Blogue | Que parezca un accidente

Fracasar en Fin de Año

A VECES sales de copas un sábado por la noche con tus amigos y no te lo pasas bien. Te aburres. Casi te arrepientes de haber salido. Al día siguiente tendrás resaca, te has gastado un dineral, has estado en los sitios de siempre escuchando la música de siempre y no te has divertido. Menudo desperdicio. Con lo bien que habrías hecho quedándote en casa, pidiendo pizza, abriendo un par de latas de cerveza y viendo Blade Runner por decimocuarta vez, te dices mientras cruzas cabizbajo el portal de tu edificio, echando cuentas de las horas que podrías llevar durmiendo ya. Cuánto se habla de salir de fiesta y qué poco se habla de tener que volver a entrar.

No sabes muy bien por qué ocurre. Pasárselo mal un sábado por la noche con amigos casi parece imposible. Un acto aberrante. Contra natura. Y sin embargo sucede a menudo. Sucede, de hecho, muchas más veces de las que querríamos aceptar. A la semana siguiente o a la otra vuelves a probar fortuna porque tu memoria se ha refugiado en cierta vez que saliste de copas hace unos meses y la noche fue apoteósica. O peor aún: se ha refugiado en cierta vez que tus amigos salieron de copas hace unos meses, la noche fue apoteósica y tú no estabas allí. Y como no quieres que eso vuelva a ocurrirte y que la juerga te encuentre durmiendo, vuelves a salir. Aunque sea un sábado insustancial y mortecino a mediados de octubre. Porque si esa noche termina siendo un fracaso, en el fondo tampoco pasa nada. Sábados insustanciales y mortecinos a mediados de octubre hay de sobra a lo largo del año. Pero otra cosa es Nochevieja. Sabes que no habrá otra noche de Fin de Año en doce meses. Dispones de una sola posibilidad. El fracaso no es una opción. Es la noche en la que sale todo el mundo. En la que es imposible no divertirse. Te has vestido mejor que para una boda, te has dejado una pasta en las entradas de una fiesta carísima y las copas que te tomes de camino hasta allí te las van a cobrar a precio de coltán. Llegar a casa antes de las ocho de la mañana constituiría un fracaso. No cargar la noche de anécdotas memorables constituiría un fracaso. Si hace falta, mandas a paseo a algún amigo cargante, pero tú esa noche sales a divertirte. Con toda la presión de tener que disfrutar a toda costa. Pocas expectativas son tan altas como las de la noche de Fin de Año y eso supone apostar fuerte. Si alguna propuesta tiene buena pinta, se lleva a cabo. Caiga quien caiga.

La consecuencia suele parecerse mucho a una secuencia de diapositivas. Te ves a ti mismo con corbata abrazado a gente. Después en una barra haciendo el bobo. Después en la fiesta carísima. Más tarde en la casa de alguien, no sabes muy bien cómo has llegado hasta allí. Ya no llevas la corbata. Al cabo de un rato estás en una discoteca. Las siguientes diapositivas te avergüenzan un poco pero te hacen reír. Las siguientes son lamentables. Por fin has recuperado tu corbata y estás con unos amigos tomando chocolate con churros en algún bar. Vuelves a casa tras una noche gloriosa.

Llegar a casa antes de las ocho de la mañana sería un fracaso

maruxaEs un éxito que se reconoce en Año Nuevo. Sales a la calle a media tarde con actitud triunfante, recién levantado, con un dolor de cabeza insoportable y una inapelable sonrisa de satisfacción. Apenas te cruzas con diez o doce personas, es un día para descansar, pero enseguida distingues a los triunfadores. Tienen tus ojeras, el pelo chafado por la almohada, los ojos vidriosos y caminan igual de erguidos y orgullosos que tú. Ya has perdido la cuenta de las noches de Fin de Año que has salido victorioso y todos los años te dices lo mismo: que venga la siguiente. No sería descabellado afirmar que casi eres invencible...

Hasta que tienes hijos. Hace un rato ha entrado mi mujer en mi despacho. Yo estaba escribiendo algo sobre Vacaciones en Roma. Me ha recordado que esta Nochevieja no salimos porque no tenemos con quien dejar a la niña y que nos acostaremos temprano, nada más tomar las uvas, porque al día siguiente hemos quedado con un grupo de amigos que también son padres de niños pequeños y que han decidido juntarse en una cafetería cercana para desayunar todos juntos. "Te lo comento porque acabo de hablar con Ana y pasarán a buscarnos por el portal a eso de las nueve —ha dicho sin poner cara de estar diciendo una barbaridad—. Que seguro que ya estabas pensando en salir en Fin de Año".

Y de repente me he visto a mí mismo viniendo hacia mí al fondo de la calle, regresando de una Nochevieja triunfal mientras yo voy a desayunar con un grupo de padres y críos a las nueve de la mañana. Y he sabido lo que he pensado de mí. Y he sentido la necesidad de detenerme y decirme que a ver si maduro un poco. Que madrugar en Año Nuevo es propio de adultos. Pero no me he atrevido a hacerlo. Suelo adivinar cuándo me estoy mintiendo.

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