austeridad es enemiga de los sueños.

Dicen por ahí que se casó Inés con un antiguo independentista que abandonó cualquier aspiración de una Catalunya libre por amor, lo cual me parece un sacrificio digno de una diosa moderna como la lideresa de Ciudadanos. Sin embargo, justo es advertir que por compartir sus sueños habríamos sido legión los dispuestos a organizar un nuevo alzamiento nacional e incluso planeado la invasión definitiva de la Pérfida Albión, lo que además de llenar de gozo a la novia habría servido para calmar a los inquietos mercados. Ahora tan solo nos queda llorar por lo que puedo haber sido y desear, de corazón, que sea Inés tan feliz como aquella noche en la que se sintió Presidenta de la Generalitat entre los gritos entusiastas de sus afines, pese a que los resultados se empeñaban en romper la magia del momento e insinuar todo lo contrario.

Parece que fue ayer cuando la vimos aparecer por primera vez en nuestras vidas: sonriente, tímida, con los ojitos encendidos por el entusiasmo de acompañar en la lucha al Gorrión Supremo de la nueva política española, Albert Rivera. Desde entonces, él no ha dejado de ofrecer pactos de estado incluso en su comunidad de vecinos, devorar capítulos de Borgen, soñar con un país en el que nuestros hijos estudiasen Matemáticas y Lengua Española en inglés, o anunciar la inminente e implacable regeneración como si se tratase de un vendedor ambulante de cremas antienvejecimiento. Todos estos mantras los repite Inés con su voz dulcemente oxidada a la mínima ocasión, siempre resuelta y batalladora, hasta el punto de provocar las burlas más descarnadas por parte de una sociedad democráticamente en pañales y obsesionada por estirar la goma inagotable del chupete de la Transición, según afirman los ideólogos del partido.

A la celebración del enlace de Inés y Xavier no acudieron los líderes in pectore de los partidos a los que han dedicado algunos de los mejores años de sus respectivas vidas: Ciudadanos y Convergencia Democrática de Catalunya. Como Capuletos y Montescos, como Tarantos y Montoyas, los caciques de ambos bandos prefirieron quedarse al margen de una boda que puede costar más votos que dinero, tal es la utilización política de cualquier insignificancia en este país de envidiosos y cainitas. Tampoco acudió Juan Carlos Girauta con su guitarra, ese trovador moderno que tanto me recuerda a Zlatan Ibrahimovic y que parece representado por Mino Raiola, siempre dispuesto a cambiar de club en busca de la Champions anhelada. Por allí se dejaron ver Carlos Carrizosa, Fernando de Páramo, Begoña Villacís o Carina Mejías quienes, a buen seguro, disfrutaron de la felicidad de los contrayentes en nombre de todo un país mientras se acerca el invierno y el fantasma de las terceras elecciones, con las cuatro grandes formaciones en liza simbolizando una de las grandes tradiciones de cualquier boda: algo azul, algo nuevo, algo viejo y algo prestado.

Justo cuando Mariano Rajoy había anunciado que llegaba el momento de empezar a hacer política se nos casa Inés, alma de los castizos de nuestra España. Al actual presidente en funciones le exigen la dimisión los compañeros de Arrimadas como condición indispensable para un pacto de gobierno entre el PP y Ciudadanos que, sin embargo, sumaría menos apoyos que una hipotética suma de PSOE y Unidos Podemos. Sin embargo, los partidos de izquierda parecen empeñados en escenificar su divorcio y se muestran más preocupados por quién se quedará los perros y el piso en Sanxenxo que por presentar una alternativa, lo cual nos lleva a pensar que solo cabe esperar a que algún primo de Inés levante su copa y grite aquello de que se besen para arrancar la nueva legislatura. Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlo, un anillo para atraerlos y atarlos a las tinieblas de la tierra de Mordor...

¡Vivan los novios!

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