Blogue | Recto verso

Las vacaciones de los otros

Si muchos bares de un pueblo cierran al mismo tiempo se genera un serio problema

LO MEJOR que puedes hacer en los bares es beber. Lo peor, emborracharte. Estás ahí sentado, o de pie. De cháchara o leyendo el periódico. Aunque yo prefiero mirar cómo los demás desgranan sus vidas completamente ajenos a que yo estoy ahí sentado, como tiene que ser. La soledad buscada es uno de los placeres de la vida que cuenta con mayor aceptación en la literatura y con menor saldo en la cuenta corriente de la prensa diaria. En pocos sitios es más sencillo encontrarla que en un bar cálido en el sentido íntimo de la palabra. Parece fácil, pero van quedando pocos. Para mi gusto los bares modernos son demasiado recargados en el sentido que los dueños le hayan querido dar. Incluyendo el minimalista. Como les diese por la decoración nórdica el local muy bien puede estar diseñado a golpe de líneas rectas con un solitario elemento visual resaltando en 50 metros cuadrados y todas las botellas profilácticamente ordenadas contra la pared que todo va a rechinar. Y ya no digamos si optaron por los toques étnicos. Los petroglifos pueden llegar incluso a complicarte la estabilidad de los vasos.

Esta época del año es complicada para los amantes de los bares. Hay muchísimos cerrados por vacaciones. Así que como con todo en esta vida, cuando nos faltan es cuando los echamos de menos. Por circunstancias, mis tres o cuatro favoritos tienen unos ventanales considerables. Si ahora están abiertos pasas por delante y esas cristaleras lucen empañadas con el vaho suplantando a las dichosas sirenas con Ulises: no hay manera de escaparse.

En Ribadeo los hay que se turnan por zonas. Creo que no se ponen de acuerdo, pero unos saben cuándo cierran los otros y procuran no coincidir. Aún así, ahora cerraron varios al mismo tiempo y no pude evitar sentirme un poco huérfano, como si al final de Pretty Woman Richard Gere no hubiese ido a buscar a Julia Roberts, o como cuando se deshizo Radio Futura. Esto va a sonar a aristócrata de Versalles anterior a 1775, pero los bares de los que dependes deberían estar siempre a tu disposición. Abiertos y con la clientela justa. Una lástima ese invento bolchevique de las vacaciones.

Más allá del mapa de las emociones particulares, los bares contribuyen a crear una geografía patrimonial de la localidad en la que se encuentran. Por eso se critica tanto en Ribadeo el que hay encima de la playa de As Catedrais. Por hache o por be, nunca acabó de encajar. Vale que siempre estuvo destinado a ser el local de consumo rápido que todos esperábamos. Pero se le exigía un poquitín de compromiso y cierta coherencia con el entorno, algo que no demuestra ni en la elección de las sillas de la terraza.

Pero volviendo a lo de antes, no se concibe la vida de un pueblo sin la animosidad de los bares. Además funcionan por automatismos. Quiero decir: cojan un pueblo pequeño sin un solo bar, o un barrio. Monten un puesto en la calle en el que se venda café con leche caliente y a su alrededor se creará un microclima y empezará a desarrollarse una sociedad primitiva pero con reglas muy concretas que nunca son fruto del azar.

Ribadeo depende muchísimo de los bares. En el pasado lo hizo en su totalidad. Hicieron de mindundis multimillonarios que luego se arruinaron o se convirtieron en constructores o desaparecieron sin dejar rastro. Los encargados de algunos eran estrellas de la noche que reverberaban como los Rolling Stones atrayendo a chicas guapísimas con hombreras.

Ahora todo está más contenido y los bares de la noche perdieron gran parte de su encanto. O tal vez fuimos las criaturas de la noche las que perdimos nuestro encanto. No quiero parecer pedante, pero diría que no, que fueron ellos, los bares. Nosotros, simplemente, fuimos sustituidas por otras criaturas más jóvenes, en una variante de la selección natural que Darwin no imaginó.

Los bares ganan menos dinero porque nosotros gastamos menos porque no tenemos ni edad ni ánimo ni, sobre todo, ese dinero que en los 80 y los 90 teníamos sin tan siquiera saber que lo estábamos quemando en una gran pira funeraria.

Aquellos años ya no volverán, o tardarán en hacerlo bastante tiempo. Eso seguro. Nos quedan algunos bares en los que todavía se puede estar muy a gusto. Donde la música no te cruza la cara. Sus dueños echan en falta aquellos tiempos y se quejan con razón. ¡Cómo no! También yo. Pero también a mí me gustaría volver a la época en que no había móviles y Radio Futura estaban en activo. Pero hay que dar por hecho que eso no va a suceder. Yo me conformo con poco: que varios de ellos acabaron sus vacaciones, Ribadeo recupera una pequeña parte de su esencia y yo un taburete desde el que ver pasar las vidas ajenas.

EL GUSTO. El nuevo gusto por la arqueología del alcalde de Cervo

EL ALCALCE de Cervo, Alfonso Villares, se está destapando como un amante inopinado de la arqueología. Lo cierto es que la está utilizando con inteligencia como un elemento más que sabe perfectamente que puede aprovechar no solo como valor en sí mismo, sino como atractivo turístico que no conviene menospreciar. Por eso resulta tan grato encontrarse con sus últimas y frecuentes iniciativas en este sentido que hacen que poco a poco Cervo vaya poniéndose en el mapa con ese sustento: el histórico y cultural. Algo poco corriente pero de lo que muchos en los alrededores deberían aprender.

EL DISGUSTO. El desembolso por enfermedad de algunas familias

POR UNAS cosas o por otras algunas familias con miembros con enfermedades raras tienen que hacer frente a unos desembolsos económicos estratosféricos que muchas veces no puede afrontar, pese a que el Sergas paga parte. En este diario les contamos el caso del pequeño Darius, que tiene atrofia muscular espinal y precisa no solo fisioterapia especial o gimnasia en una piscina, sino una medicación carísima, sillas especiales y numerosos aparatos ortopédicos. Tienen abierta una campaña para recaudar fondos, pero estaría bien que no les fuese tan complicado afrontar esa tarea.

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