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La ley de la tercera ola

Sin nombre
photo_camera Oleaje. ENRIQUE GARCÍA RAMOS
De chavales jugábamos con las olas. Nos metíamos en el agua hasta la cintura y esperábamos por ellas para que nos devolvieran a la orilla como si fuéramos un tronco a la deriva. Venían por rachas, a montones, después de periodos de calma, así que el secreto estaba en escoger a cuál montarse. La elegida podía ser la buena, pero la siguiente podía ser mejor, o podía no haber otra y entonces te quedabas tiritando con el agua por el ombligo mientras tus amigos se estrellaban contra la arena en medio de gritos y carcajadas. Con el tiempo llegamos a descubrir una máxima que aún a día de hoy desconozco si era cierta, pero que nos servía para evitar disgustos: la más grande era siempre la tercera de cada serie. Y no había discusión, allá íbamos sin miedo a que la cuarta fuese mayor... y si no venía otra detrás, pues que no viniese, nosotros ya estábamos empapados en risas. En el extraño verano de 2020 solo fui un par de veces a la playa. Y allí, con el agua por la cintura, mirando mar adentro, me alegré de que hubiese pasado la primera ola. Ahora, en pleno otoño, lejos del mar, vuelvo a tiritar como un niño al ver cómo nos salpica la segunda y al recordar que hay una ley que dice que la más grande siempre es la tercera.

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