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Bajarse de un Freire

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photo_camera Subirse a un Freire. VICTORIA RODRÍGUEZ
Pobre del que que nunca en la vida se haya subido a un Freire. Y pobre, mucho más, el que nunca se haya bajado. Pobre del que no haya esperado bajo un cielo gris la llegada de un autobús a juego con las nubes, color plomizo, ideal para camuflarse en la ciudad que no se entiende sin la lluvia. Pobre del que en aquellos asientos no se haya sentido cabalgar hacia lo salvaje, hacia amigos, hacia amores, hacia libros, hacia resacas, hacia decepciones. Pobre del que no eche de menos ser joven. Y pobres los que hoy leemos que ese viaje nunca más se hará en un Freire; que esa ruta será ocupada por carruajes con colores más vivos que librarán una dura batalla por hacerse más fuertes que la lluvia. La perderán, como nosotros perdimos otras tantas. Solo nos queda un consuelo: no volveremos a cruzarnos con uno y así evitaremos esa amarga lástima por no ir dentro apestando a tabaco. Pobre del que no tenga un Freire en su vida que echar de menos; fuese del color que fuese y llegase a la ciudad que llegase. Pobre del que no acumule recuerdos de una época en que el tiempo viajaba sin frenos en un asiento de tela gastada. Pero más pobre el que tenga la sensación de que aquellos autobuses no tardaban en llegar.

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