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Una felicidad sin trampas

'A Very English Scandal'. BBC
photo_camera 'A Very English Scandal'. BBC

BASADA en un caso real, la serie A Very English Scandal cuenta la historia de una pareja homosexual en la que uno de los miembros acaba en juicio acusado de intento de homicidio del otro miembro. Probablemente no hubiera sucedido nada o —al menos— nadie o pocos se hubieran percatado, si no fuera porque el presunto asesino era un miembro reputado del Parlamento británico y el casi asesinado estaba decidido a que todo Londres viera el verdadero rostro y las verdaderas intenciones de su amor fallido. Sin embargo, la verdad, lo sabemos, es escurridiza.

Y creo que ese es, precisamente, el punto clave del relato, el que conecta con nosotros y con cualquier suceso de la actualidad en el que queramos pensar. Lo que se desliza por las rendijas, grietas sucias, sumideros, agujeros negros y profundísimos, es la primera verdad. Lo que, en realidad fue, en un primigenio estado, deviene en otra cosa, tergiversada, retorcida, desconocida. El resultado es una nueva verdad, producto del sujeto colectivo. Es un trabajo duro, un esfuerzo encomiable, tratar de que la verdad original no se corrompa.

Para la mayoría, lo mejor es esconderla y evitar así toparse con ella de frente. Este hombre, por ejemplo, no parecía, de entrada, un asesino. Era un político en ascenso, intentando hacer carrera, con la ambición necesaria, los contactos apropiados, los apoyos imprescindibles. Vamos a presuponerle también una cierta tendencia a la defensa del bien común (ese, y no otro, es el objetivo de todos los políticos ¿no?). Entonces va, y se enamora. Y lo que hasta ese momento había sido, digamos, una vida íntima salpicada de relaciones esporádicas sin más compromiso, sin más servidumbre, pasa a ser una historia de amor verdadero que se acaba convirtiendo en una rocambolesca pesadilla.

En aquel tiempo, la Inglaterra de los años setenta, la homosexualidad acababa de ser despenalizada. En aquel tiempo, aun así, la felicidad de algunos era todavía delito para muchos. Así que ese hombre de Estado, ese aspirante a primer ministro, ha de elegir. Es entonces cuando empieza la persecución, el acoso y derribo, la destrucción total del otro, y, como consecuencia irremediable, de sí mismo.

Al principio fueron rumores que, poco más tarde, desembocaron en pruebas fehacientes: señales de encuentros, cartas de él a él. Primera plana de todos los periódicos, la prensa a la búsqueda de la noticia escándalo. Lo que se le ocurre al hombre, al político, acostumbrado a resolver entuertos; lo que inventa para salir de la angustiosa situación que adquiere, a medida que transcurren los días, tonalidades oscuras, chirriantes, es, ni más ni menos, planear el asesinato. Se lo encarga a otros, por supuesto, sin imaginar por un instante que, en un futuro no demasiado lejano, se habría de sentar con ellos en el banquillo. Se lo encarga a sus más allegados y complacientes amigos. A sus humildes servidores que harían lo que fuera por él. Hace el pedido, como si se tratase de cualquier otro trabajillo, un tanto turbio, pero normal, dadas las circunstancias. Comprensible, vamos.

El hecho en sí no se consuma. El proceso todo resulta un tanto chapucero debido a, pongamos, la falta de costumbre. Es aquí donde Stephen Frears —el director de la serie— maneja el humor con soltura, esa atmósfera en la que, a pesar del drama, destaca la parodia, donde muestra a los personajes en su momento ridículo. Todos los protagonistas están fuera de su elemento y es ahí —y es por eso— donde patinan. Porque se han convertido en otros, por que han de aprender y utilizar unos códigos que les son ajenos.

Ese desplazamiento es la base del humor negro, tan inglés. Otro aspecto que contribuye a la sonrisa es el recorrido del otro protagonista, el del joven enamorado que, poco a poco, va adquiriendo fuerza avanzando en un sentido contrario. Ese personaje posee un patetismo entrañable, una indefensión absoluta y, a la vez, un orgullo y una dignidad que le permiten no doblegarse ante la avasalladora fuerza que tiene ante él. Y tiene otra cosa: sabe tratar, mucho mejor que su adversario, la cosa pública. Así, la balanza se inclinará a favor y en contra de alguien.

Existe todavía un camino largo y accidentado para que la verdad sea la verdad sin trampas. Para que la felicidad no suponga penas de ninguna clase.

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