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Las historias son adictivas

The Act.
photo_camera The Act.

UNA SERIE de ocho episodios que da miedo no porque esté concebida como una historia de terror sino porque está basada en hechos reales y lo que cuenta, de verdad, produce escalofríos. Resulta imposible hablar de ‘The Act’ sin revelar las claves del asunto, así que, desde aquí, les insto a que la vean, y luego ya podremos comentarla. Si no conocían el caso, se van a quedar de piedra y si habían oído hablar de él, no será tiempo perdido contemplar las actuaciones de las dos protagonistas. No adelanto más. Se me ocurren varias opciones para rellenar el espacio que me queda: tendría sentido comentar el auge de las series que eligen una historia real para contar, cada vez hay más y de mayor calidad. Recuerdo, ¿recuerdan? Aquellos telefilmes que se emitían después de comer. Ahora estamos viviendo la versión sofisticada. Bien, aprovechémosla. Sobre todo porque no se extraen las mismas conclusiones de una buena obra que de una mala. Aunque la historia sea igual, la manera de contarla va a hacer que nos sintamos atraídos por una especie de fuerza muy poderosa, va a conseguir que, una vez acabada la serie, sigamos pensando en ella. ¿Y de qué sirve pensar en series que ya vimos? Pues alguien puede decir que de nada útil. Y es posible que tenga razón. No es como si nos tocara la lotería, como si no tuviéramos que volver a trabajar, como si liquidáramos los problemas más acuciantes de la existencia de un plumazo. La utilidad de la reflexión habita en otra parte, camina por otros derroteros. Es algo que pasa con todas las historias, estén en la forma que estén. Y eso es lo fascinante. Pongamos ‘The Act’ como ejemplo de los pensamientos y de las emociones que despierta: miedo generado por una situación cruel, tremendamente perturbadora; nerviosismo y perplejidad provocados por el conocimiento de que eso que pasa en las imágenes ocurrió en la realidad; preguntas sobre el funcionamiento de la mente, sorpresa por la fragilidad y, al mismo tiempo, por la potencia arrebatadora del comportamiento humano.

Cuestionamientos sobre el control de los instintos, la mesura de las acciones y, también, la vorágine de la enfermedad mental , y del desequilibrio. Reflexiones acerca del odio y sus circunstancias, de la venganza y su entorno, de la rabia, del rencor, de la necesidad de una reparación, de un descanso, de una especie de justicia.

Cada historia es un mundo y, si nos la cuentan bien, habrá miles de conexiones dentro de ella que nos remitan a algo nuestro a pesar de que la narración no tenga nada que ver con lo nuestro. Porque de lo que se trata, al fin y al cabo, es de darle vueltas a eso que nos lleva a actuar, se trata de hablar de eso que nos mueve y nos detiene, de pronto, de eso que nos empuja a seguir por un camino marcado o a explorar terrenos vírgenes o a juntarnos para sentirnos protegidos o a aislarnos para evitar que nos hagan daño.

Si se toca en alguna de esas ramificaciones que nos conforman, si se tira, a sabiendas, con rotundidad, de uno de esos hilos, es seguro que vamos a notar la sacudida. Puede que no nos guste que nos zarandeen así. Absténgase, pues, de ver o leer historias sobre nosotros mismos, todos aquellos que no quieran ser impelidos a a cierto terremoto emocional y racional. Todo aquellos que crean que la vida ya está construida y que el resto —pensar sobre ella — es inútil.

Se podría hablar, además, de la mirada. Me refiero a esa mirada específica que se tiene a la hora de abordar una historia. La mirada lo cambia todo. Pongamos de ejemplo esta serie, ‘The Act’. Si el enfoque narrativo se hubiese centrado en otros personajes, un suponer: las vecinas, y si a través de esas vecinas los espectadores fuésemos componiendo la historia de las otras —las protagonistas reales— entrarían más elementos y el puzle se compondría de otra forma. Son maneras de verlo, que es casi lo mismo que decir, son maneras de estar en el mundo y contemplar las cosas desde ahí. Así que es importante, o interesante, al menos, pensar un poco en el lugar desde el que se mira para tener en cuenta todo lo que se tiene alrededor y lo que se puede ver desde esa posición. Estar plantados en un sitio indica, muchas veces, un posicionamiento. Y eso ya empieza a ser intrigante. ¿No creen?

Las historias son adictivas. Vean ‘The Act’. Pásmense. Y luego cuéntenmelo todo.

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