Opinión

La boda de Marisol

Marisol. AEP
photo_camera Marisol. AEP

LA REVISTA anuncia con foto a toda página y alarde de titulares la boda de Marisol. Se casa con Carlos Goyanes y parece triste. Hay un titular secundario: La primera comunión de Antonio Flores, el hijo de la Lola. Hay algo que no cuadra: o ellos están fuera de sitio, o lo estoy yo. La revista está colgada entre otras similares de la prensa rosa, así que seguramente seré yo, como siempre. Por si acaso, le pregunto a la propietaria del kiosko: resulta que somos todos los que estamos fuera de sitio.

La publicación, que reproduce con una intranquilizadora precisión el formato, los colores y el estilo de las revistas del corazón que yo recordaba en mi casa de niño, se llama Más Recuerdos, y lleva como subtítulo La actualidad del ayer. Al lado, bien visible en blanco y negro, un año, 1969. En un pequeño recuadro, arriba a la izquierda, una foto de la llegada del hombre a la Luna. Compruebo con alivio que al menos los criterios de prioridad no han cambiado, que nos podemos seguir reconociendo en ellos: primero, Marisol; luego, el niño de los Flores, y después, a mucha distancia, la Luna.

Me informa la mujer del kiosko que Más Recuerdos es una revista nueva pero que presenta como actuales los temas más destacados de la prensa rosa de hace varias décadas, las de su época dorada, que probablemente también sea la mía. Cada mes está dedicada a un año; la que estoy viendo, la de noviembre, resume 1969, mi año de nacimiento. Estoy por comprarla para comprobar si vengo, aunque sea en pequeñito como la llegada a la Luna.

Hablamos los dos sobre qué sentido puede tener una revista del corazón con ese planteamiento, quién podría comprarla. La mujer tiene un opinión basada en la experiencia, la profesionalidad y el sentido común, tres cualidades que yo no tengo. El público de Más Recuerdos, dice, es el mismo que han tenido siempre este tipo de publicaciones. El mismo, literalmente. Son las mismas mujeres que antes, pero que ya se han hecho mayores y a las que los nuevos personajes populares que se han ido incorporando al catálogo, casi siempre procedentes del estercolero televisivo, no les despiertan mayor interés. Por eso la Pantoja o la Preysler siguen vendiendo tanto, por eso se vende Más Recuerdos: por nostalgia.

Doy por buena la explicación. Después de todo, ya estoy en edad de figurar en alguna de esas revistas, me reconozco más en la comodidad de la nostalgia que en el trajín de la ambición. Más aún: me pregunto si no será eso lo que le está pasando al país entero, que está gripado de melancolía. Es como si no supiéremos pasar página: abres los periódicos y lees sobre Franco, sobre lo que opinan Felipe González o José María Aznar, sobre las misas de los Borbones, sobre el problema territorial, sobre la vigencia de la Transición. Y sobre esos nuevos personajes de la farándula política, todos efímeros, sin glamour, que pasan sin dejar poso, que no nos enganchan.

Abres este mismo periódico y descubres día tras día un Lugo ya contado: el nuevo auditorio que se nos va quedando viejo antes de inaugurarlo; el cuartel de San Fernando y el énesimo debate sobre su utilidad; la autovía a Santiago, convertida en una leyenda urbana; la ronda este; las conexiones de un tren que ya ha pasado... Descubres un Lugo que parece anclado en la nostalgia, gestionado por políticos que se escupen melancolía, habitado por ciudadanos que se resignan a revivir recuerdos de un pasado rosa, si alguna vez lo hubo.

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