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Los propósitos

Nuestro cerebro traidor cree que el mero hecho de contar nuestros planes es el primer paso para conseguirlos y se relaja

EL ODIO ES un elemento movilizador de primer orden, propicia profundos cambios vitales, echa a andar carreras enteras. Leí el otro día a una guionista que estrena serie estos días contando que hace trece años iba ella en un tren, abrió la Vanity Fair, leyó el artículo de Christopher Hitchens que defendía que las mujeres no son graciosas, pensó "que le jodan" y dejó todo para empezar a trabajar en un programa de comedia. Yo escribo cada Navidad —llueva, nieve o se abra la tierra— dos artículos por estas fechas con la misma temática: el odio a esas fiestas y los planes para el nuevo año. Dios mío, soy Javier Marías. 

Este 2020 me pilló diciembre con poca inquina y hasta me planteé si no sería que los gustos se me habían dado la vuelta, en plan calcetín, y ahora apreciase las navidades. Y no, me siguen espantando, solo que este ha sido un año tan inquietante que ahora odio menos. Se me ha rebajado el encono, lo noto, pero se me ha subido el nivel de las cosas que me dan igual y creo que estoy en ese punto con la Navidad. Hay que pasarla. Tiene eso de bueno que te afecta menos, pero tiene de malo que carece por completo de fuerza creativa. Las cosas que no te importan no dan para un artículo, mucho menos para uno al año. 

También entro en 2021 con otro espíritu y una aproximación diferente a mis propósitos. He pasado por todas las fases: compartir listas de objetivos bastante ambiciosos, rebajar mis expectativas a solo unas pocas cosas alcanzables, limitarla a una de apariencia modesta y, finalmente, a ninguna. Es decir, concebirme casi como a mis plantas: la meta es vivir otros 365 días; venga, va. 

El PortalónPero es que ha venido este año, justo este, en el que a mí, a mí personalmente, apenas me ha pasado nada, o pocas cosas, o al menos pocas si se comparan con el cómputo general, o pocas por fuera pero terremotos por dentro, y me ha cogido por las solapas de la americana (en mis ensoñaciones llevo americana) y me ha sacudido como si le debiera dinero (mucho), vapuleándome a base de bien, (para eso ensueño trajeada), despertándome de golpe y, ahora, no es solo que odie menos, es que además quiero proponerme cosas. Y hacerlas. La osadía. 

Seguramente esto pruebe que somos cíclicos y que, igual que no debes tirar tus camisas con chorreras sino esperar a que vuelvan a estar de moda, puedes también aguardar con paciencia a que te entren ganas de comportarte exactamente al contrario de como solías hacer. 

Total, que he entrado en el año con algún propósito, pero sin contarlo. He leído que nuestro cerebro es traicionero y que, cuando empiezas a hablar de tus objetivos, interpreta ese hecho, el mero transmitir, como el primer paso de una acción. Es un fenómeno que me resulta muy curioso porque sé que hay gente que habla de sus planes precisamente porque cree que así tiene más posibilidades de cumplirlos. Esa es la gente que anuncia que ha dejado de fumar y externaliza la vigilancia tabáquica, la que espera que seas tú quien no le des tabaco, ni fuego, que le recuerdes su meta cada vez que una boquilla se acerque a sus trémulos labios, que le afees esa acción. 

Yo no dudo de que mi cerebro sea así, un órgano convencido de que decir algo es una forma primigenia y básica de hacerlo, un prometedor comienzo. Que me escuche, repantingado en el interior del cráneo, contar mis planes, se frote las manos, se desabroche el primer botón del pantalón y decida echarse una siesta hasta el año que viene, olvidándose de mí, de mis dos mil libros sin escribir, mis trescientos idiomas sin aprender, mis dos millones de deportes sin practicar. Como no me fío de él, me callaré ahora y más adelante y solo hablaré después, mucho después. 

Se atribuye a Camba, pero también a Dorothy Parker, esa frase de "odio escribir, pero me gusta haber escrito". Ahí está. Con ese segundo tiempo verbal hay que desvelar los propósitos, cuando no son planes sino pasado ya cumplido.

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