Opinión

Pentobarbital sódico

El dolor es una sensación que nos avisa de que algo grave nos está pasando, solo que hay quienes no lo sienten

Vivir. KIKO HUESCA (EFE)
photo_camera Vivir. KIKO HUESCA (EFE)

JO CAMERON parió a sus hijos sin dolor. Se saltó a la torera la maldición bíblica y lo recuerda como "algo extremadamente agradable". La peculiaridad es que los parió sin anestesia epidural, como lo más natural del mundo, y ni siquiera le dio mayor importancia. Esta escocesa "afable y optimista" hasta las cercanías de la felicidad estaba acostumbrada a cosas como esas: una vez, siendo niña, recuerda que se cayó y dos días después descubrieron que se había roto el brazo; como ya había empezado a soldar, tuvieron que volver a romper el hueso para recolocárselo bien. Ella tampoco sintió nada entonces.

Hace unos cinco o seis años, Jo Cameron entró en otro centro médico para una operación de extracción del hueso de la muñeca de la base del dedo pulgar a causa de una osteoartritis. El anestesista pensó que le estaba vacilando: "No hace falta que me ponga anestesia", le soltó, "no siento dolor". Cuando el médico comprobó que era cierto, fue como si hubiera descubierto la fuente de la felicidad. Cameron le contó cómo a veces, mientras cocinaba, se quemaba la mano en el fogón pero no se enteraba hasta que olía a carne quemada. Los ensayos e investigaciones médicas han acabado hace apenas un par de semanas, con un resultado que confirma que Jo no siente dolor. Ni miedo.

Es como si estuviera constantemente fumada, con una sobredosis permanente de andamina

Según los resultados, tiene dos mutaciones en su genoma que hace que su cerebro produzca constantemente el doble de cannabinoides endógenos, que se llaman así porque sus efectos son similares a los del cannabis. Es como si estuviera constantemente fumada, con una sobredosis permanente de andamina, lo que la hace "ridículamente feliz. Es molesto estar conmigo", bromea la mujer sin miedo ni dolor.

Los biólogos moleculares, que tontos no son, trabajan ya en los laboratorios para tratar de replicar las mutaciones genéticas de Jo con vistas a poderlas aplicar en el futuro en el tratamiento del dolor. Pasarán, en cualquier caso, muchos años antes de que consiga, si se consigue. Demasiado tarde para María José Carrasco, una mujer que ha sufrido tanto y tan insoportable dolor que a lo único que ya no le tenía miedo era a la muerte. Esta semana, su marido, Ángel Hernández, cumplió el deseo que María José tenía desde hacía demasiados años: le dio a beber pentobarbital sódico, un medicamento que habían comprado hace años por internet.

Entonces María José aún tenía algo de movilidad en las manos como para teclear un poco en el ordenador. Se ha suicidado con 62 años, pero desde los 30 padecía esclerosis múltiple. Antes pintaba y tocaba el piano. Luego, poco a poco, con los años, solo podía pensar en el dolor. Hace veinte, cuando aún podía valerse por sí misma, ya quiso acabar con todo. Pero entonces fue su propio marido quien la reanimó. "En aquella época", explica Ángel, "yo aún pensaba que podía disfrutar algo de la vida".

Se equivocó. Esta semana ha compensado aquel acto de amor con otro aún mayor, ayudar a su amada a terminar con el dolor como ella había decidido. No pudo terminar, sin embargo, con su miedo. María José no pudo poner fin mucho antes a su sufrimiento precisamente porque tenía miedo a lo que le pudiera pasar a Ángel por ayudarla a morir en un país en el que el único suicidio asistido que se contempla como legal es el desahucio por impago.

Para no dejar a Ángel en esa situación, pasó años clamando públicamente por la despenalización de la eutanasia, llevó su lucha al Congreso y asumió años y más años de dolor y miedo mientras esperaba pacientemente a que se tramitara la ley. PP y Ciudadanos lo impidieron, siempre tan dispuestos a liberalizar lo económico como a socializar el sufrimiento.

Ángel acompañó a su esposa hasta el final, llamó a la Policía y confesó lo que había hecho. Salió de su casa esposado y pasó dos días en los calabozos. "Ahora solo quiero dormir", dijo cuando por fin lo dejaron en libertad, "y poder hacer el duelo de mi mujer". Le van a caer fácil dos años de prisión, quizás más.

Me pregunto qué tipo de cannaboide chungo están segregando los cerebros de esos políticos para haberse convertido en insensibles al dolor ajeno. Me pregunto cómo pueden hablar de libertades y derechos en un país en el que los ciudadanos no tenemos derecho sobre nuestra propia vida, prácticamente lo único que es realmente nuestro, y todo porque se nos impone legalmente una ideología que emana de unas creencias religiosas determinadas.

Cuando Jo Cameron explicaba lo de su ausencia de dolor, lo de su vida sin miedo, también sabía de lo que hablaba: "No es algo bueno. Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El dolor te avisa de que algo malo está pasando, y yo no me entero". Tiene el cuerpo lleno de cicatrices.

El dolor, y el amor, que hemos visto en los vídeos de María José muriendo por fin y de Ángel confesando nos está avisando de que algo muy serio nos está pasando en este país, y hay muchos que no quieren enterarse. No les duele.

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