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Gallaecia fulget: Darío Villanueva

Darió siempre corresponde, siempre contesta, pero, sobre todo, siempre trabaja


EL PASADO sábado, día 26, se cumplieron los veinte años de la solemne celebración del V Centenario de la Universidad compostelana, presidida por los anteriores reyes. El entonces rector tuvo el acierto de desviar las loas propias de la conmemoración hacia el pueblo de Galicia que encarna el carácter, el modo de ser de la comunidad de gentes, de las que Santiago es capital espiritual y cultural. No en vano Santiago ha sido declarado patrimonio cultural de la Humanidad. Recuerdo bien aquella fecha conmemorativa: el rector no citado todavía, Darío Villanueva, tuvo la gentileza de invitarme cuando los invitados, creo recordar, eran todos rectores. Y yo, no. Y la recuerdo con emoción, además, porque Darío, con su paso tranquilo y su sonrisa apenas esbozada, me sacó de algún apuro; por ejemplo, me dejó su medalla de doctor —yo me la había dejado en Madrid— para que, por lo menos, fuera uno más en el protocolo. Ya sabía yo quién era Darío Villanueva, pero allí conocí mejor el carácter y el temple del rector villalbés.

Lo conocía, sobre todo, por sus trabajos de literatura comparada y algunos otros más teóricos —su cátedra y la mía eran la misma: Teoría de la Literatura y Literatura Comparada—, y yo había reseñado algunas de sus publicaciones en el diario Ya, del que fui crítico literario durante un cuarto de siglo. Cuando me jubilé y me vine a vivir a Boiro, colaboré con él y con Fernández Albor en el grupo Literapia, tarea preciosa dedicada a estimular las dotes literarias en los niños de larga hospitalización. Impresionaba su capacidad creativa mientras vivían amarrados al dolor, sabiendo que su casa era el hospital … y por mucho tiempo. Pero Darío era académico, era secretario de la Academia y es, desde hace casi año, director de la citada Real Academia de la Lengua. Y ya no puede estar en Santiago y en Madrid al tiempo. Hasta hace poco, se pasaba la vida en el aeropuerto. Ahora, un poco menos. Pero hace huecos para los amigos: hace poco más de dos años presentó mi libro ‘Literatura y existencia’ en el Ámbito Cultural del Corte Inglés de Madrid. Darío siempre corresponde, siempre contesta, pero, sobre todo, siempre trabaja. Ahora mismo estoy leyendo dos libros interesantísimos suyos, uno, ‘Significado y estructura de la familia de Pascual Duarte’, y otro sobre ‘Poesía y cine, de Whitman a Lorca’. Dos joyas, dos muestras de la interrelación cultural que Villanueva traza mejor que nadie. ¿Y qué decir del trabajo ímprobo que supone la edición y los prólogos necesarios de Obras Completas —de Valle Inclán, de doña Emilia, de Dieste, etc?

Naturalmente, el viejo crítico no puede dejar de anotar dos pequeñeces que le han chocado en la lectura. Una, el prólogo a la edición popular del Quijote, que ha publicado la Academia con motivo del cuarto centenario de la muerte de Cervantes (1616), con prólogo de Darío. ¡Vaya pieza! Si los 14 euros de precio del libro animan al lector a comprar y regalar ejemplares, hablar del dialogismo de Bajtin y algunos significados léxicos más de nuestra jerga de teóricos, en la entrada misma del texto, puede ser un reparo para el ánimo del valiente que se dispone a echarse al coleto del alma más de 1200 páginas. Demasiado para un lector corriente, ¿no crees? Pero magnífico, de veras.

La segunda pequeñez tiene nombre de omisión. Hace años, en alguno de esos lugares donde suelen vender libros usados, encontré un ejemplar de ‘La familia de Pascual Duarte’ en edición de Las Americas Publishing Company de Nueva York. ‘'Edición especial autorizada por el Autor'’, lleva como apéndice un '‘estudio crítico de Emilio González López'’. Me pregunto si, dada la categoría del coruñés y exiliado profesor de la New York University y la biografía política del editor y crítico, no sería útil llamar la atención sobre esa presentación americana con el ‘'significado’' del Pascual Duarte de don Camilo, el padronés del Nobel.

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