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Gato por lengua

mx cabeleira10-12-20-01

MI AMIGO David tiene tres hijos y un gato al que se le cae el pelo a causa del estrés, un hecho extraño que vendría a poner en duda la naturaleza felina del animal. Yo mismo crie a uno durante más de veinte años y a duras penas fui capaz de acariciarlo dos o tres veces, ágil y desconfiado como una dependienta de El Corte Inglés. Por eso me extraña la escasa pericia del referido cuadrúpedo para esquivar el acoso de tres niños pequeños en una casa de dos plantas, garaje, trastero, jardín, corrales, asador, setos, tejadillos y un muro de piedra no demasiado alto, ideal para organizar una fuga. Otro dato que tampoco lo deja en muy buen lugar es el número de mininos que conviven plácidamente en dicha casa —unos diez o doce como mínimo—, todos bien adaptados, lustrosos y despreocupados a excepción de Adolf Hitler, el más arisco de la camada. Su nombre no es apología de nada, por cierto. Simplemente nació con una mancha negra bajo el hocico que recuerda al bigotillo característico del genocida nazi y claro, cualquiera no se resiste. 

La historia del gato estresado —la del fascista también, pero menos— me ha hecho pensar en la situación que, en opinión de algunos rostros destacados de la cultura, la política y hasta la farándula, vive el idioma español en España. "La campaña contra el español en la tierra donde nació Cervantes sigue su marcha", denunciaba el pasado fin de semana todo un premio Nobel de literatura como Mario Vargas Llosa. "El español, idioma universal, está hoy disminuido, silenciado, preterido ante lenguas locales que hablan minorías", recalcaba el autor de La Ciudad y los perros, La fiesta del Chivo o Conversación en La Catedral. Un discurso, ya ven, en la misma línea quejica del gato enfermo de mi amigo pero sin el efecto dramático de encontrarse al pobre animal, pelado y tiritando, en las inmediaciones del salón o la cocina. Concluyamos pues, que el español bien pudiera ser un enfermo asintomático. 

Cabeleira10-12-20-01Pasemos por alto lo evidente: que la actual marquesa de Griñón, la hermosa y espiritual Tamara Falcó, tiene como padrastro a una versión culta y desteñida del pitufo Gruñón, dicho sea con el mayor de los respetos hacia la propia Tamara, los marquesados, Don Mario, el rey de Suecia, las tintorerías y los entrañables pitufos: no ofende quién quiere, sino quien puede, y aquí no se cumplen los requisitos mínimos exigibles para una cosa ni para la otra. Así pues, vayamos a las cuestiones importantes: ¿en qué consiste y quién financia esa campaña contra el idioma español? ¿de cuál o qué modo se encuentra la lengua española disminuida? ¿quién la silencia o trata de silenciarla? ¿quién entrega los carnés de lenguas locales, nacionales e internacionales? ¿cuántos chinos necesitamos meter en un SEAT 600 para considerar a 580 millones de hispanohablantes una nueva minoría? 

De entrada, reparemos en lo perverso de las expresiones “idioma español” o “lengua española”, muy utilizados por toda esta turba de ofendiditos, siempre a conveniencia. Pareciera que el gallego, el catalán o el bable fuesen lenguas escandinavas, por ejemplo, especies invasoras como la almeja japónica o el eucalipto, traídas desde los confines de la tierra para arruinar el ecosistema natural del concierto nacional. El cambio de nombre fue todo un acierto, de eso no les quepa ninguna duda. Reclamar privilegios para la lengua propia de Castilla, aún después de ser declarada oficial en todos los territorios de la nación, habría dejado a la vista ese flequillo imperialista que el viento mueve como una bandera en aquellos que solo consideran español lo suyo, nunca lo de los demás. Son hábiles, no se les puede negar: en el país de la picaresca, el castellano sigue siendo el rey.

Otro mantra muy repetido es el siguiente: el español (antes castellano) es una lengua útil, una lengua de entendimiento, la única capaz favorecer el acuerdo entre diferentes. Esto, además de despojar a las demás lenguas del Estado de cualquier valor comunicativo, les injerta sibilinamente un componente desestabilizador, de confrontación, además de aposentar la gran mentira de nuestro tiempo. Mi abuela Saladina, por ejemplo, no habla español. La pobre mujer no fue al colegio, no sabe leer ni escribir y, sin embargo, entiende el castellano bastante bien. ¿Por qué no entienden un madrileño, un aragonés o un andaluz el idioma gallego? Algunos han terminado el bachillerato, han estudiado latín, fueron a la universidad, cursaron carísimos másteres… ¿Acaso sufren algún tipo de tara genética? ¿están menos dotados biológicamente que mi abuela para la comprensión de lenguas hermanas? Como no soy racista —o eso creo, vamos— diré que no. Simplemente ocurre que no tienen ningún interés en comunicarse con los demás si no es bajo sus estrictas condiciones de modernillos conquistadores. Porque la universalidad o no de una lengua —háganse cargo— procede de la capacidad para la conquista de sus antiguos hablantes, ya fuese a través de sangrientas guerras o mediante simples apaños de alcoba.

Al español, digan lo que digan Don Mario y similares, no lo están trasquilando. Está más fuerte que nunca, especialmente en España, donde además de formar parte capital del sistema educativo cuenta con el apoyo de las televisiones, las radios, los diarios y las redes sociales. Es un rodillo perfectamente engrasado y bien financiado, con estructuras uniformadoras que manejan mayores presupuestos que la Consellería de Educación de la Xunta de Galicia, por poner un ejemplo práctico. ¿Por qué, entonces, surge ahora este debate? Pues por el avance del nacionalismo español más recalcitrante, ese que solo entiende como parte de España lo que se ciñe al universo castellano, como el Quijote de Cervantes o ‘Santiago Abascal, España vertebrada’ de Sánchez Dragó. Nunca leerán A Esmorga, por ejemplo. Y, sin embargo, los obtusos somos nosotros, que podríamos leer la próxima novela de Mario Vargas Llosas en dos idiomas diferentes como mínimo. Porque eso sí, a la hora de vender los derechos comerciales de su obra a cuantos más idiomas mejor, nunca ha tenido ningún problema Don Mario: todo un artista a la hora de buscar tres pies al gato. 

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