Llegan desde más allá del muro noticias sobre trenes gratuitos que unen urbes conectadas también por autopistas por las que transitan autobuses a los que, para subirse, basta con depositar en taquilla poco más que las vueltas del pan. También desde más allá del muro llega, todavía, el eco de los conciertos del caluroso verano al que hace poco dijimos adiós. Se pueden distinguir, no sin esfuerzo, acordes de bandas de renombre internacional. La calidad del sonido depende de hacia dónde sople el viento, y hacia aquí es raro que sople; si acaso una ligera brisa que nos recuerde lo mucho que se puede sufrir entre polvos pica pica si se le roba la chica al músico equivocado. El San Froilán está a la vuelta de la esquina y desde el interior de la muralla se lanzan mensajes pidiendo ayuda a los habitantes de más allá del muro para hacer unas fiestas de altura. Lo que llega de vuelta es confuso, algo sobre cambiar las raciones de pulpo de las casetas por otras de mejillones... es todo muy raro... debe de haber alguna interferencia. El muro lo complica todo. Tal vez por eso no se vio por televisión el partido de competición europea del Breogán del otro día. Maldito muro. Casi era mejor tirarlo. Porque ese muro existe... ¿verdad?
