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Viernes, 13, en París

LA REVOLUCIÓN de mayo de 1968 duró todo el mes de las flores y pasó a la historia de los acontecimientos notables que contribuyeron a cambiar el signo de los tiempos. Fue una guerra civil de ideas y de canciones, y de grandes y pacíficas manifestaciones que, más que miedo, imponían respeto. Unos cantaban la Marsellesa y otros cantábamos la Internacional; a veces intercambiábamos las canciones; yo las cantaba alternativamente, según las banderas de la manifestación de turno. Así aprendí a emocionarme con cualquiera de las dos; las dos, letra y música, hacen vibrar los sentimientos. Para la Internacional, el punto de tensión suprema entra con "C’est la lutte finale", para el himno nacional hay que llegar a los arreones finales: "Aux armes, citoyens, formez vos bataillons. Marchons,marchons!"… Para entonces, a uno se le ha ido la idea que lo llevó a la manifestación y es hora de ir a tomar algo al boul Mich o a Saint Germain des-Pres, donde, en la terraza del Flore, pontifica Sartre y camina Mitterand hacia el taburete de la barra de la brasserie Lipp. 

Pero esa estampa es vieja, de hace cuarenta y siete años, era mayo, París y primavera; dormíamos con los sueños y nos levantábamos seguros de que "debíamos ser realistas y pedir lo imposible"; nos esperaba la marcha de la Bastilla a la República, teníamos que atender a los Vietnam-Vietnam, de Ho Chi Minh, que negociaban -en el palacio de España de Kleber, donde residió Isabel II durante su exilio, hacía justo un siglo- con vietnamitas del sur y con los americanos la retirada de las tropas y el diseño final de la península de la antigua Indochina. En un mes no habían acordado ni la forma que debía tener la mesa de negociación. Así que los tres mil periodistas destacados en París por la paz de Vietnam, nos íbamos paseando hasta Saint-Germain-des-Prés, vía principal del Barrio Latino. Yo acudía a un surtidor de gasolina con el carnet de un amigo diplomático a llenar el depósito, porque sólo unos pocos podían hacerlo. Alguna vez me veía con Alberto Oliveras -¿recuerdan: "Ustedes son formidables"?- que volvía el viernes de hacer el programa en Madrid y me traía un poco de dinero de la familia, porque la PTT, Correos, estaba también en huelga y los cheques se atascaban. Hasta la noche, había tiempo para todo. En casa de Alberto, muy próxima al campo de batalla de estudiantes y CRS (Cuerpos Republicanos de Seguridad), me encontraba a veces con Paco Ibáñez, el cantautor más famoso de aquellos años. Con él estuvimos, sentados en el suelo del escenario del Olimpia, la noche de su consagración internacional; todavía nos reconocemos, Begoña y yo, en la foto que hace de portada del longplay. 

Los viernes, el sarao de las barricadas duraba un poco más y el intercambio de munición estudiantes-CRS solía rematarse cuando se agotaba el arsenal. Pero ni los estudiantes abandonaban sus posiciones ni los CRS reculaban. Cuando se apagaban las hogueras se establecía tácitamente la tregua. Yo tenía que salir de La Sorbona, donde recalaba casi todas las tardes en busca de información, para dictar, por teléfono, en un bar próximo, mi crónica, apenas garabateada en un cuaderno de tapa negra de hule. Pero éstas son ‘hazañas’ de hace casi medio siglo. La revolución de mayo de 1968 duró un mes, y tuvo dos víctimas mortales: un hombre atropellado por un camión cargado de ‘pavés’, de adoquines para las barricadas estudiantiles, en Marsella, y un joven que trapicheaba con droga y no pagaba al proveedor, en París: en plena carga de los agentes galácticos, recibió una cuchillada mortal . Ah, y un tercero, un trabajador de la Renault que corría delante de los mismos agentes acorazados y se lanzó al Sena sin recordar que no sabía nadar. 

El viernes último salió 13 en París. Lloro sobre la sangre inocente, derramada en nombre de Dios. ¿Queda todavía algún imbécil que concibe a un Dios carnicero? No se oyen las voces de las autoridades del islam. Silencio tras el horrendo crimen y la inmolación, terror. Hace unos días, el muftí Abdelaziz al Sheij, el más importante de Arabia Saudí, advertía a los musulmanes que no debían orar a Dios contra los americanos dannificados por el huracán Sandy: "Eso es inadecuado -asevera el muftí- porque entre los dannificados hay una gran comunidad musulmana". O sea, que no quiere que muera Sansón con los filisteos. Al contrario que los otros.

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