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Nada que envidiar

asdasdas

Bajo los acordes del himno de Galicia todo se ve de otra forma. El enemigo no lo es tanto cuando la misma bandera ondea para los dos clubes. ¿Por qué tantas ganas de vencer? ¿Por qué tantos nervios? ¿Por qué da tanto miedo la derrota?

Antes del partido me acordé de aquellos derbis con el Oar en el viejo Municipal, con Nate Davis encarándose con la afición celeste o con los seguidores ferrolanos sitiados en la grada. Fueron muchos años luchando por el cetro del baloncesto gallego. Ni el himno amortiguaba semejante tensión.

¿Pero con el Obradoiro? ¿De dónde sale tanta rivalidad si los caminos de ambos equipos apenas se han cruzado? Supongo que la respuesta está en las formas, que unas veces son lo de menos, pero otras no. Otras lo son todo.

Fueron muchos años picando piedra para ver cómo a cien kilómetros llega un tipo con un Ford Fiesta blanco y un jersey amarillo y se lleva el premio gordo sin derramar una gota de sudor

Sólo en el Pazo saben por lo que pasó el Breogán para recuperar su plaza en la ACB. Años picando piedra, sudando, llorando, buscando  bocanadas de aire en plena agonía; para, de la noche a la mañana, ver cómo a cien kilómetros llega un tipo con un Ford Fiesta blanco y un jersey amarillo y se lleva el premio gordo sin derramar una gota de sudor. ¿Es eso envidia? Puede ser en cuanto al objetivo, pero no en cuanto a las formas.

El Obradoiro no tiene culpa de haber llegado a la ACB por la vía rápida; es más, perdió su plaza y la recuperó con solvencia al año siguiente  para firmar una notable trayectoria en la élite, pero las cosas saben mejor cuando se trabajan, cuando eres capaz se sobreponerte a las dificultades, cuando te haces con el mando en el marcador pese a que Kinsey se lesiona a los dos minutos, cuando pase lo que pase en ataque el equipo se deja el alma en cada acción defensiva, cuando acabas el partido extasiado en un Pazo que, visto lo visto ayer, no tiene nada que envidiar. Ni a nadie.

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