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First Debate

Ilustración First Debate

"CREO QUE quedou claro que o meu forte non son os debates". Con esta frase lapidaria resumió Pancho Casal, candidato de las Mareas Galeguistas, su paso por el debate electoral celebrado el pasado lunes en los estudios centrales de la CRTVG. Nada que objetar. La sinceridad no es un valor que cotice al alza en la política actual y menos aún la autocrítica, que en Galicia tiene mucho de impostura. Aquí, como decía aquel anuncio de televisión, la mejor tortilla siempre es "a da miña nai" y así es muy difícil ponerse de acuerdo, luego, en lo importante. En realidad, todos perdieron menos Pancho, que fue el único capaz de reconocer deportivamente la derrota.

Su aparición en las instalaciones de San Marcos ya anticipaba que el productor venía dispuesto a hacer algo grande: salió del coche con una carpeta en la mano, dio media vuelta, soltó la carpeta, se subió los pantalones un palmo por encima de la cintura y, con el ego bien acomodado, recogió la carpeta nuevamente para iniciar el paseillo. El acto principal de la campaña electoral comenzaba a enseñar la patita mientras, en un estudio adyacente, Xosé Luis Barreiro advertía al telespectador sobre la importancia capital de cuidar hasta el más mínimo detalle. Como cabría esperar, sus palabras no cayeron en saco rato. Sentado frente a él, Roberto Blanco Valdés, otro de los periodistas invitados a comentar los entresijos del debate, se tomó unos segundos para mesarse el cabello y humedecer los labios antes de lanzarse al ataque: le sobraban, dijo, cuatro de los partidos presentes. Antes de las doce la noche, a medio país ya nos sobraban los siete.

Como espectáculo televisivo, todo resultó altamente decepcionante. Como termómetro de calidad democrática, explotó hasta el mercurio. Cada uno de los candidatos dijo lo que dio la gana y en casa, entre pipas y sorbos de agua, ya no sabíamos a quién creer. Lógico. La junta electoral debería prohibir el uso de datos estadísticos en los debates: no sirven para nada. Como las servilletas en las bodas, o las toallas en los hoteles, se manipulan tanto que uno los percibe admirado pero con desconfianza. Ya lo decía Juanma Lillo: "la estadística es una herramienta por la cual, si mi vecino tiene dos coches y yo no tengo ninguno, los dos tenemos un coche". El que mejor entendió que aquello estaba cogiendo un cariz demasiado técnico fue el candidato de Vox, que optó por tirar de argumentario y hablar de cosas tangibles. Y vaya si fue al grano: en medio minuto tildó a todos sus rivales de criminales y aún tuvo tiempo para venderse como un partidazo: "trabajo en un supermercado y tengo una hija", dijo como si estuviera participando en First Dates.

Metidos en ese tipo de faena, el que brilló con luz propia fue Antón Gómez-Reino. Con los guapos suele pasar esto: los miramos embelesados y cualquier cosa que digan nos parece bien. Su llegada a los estudios de San Marcos fue la que se espera de todo un canallita: tarde, descamisado y con el pelo revuelto, como si en lugar de pararse a charlar con los empleados de Alcoa desplazados a Compostela —así justificó su retraso— hubiese escapado de un motel por la ventana."Vostede quere gañar estas eleccións para irse a Madrid", le espetó a Feijóo. Seguro que en algún momento se le pasó por la cabeza añadir "como yo" pero, qué carajo: con esa sonrisa y ese pelo no necesita mucho más para vacilar.

A Ana Pontón y Gonzalo Caballero se les fue la matrimoniada de las manos. Tuvieron sus momentos pero hacer pandilla en los debates suele terminar mal. A la izquierda y al nacionalismo siempre les ocurre lo mismo: no terminan de aceptar que la mitad de la arcadia gallega pueda votar a la derecha y la culpa siempre parece del otro. Pontón se llevó el gato al agua enarbolando la bandera del feminismo y Caballero Jr. ganó puntos enfrentando al representante de Vox, que todavía nos tenía una última sorpresa preparada: ponerse a leer textos de Castelao. Aquello pareció tranquilizar a Núñez Feijóo, un tanto superado por momentos: si Ricardo Morado podía pasar por un intelectual, él podía pasar desapercibido, que suele ser la mejor estrategia cuando uno va por delante en todas las encuestas.

En los peores momentos, Feijóo contó, además, con la inestimable colaboración de Beatriz Pino, candidata de Ciudadanos, Catequistas Reunidos y Sangenjo somos Todos. Como periodista que es, tiró de oficio y se puso a moderar el debate. Pidió responsabilidad, sentido común, orden, concordia, amor incondicional, mosto, pistachos... Por un momento nos recordó al centrismo cuqui de otros tiempos, aquel que tan bien representaba María Rey en Pontevedra y que se podría resumir en una de sus frases más celebradas: "Ciudadanos está a favor de la gente". Bonito y atrevido habría sido pedir el voto tras declararse en contra pero la formación naranja parece haber abandonado, al menos temporalmente, el camino de la provocación.

Con todo el pescado vendido, los candidatos se saludaron tímidamente y enfilaron la salida bien entrada la media noche. Como suele suceder en estos casos, todos ellos se sintieron ganadores y la disciplina de grupo solo se vio amenazada por el ataque de sinceridad de Pancho Casal quien, puestos a lucir ocurrencias, bien pudo esperar a Núñez Feijóo en la puerta y espetarle un "¿cerras ti, que tes chave?". No se atrevió, y así finalizó un debate que no pasará a la historia por su brillantez y del que, pasado un tiempo prudencial, solo se acordarán el propio Casal, Blanco Valdés y Barreiro Rivas.

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