Opinión

La coleta

Pablo Iglesias.EP
photo_camera Pablo Iglesias.EP

DE TODOS LOS años que llevo dando tumbos por los callejones del delito, creo que la vez que más cerca estuve del ideal de una Justicia ciega fue cuando vi avanzar a aquel hombre por el pasillo de los juzgados hacia el abogado que lo esperaba a la puerta de la sala donde se iba a celebrar el juicio. Tenía esa tez canela que atrapa la luz para convertirla en destellos de orgullo, era rácano de estatura y generoso de barriga, pero no torpe. Un par de pasos por delante caminaban su mujer y su hija y con él, casi a la altura pero una miaja por detrás, su hijo con la mano izquierda sobre su hombro derecho. Tenía el aplomo de los hombres acostumbrados a que a su sí no haya no. Nada en ese momento delata que apenas veía sino sombras y era la mano entrenada de su hijo sobre su hombro la que le servía de guía.

Estaba llamado a declarar como testigo en un juicio por un accidente de tráfico en el que su mujer se jugaba una buena pasta: cerca de 30.000 euros como indemnización por secuelas que la compañía aseguradora le negaba. Nada penal, un juicio de tantos en sala civil. Salvo por un pequeño detalle: según el parte redactado por Tráfico tras el accidente, el que conducía la furgoneta era él, el hombre de los ojos en sombras estaba citado a testificar como conductor. Como homenaje merecido al surrealismo de la situación, no había llevado el carné de identidad. Seguro que no fue olvido, seguro que no sabía ni dónde lo tenía, si es que lo tenía. "Pues claro que soy yo, me conoce todo el mundo", le dijo al funcionario de sala entre desafiante y molesto por la duda. El juicio siguió sin él, aunque con el estupor ya acomodándose la toga. Por increíble que parezca, el accidente no había sido provocado por la furgoneta supuestamente conducida por el ciego, sino por un coche que se salió de su carril y fue a chocar de frente contra la furgoneta en la que viajaban también la mujer y otros dos hijos. Eso no estaba en discusión, lo que se ventilaba era la cuantía de la indemnización a su esposa por las lesiones. Los abogados de la aseguradora defendían que la mayor parte de ellas se debieron a que no llevaba el cinturón, como explicaron sus peritos, en especial la que le rompió varios dientes, una herida al parecer típica en los choques frontales cuando el copiloto no lleva el cinturón y se revienta la boca contra el salpicadero. El cinturón deja, explicaban los expertos pagados por la compañía, hematomas en hombro y torso, latigazos cervicales o hasta rotura de costillas, pero no encías en carne viva.

Pero en un descuido, al funcionario se le debió de colar en la sala Spiderman, supongo que también sin carné. Dado cómo iba el asunto, las caras eran de "cosas más raras se han visto". Como suele pasar en las segundas entregas de las sagas de superhéroes, Spiderman fue señalado como el culpable de haberle reventado los morros a la pobre mujer. El hombre araña, expuso su abogado, viajaba en forma de enorme muñeco de juguete en el salpicadero porque unos momentos antes la señora se lo había quitado a sus hijos, que no paraban de dar la vara en los asientos de atrás. En el momento del golpe, le debieron de fallar las telarañas y salió despedido contra su desprevenida víctima, causando estragos. Ahí estaban servidas a la vez la explicación y la duda, y al letrado solo le faltó ondear su toga a modo de capa de superhéroe.

Aún no hay resolución, el juicio se aplazó a septiembre para que el conductor ciego pudiera encontrar su carné y testificar, pero me da igual: no puedo pedirle más al espectáculo. Salí de allí pensando en Fernando, un tipo que sabe más de lo que parece y menos de lo que piensa. En cualquier caso, sabe más que yo sobre casi todo y conoce muy bien el sistema de Justicia. Él fue el primero que me advirtió: "Los periodistas os equivocáis al centraos en lo penal; donde están las buenas historias, donde los ciudadanos se juegan realmente sus vidas, es en el ámbito civil y el social. Estáis desenfocados".

Tenía razón. No se la daré cuando lo vea, pero la tenía. Cada vez se me hace más evidente que uno de los mayores problemas del periodismo en la actualidad es que hemos perdido el foco, no solo en Justicia sino en casi todo. Lo malo es que cuando los medios pierden el rastro de lo importante, cuando renuncian a la responsabilidad de su papel para centrase solo en el disfrute de sus privilegios, quien pierde es la sociedad en su conjunto. En algún momento deberemos dejar de comportarnos como ridículos y soberbios superhéroes de juguete para volver a ser la mano sobre el hombro de una sociedad desenfocada.

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