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¡Gol de Señora!

Recuerdo con bastante cariño el día en que mi madre se empeñó en jugar al Super Mario Bros y no hacía más que saltar en el sitio. "No se mueve", protestaba ella sin ninguna razón. Confundía, claro está, avance con movimiento, un mal relativamente común entre las madres y algunos partidos políticos de nueva generación. Ahí tienen a Ciudadanos, sin ir más lejos. En poco más de un año ha pasado de tercera fuerza en el Congreso -y posible llave de gobierno- a comer Cheerios directamente de la caja, dicen que por una especie de gula depresiva que lo empuja a zampárselo todo, empezando por sí mismo. 

Aquel invento político de un puñado de intelectuales catalanes para darse cierta importancia es hoy un partido al que nadie puede negar que esté en continuo movimiento, como el famoso fontanero de los videojuegos en las manos inexpertas de mi madre: el problema es que no avanza, más bien todo lo contrario. Esta semana, en una apuesta tan extraña como suicida, decidió pedir el divorcio a su socio de gobierno en la Comunidad de Murcia y amigarse con el PSOE de cara a una inmediata moción de censura. Su lideresa, Inés Arrimadas, se refirió a esta posibilidad hace unos meses negando la mayor. Se imponían la estabilidad y un puñado de buenas razones más con las que cualquier político liberal que se precie suele rellenar su discurso. Apenas importan, en realidad. Pocas cosas hay más inútiles en la vida que la hemeroteca de un líder político español: no les preocupa lo que deban inventar mañana, les va a preocupar lo que necesitaron decir ayer. 

MxEl caso es que, dicho movimiento, ha provocado una cascada de reacciones que se ha llevado, al menos de momento, hasta tres gobiernos autonómicos por delante. La cosa tiene su gracia. La derecha más mediática y gritona que hayamos visto jamás —y hemos visto de todo, pues ya tenemos una edad— lleva meses denunciando la inestabilidad de un Gobierno de coalición que, cosas de la vida, ha terminado sobreviviendo al rocoso y laureado reinado de Isabel Díaz Ayuso, la joya de la corona nacional-conservadora y extrañamente libertaria. IDA, como la llaman sus adversarios políticos y no pocos compañeros de partido, trató de anticiparse a la jugada y, ya de paso, lanzar el órdago de una posible mayoría absoluta de los Populares en Madrid, un poco a imagen y semejanza de la construida por Alberto Núñez Feijóo en Galicia pero con matices: mientras el gallego apenas necesitó cortar el paso a Vox, Ayuso se vería obligada a cortarle las alas. El partido ultra tiene todo el predicamento que cualquier fuerza nacionalista suele granjearse en sus respectivos territorios. "Madrid es España dentro de España", dijo la nueva musa de la derecha hace apenas un meses. Pues bien: Vox es Madrid dentro de Madrid. 

El movimiento de IDA ha provocado todo tipo de reacciones, dentro y fuera de su partido. Como digo, sus socios en la sombra, esos que la sostienen con su abstención, ya temen un zarpazo de felina que los convierta en innecesarios ante dios y ante los hombres. Ciudadanos, el partido de Ignacio Aguado y el pentito Garrido, siguen salta que te salta, esta vez de miedo, pues todo apunta a que un hipotético desenlace electoral los dejaría tan tiesos como esas comisiones de fiestas que no caen bien a nadie y terminan rogando caridad al rico del pueblo. Pero también dentro del propio Partido Popular se ha sentido la corriente de aire gélido que ha desato Ayuso abriendo puertas y ventanas. Pablo Casado, líder debilitado y un tanto desacreditado en los últimos tiempos (acompaña cada paso adelante con otro hacia atrás y eso solo le funcionó a Chayanne, que yo recuerde) empieza a temerse un auténtico motín si la regidora madrileña impone su actual cartel de superestrella y acumula tantos sillones en la Asamblea como simpatías parece despertar. 

Y es que, no se equivoquen, especialmente si son ustedes fieles a la izquierda: Isabel Díaz Ayuso es una de las personas que más reforzada ha salido en esta crisis sanitaria del coronavirus junto a su homónimo —y medio némesis— gallego. Se le ha muerto más gente que a nadie, eso es cierto, pero no mucha más que otros territorios donde sus gobernantes optaron por la mano dura y las restricciones. Madrid es hoy un oasis en el que la gente vive una vida más o menos normal, a diferencia de las demás autonomías. Cargan sobre sus conciencias con una mayor cantidad de dramas covid y almas perdidas pero el sentimiento general es de una cierta satisfacción, los únicos que decidieron enfrentarse al virus sin perder la sonrisa, el turno en el Zara y el gin-tonic de las ocho. Además, en un lugar tan polarizado como la capital del reino, la presidenta se ha convertido en un icono de la lucha contra al social comunismo y esto es algo que no se debe perder de vista: hoy en día, tras años de carísima propaganda, Sánchez e Iglesias son más odiados en Madrid que Leo Messi y Pep Guardiola, un terreno de juego abonado para que IDA consume su remontada. "¡Gol de Señora!", que diría el mítico José Ángel de la Casa. Con lo bien que estaría yo ahora en Malta… 

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