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Sonata de verano

Allá va otro julio y otro agosto, tan distintos y tan iguales a los que ya tenemos aprendidos

Ribadeo disfruta de la fiesta indiana. J.Mª ÁLVEZ
photo_camera Ribadeo disfruta de la fiesta indiana. J.Mª ÁLVEZ

AL FINAL será sencillo olvidar este verano. Mezclarlo con otros tantos. La memoria a medio plazo en el homo sapiens es francamente mejorable. A largo plazo no solo es inexistente, es escurridiza o directamente faltosa. Pero ahora que todavía luce el sol es relativamente sencillo recapitular algunas cosillas que nos pasaron.

La primera y más obvia es el terrible mes de julio que nos tuvimos que tragar desde el punto de vista meteorológico. Esa frase que siempre suelta la gente en la tele de "no recuerdo un mes tan malo", esta vez sí podría darse por válida. No recuerdo un mes de julio tan malo. Y es verdad, no lo recuerdo, aunque eso no quiere decir, ni mucho menos, que no lo haya vivido. Pero es cierto que no lo recuerdo.

Las consecuencias de un mes tan lamentable son variadas: inocuas o altisonantes. Una de la que se habló mucho fue la de la retención de las ventas de productos vinculados al verano, como por ejemplo las cremas bronceadoras. Pero también la ropa. Durante la primera quincena dudo que se vendiese un solo bikini y poco más de una docena de helados. En contrapartida, tal vez se vendió algún chubasquero amarillo que no entraba en las previsiones.

Cuando el mes de julio viene tan malo como lo hizo este año se crea cierta melancolía generalizada que flota en el ambiente mezclada con la bruma tan característica que nos nubla las tardes y, a veces, el entendimiento. La consecuencia es que se sale menos y eso es un problema porque tenemos montado un tinglado considerable y divertido alrededor de eso de salir por la noche.

A principios de julio parecía que en las playas se iba a montar una gorda, porque hubo varios episodios consecutivos de rescates peligrosos e incluso un fallecimiento, pero al final todo fue más o menos bien y no hubo sobresaltos. Es lo que nos faltaba. Había un ojo puesto en As Catedrais por lo de Semana Santa, pero a poco que septiembre siga así, no debería haber problemas y la playa recuperará las discusiones algo estériles sobre si debe acoger o no un centro de interpretación o qué vamos a hacer con el dichoso bar que el Concello quiere borrar del mapa, seguramente con razón.

El mes de julio pasó y los primeros días de agosto no fueron tampoco maravillosos para los amantes de las playas. Los visitantes se nos dispararon de repente y a veces era difícil asimilar qué hacer con tanta gente, con tantos peregrinos, con tantos vagabundos, con tantos peticionarios de firmas para las causas más disparatadas, con tanto bronceado y tanto tatuaje.

Casi cada fin de semana tocó fiesta temática. Si les aplicas un sextante puedes intuir las que se toparán con problemas en el rumbo que eligieron. La Indiana de Ribadeo da la sensación de que va a reventar el pueblo. Cuando parecía que estaba ya más que bien resultó que cabía más gente y todo el centro se convirtió en un inmenso camarote de los hermanos Marx donde cualquier día la gente saldrá disparada no se sabe bien hacia dónde.

Como reflexión, hay que decir que las gastronómicas no se nos indigestan jamás. Somos capaces de abarrotar desde una fiesta de la enfariñada a otra de los percebes o incluso una de huevos fritos. Da exactamente igual. En cuanto nos ponen delante un plato de comida respondemos como los huéspedes de un Gulag: lo devoramos todo sin contemplaciones.

Nuestros visitantes tampoco cambiaron demasiado. Es probable que muchos sigan siendo los mismos pero se confundan entre la multitud. Los hay terriblemente maleducados y que nos quieren hacer creer que en su lugar de origen una empanada entera cuesta 3 euros, que les cortan solomillos con la forma de la Torre Eiffel o siempre les hacen un café perfecto. También los hay comprensivos. Se les reconoce enseguida porque los ves mirar a los anteriores abochornados y te sientes incómodo al darte cuenta de que al final siempre es lo mismo en todas partes: pagan justos por pecadores.

Pero si con algo hay que ponerse serios es con el tema del pulpo. Palabras mayores. Podemos consentir que no nos paguen las pensiones, no nos financien la medicación que nos alargará quince años la vida o que ridiculicen las becas de nuestros hijos, pero que nos cobren el pulpo a 16 euros el kilo y, por lo tanto, a eso mismo la ración, eso es de todo punto inaceptable.

Si no hay pulpo aquí ni en Marruecos, que nos lo traigan de Indonesia e de donde sea que les dé asco comérselos, que aquí darán buena cuenta de ellos. Ahora que lo pienso, alguien debería explicarnos por qué ya no quedan aquí.

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