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Otra vuelta a la muralla

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Regreso del Hula con la segunda dosis de Pfizer recién puesta y pienso que volver a casa sería demasiado vulgar; una falta de respeto a quienes han conseguido en tiempo récord una vacuna con la que tumbar al monstruo. No sé bien adónde ir, así que opto por hacer lo que hacemos los lucenses cuando se avecina algo importante: me voy a dar una vuelta a la muralla. Es cerca del mediodía y el azul se abre hueco poco a poco en el cielo después de varios días de lluvia. Los vencejos pasan rozando las cabezas, como kamikazes que cambian de idea a última hora, y desde algunas casas llega olor a comida. Juego un rato a ser Indurain y a calcular a qué altura adelantaré a los paseantes que tengo por delante. Me imagino hace un montón de años en el patio de mi colegio y me asombro de la cantidad de casas en decadencia que se ven durante el trayecto. Alguna está a un par de vueltas de convertirse en una ruina de la Acrópolis. Veo a unos turistas que sacan una fotografía a una vieja vivienda de piedra que resiste a duras penas entre dos edificios que parecen estar apretujándola hasta hacerla estallar. Cuando se van yo también le hago una foto. Llego al punto de partida y no encuentro un plan mejor que dar otra vuelta.

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