Supuse que sería otra de esas modernidades contra las que estrellarme, pero era demasiado atractiva como para dejarla pasar... casi mágica. La aplicación prometía que si fotografiaba un viejo negativo la imagen aparecería en mi teléfono en formato digital. Dudé mucho, pero me armé de modernidad y probé con el único recuerdo en formato microfilm que guardo. Apunté a uno de los fragmentos que conservo de aquella excursión a los Ancares con los compañeros de facultad y el teléfono rebobinó 30 años de mi vida en un segundo. La imagen era borrosa, como los recuerdos, pero eso le daba un encanto especial. Orgulloso de mi éxito con tecnologías futuristas me pregunté cómo algo así podía ser gratis. Quise enviar por WhatsApp una fotografía a un amigo que salía en ella y la aplicación me dijo que nanái, que para eso había que pagar. ¡Qué listos! Saben que lo que se busca en ese pasado sin revelar es la vida misma; que no existe si no se comparte. Busqué una solución y no se me ocurrió otra que sacar una foto de la pantalla del móvil, con lo que perdió un poco de más calidad. Se la envié y me contestó: "Parece una imagen del siglo XIX".... y yo pensando que había estado cerca del XXII.
