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El pacto de la A-6

LOS MILITANTES del PSdeG hablaron claro. A falta de confirmación oficial o retoques que puedan mover un puñado de votos, Valentín González Formoso se impuso con claridad a Gonzalo Caballero y será el próximo secretario general del PSdeG, un partido empeñado en apuntalar su fama de trituradora de líderes. Desde que le enseñaron la puerta de salida a Touriño ya pasaron Pachi, Besteiro, Cancela, Caballero y ahora Formoso, y eso sin entrar en el baile de portavoces parlamentarios, donde la nómina se engrosa con Méndez Romeu, Leiceaga, Vilán...

Quizás fue el hartazgo por esa sensación de permanente interinidad la que llevó a las bases del PSdeG a acudir este sábado en masa a votar. Una participación del 70% es mucho en un proceso orgánico de este calado, donde ni siquiera se decidía el candidato a la Xunta, así que esa puede ser la primera lectura relevante de las primarias socialistas: que la afiliación está viva.

La segunda conclusión de los grandes números de este sábado es que Formoso apuntaló su victoria en el norte —en ambas provincias el apoyo rondó o superó el 70%—, lo que significa que el pacto de la A-6 funcionó.

Cuando el sector crítico con Caballero empezó a dar forma a su alternativa forjó una alianza entre A Coruña y Lugo sobre la que levantar el resto del proyecto. La clave era ese pacto de la A- 6 —en alusión a la autovía que une ambas ciudades—, porque si la ventaja de Formoso en ambas provincias era suficiente, el sur no podría compensarlo jamás debido a que la afiliación en el norte es mucho mayor que en el sur. Y este sábado se vio: votaron 4.500 socialistas entre Lugo y A Coruña y apenas 2.775 entre Ourense y Pontevedra. Es de primero de matemáticas... y de política.

Pero sumar a Lugo a la causa tampoco era fácil, por mucho que Besteiro y Formoso se lleven bien. No hay que olvidar que el número dos de Caballero y responsable orgánico del partido, José Antonio Quiroga, es de O Saviñao. Pero hubo una serie de factores que resultaron determinantes para el giro lucense, la provincia que a la postre se convirtió en clave del proceso. Y entre ellos no hay que olvidar el incendiario artículo del propio Quiroga en este periódico, así como alguna que otra traición. Porque es evidente que, en Lugo, a Caballero alguien no le echó bien las cuentas.

Así, con la alianza del norte operativa faltaba presentarse ante el resto de la militancia gallega como una alternativa seria y viable. Y ahí hubo dos cuestiones determinantes. Por un lado, el batacazo de las autonómicas hizo buena parte del trabajo, porque confirmó a Caballero como un buen político, entusiasta y capaz, pero como un mal cartel electoral. Y por otro el papel de Ferraz, a quien no le hizo falta posicionarse a favor del de As Pontes, sino que le bastó con ir enviando a Galicia mensajes de su divorcio con Caballero. Muchos socialistas que no viven su militancia en la trinchera se dejaron guiar por Madrid.

Y eso enlaza directamente con la tercera y última conclusión de este proceso: que ni hay que sobrevalorar las primarias como ejercicio de democracia y libertad, ni hay que infravalorar a los aparatos de los partidos, porque al final son los que cocinan los votos. Que unos y otros tomen nota para la próxima.

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