Opinión

Arrepentidos y conversos

De lo que nos arrepentimos, sobre todo, es de que nos hayan pillado
Los periodistas siguen desde la sala de prensa de la Audiencia Nacional la declaración de Francisco Correa

Nunca he sentido demasiada inclinación a la piedad con los conversos y los arrepentidos. Tampoco sé muy bien por qué, siendo mi vida una interminable sucesión de arrepentimientos, o tal vez sea precisamente por eso: conozco de primera mano lo poco que tienen de fiables y lo mucho que tienen de cinismo los arrepentimientos, la escasa carga de contrición que suelen arrastrar. Por lo general, de lo que más nos arrepentimos es de que nos hayan pillado y los "nunca volverá a pasar" significan en realidad "la próxima vez lo haré mejor".

Esa es una de las cosas para las que sirve la prisión, para aprender a hacerlo mejor. A veces para arrepentirse de veras o simplemente para pagar el castigo, eso va en cada uno, pero otras muchas veces para aprender a hacerlo mejor. Aún está por ver el grupo de conversos en el que acaba Francisco Correa, que esta semana ha enviado una carta al juez en la que traslada su "arrepentimiento" y su deseo de "pedir públicamente perdón por ello, y significar que estas actuaciones solo pueden conducir a una persona a prisión".

El contrito Correa, epicentro de la trama Gürtel que saqueó las arcas públicas a beneficio propio y del PP, es un símbolo de nuestra última época, como Mario Conde lo fue en los ochenta, Luis Roldán en los noventa o Julián Muñoz en la entrada de siglo. Con ese estilo y esa soberbia de chulo de barra americana venido a más, "en un momento dado" de su vida tuvo "acceso a formas de ganar dinero ilícita y fácilmente", según le cuenta al juez en su carta, utilizando "un sistema corrupto muy generalizado". Ahora, después de meditarlo mucho en prisión, reconoce profundamente arrepentido que aquella rapiña "no tiene justificación ni siquiera en ese contexto, puesto que muchos otros en esa situación se abstuvieron de cometer delitos".

El arrepentimiento de Correa arrastra 24 millones de euros de contrición. No sé a cómo se cotiza ahora la contrición en el mercado, a mí me parecen bastantes, pero son solo los que la Audiencia Nacional ya había reclamado al banco suizo Credit Suisse, que Correa tenía a nombre de una de sus sociedades. Ahora, asegura, ha dado su autorización para que esos millones sean liberados, a la fuerza ahorcan.

Pero lo que más me llama la atención del asunto es que Correa, como prueba máxima de su arrepentimiento, para que nadie dude de que va en serio, informa de que ha pedido ingresar en el programa de rehabilitación para delincuencia económica que ha puesto en marcha Instituciones Penitenciarias, se ve que ante la elevada demanda por el incremento de delincuentes de guante blanco y conciencia negra. Al parecer, es un cursillo de 32 sesiones que dura entre diez y once meses y del que los defraudadores y corruptos deberían salir absolutamente en paz con la sociedad y consigo mismos.

Me parece estupendo que exista este programa, soy de los que siguen pensando que el principal objetivo del sistema penitenciario tiene que ser la rehabilitación. Lo que no tengo tan claro es que funcione. Más que nada porque una de las bases de cualquier rehabilitación es que el sujeto no regrese después al mismo ambiente y las mismas compañías que le llevaron a prisión, y ya estamos viendo estos días que en los ambientes en los que se mueve Correa de la única adicción que se sale fácil es de Ciudadanos.

Para mí que nos estamos confundiendo en el orden de aplicación de los remedios y los castigos. Si existe un programa de rehabilitación para corruptos que realmente es eficaz en unos pocos meses, lo que se debería hacer es aplicarlo de manera preventiva a cualquiera que llegue a cosa pública, en plan cursillo, para evitarnos luego arrepentimientos a deshoras. Todo lo demás es darles la oportunidad de que aprendan a hacerlo mejor. 

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