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Pero pronto doy la vuelta

Con su permiso, lo dejo en puertas de la Epifanía por excelencia, el mostrarse del Rey de los angelitos a los reyes magos que, para ser los tres reyes, magos y de Oriente, son un modelo de comportamiento, diálogo y acuerdos sin fisura, como el de burlar a Herodes, que esperaba su informe secreto para ejecutar ¡pobres!, a los Inocentes. Como hoy, como esos sanguinarios personajes, reyes de Arabia, pero no magos ni, menos, santos. El día de los reyes es el día de la Epifanía, como digo, y creo que un buen día para hacer un receso en el trabajo del fin de semana. Son cerca de treinta semanas con la azada en la memoria, buscando, sin demasiado orden, a la correspondiente epifanía, exótica, ilustrada por fotos curiosas y antiguas…... 

Tengo por aquí unas cuantas que dejo para cuando -lo más pronto posible- dé la vuelta, como la ranchera anuncia. Me quedo con las ganas de dedicarle epifanía a mi entrañable Eugenio Montes, el gran escritor y amigo de Bande, con el que conviví en Roma sus últimos años de corresponsal de ABC y alguno de director del Instituto Español en la capital de Italia. Nos citábamos en el café Grecco de Vía Condotti, a donde solía acudir también el exiliado Dionisio Ridruejo a la caída de la tarde. Yo llegaba antes porque escribía en la Stampa Estera (la Asociación de la Prensa Extranjera), al lado, en vía de la Mercede, frente a Correos. Entraba Eugenio: «¿Ha pasado algo?», preguntaba, y se respondía él mismo : «Nada, está todo en calma, supongo». «Bueno, ha caído el gobierno. El PSI puede convocarse elecciones de un momento a otro». «¡Vaya!», se lamentaba, no mucho: yo le daba mi crónica que acababa de enviar: «A ver si te sirve». Más de una vez la escribí entera; él estaba de acuerdo y firmaba. Igual que el corresponsal de otro importante diario, éste no madrileño. Cuando llegaban las vacaciones de verano, alguna vez atendía a los dos, además del mío, el YA. «¿Por cual vas?», preguntaba Ridruejo, levantando la cabeza del cuaderno en que escribía. «Por Eugenio, que es más renacentista y, sobre todo, más imperial». Recuerda ‘El viajero y su sombra’ o ‘Melodía italiana’, su ensayo sobre la corte siciliana de Federico II en parangón con la del español Rey Sabio, Alfonso X de Castilla. 

Vestido con el uniforme de la Falange, Eugenio daba unas conferencias espléndidas. Fue de los primeros al lado de José Antonio, pero también fue de los más contenidos. Su matrimonio con Natividad Zaro fue un acontecimiento. Ortega y Gasset le acababa de dirigir la tesis de Letras cuando conoció a Nati, ese ciclón de ideas estéticamente avanzadas en teatro. Hacían una pareja que, a simple vista, parecía muy dispar. Pero casaban bien, ya lo creo; Nati era el empuje, él ponía la calma. Se conocieron durante la República, yo la conocí mucho más tarde, en Roma y con ella, ya en Madrid, sobrellevé la agonía de Eugenio en 1982, el último verano de su vida, Los médicos de la capital estaban todos fuera, de vacaciones o de congresos. Ya hablaremos de ese verano con Nati y Eugenio. A la vuelta, si llego a tiempo. 

Mientras, dejo ahí una vieja imagen que compré, hace años, en la plaza Mayor de Madrid un domingo fresco de no sé qué año. Muchos, supongo. Y, vuelvo a lo mío, a las epifanías, despidiéndome a la italiana y romana: ¡Arrivederci!

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