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Y respiramos aliviados

Las ausencias en el cuarenta aniversario del 23-F son expresión de una polarización radicalizada

Señor director:
Sin nomqweqweqwbreLa polarización de la política española quedó reflejada en el acto que recordaba el fallido golpe de Estado del 23- F. "La invitación llevaba escrito el fracaso", según el Aitor Esteban, portavoz del PNV. No asistió pero tampoco participó del comunicado de los ausentes que se definieron por su posición antimonárquica. Entiendo que se celebraban las libertades, la tolerancia, la experiencia de la tarde-noche del 23- F: del temor a respirar aliviados de madrugada tras el mensaje de Juan Carlos I. También se reivindicaba la figura de este: los hechos son hechos tanto para los repugnantes comportamientos "incívicos", como los calificó Pedro Sánchez, que reflejan las regulaciones fiscales, como el "tranquilo, Jordi, tranquilo", que contó el presidente de la Generalitat le había transmitido el Rey la noche del 23-F. Fue todo un mensaje ese y sobre todo el televisado de madrugada: la involución autoritaria antiliberal, como una maldición en la historia de España, no se había consumado.

Lo anormal hubiese sido que Felipe VI no recordase la actuación de Juan Carlos I aquella noche.

Ausencias relevantes

Claro que el rechazo encontrado a esta celebración, al menos curiosa por original, no pudo sorprender a quien para la organización de un acto así en el Congreso, la única comunicación previa que establece con los grupos políticos presentes es el envío de una invitación para asistir. Esa es la versión, no desmentida, de quienes no acudieron. El Congreso, que representa a todos, no debería funcionar así.

Las ausencias y sobre todo el comunicado conjunto son relevantes: las posiciones sobre la forma en la Jefatura del Estado y los nacionalismos secesionistas abren profundas zanjas de incomunicación y desencuentro. La figura de Juan Carlos es la de los comportamientos repugnantes que hay tras las regulaciones fiscales, como la de esta semana, pero, mientras no se demuestre lo contrario, es también la que afirmó que la Corona «no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretenden interrumpir por la fuerza el proceso democrático».

Ya le apuntaré a las nieblas que con el mantenimiento del secreto oficial aun rodean aquellas fechas de hace cuarenta años. Pero lo que sucedió en este aniversario es más que «manca finezza», que dijo Andreotti de la política española. El grado de alerta por la convivencia en tolerancia debería intensificarse, para corregir en positivo una situación que lleva a las fuerzas políticas a no celebrar conjuntamente el fracaso de un golpe de Estado. No hace tantos días que, ante el asalto al Capitolio en Washington, casi todos coincidían en la necesidad de no olvidar «la fragilidad » del sistema democrático, para defenderlo.

La realidad es que el fondo y la forma de la ausencia beligerante de ERC, Bildu, Junts, PDeCAT, CUP y BNG da primacía a su republicanismo y ataque a la monarquía frente a la celebración —afirmación— de las libertades y el histórico fracaso del intento de involución que representaba Tejero, pistola en mano, en la tribuna del Congreso. Qué vergüenza en París pocos días después con aquel guardia civil en las portadas de los semanarios y en los cartelones publicitarios de los kioscos. La histocartaria de España es hasta este llamado ‘régimen del 78’ una repetición de fracasos en la modernización y en la convivencia democrática. España estuvo medio siglo XX bajo dictadores.

Despejar nieblas

Vamos ya a las nieblas que rodean el 23-F: el mantenimiento del secretismo. El fallido golpe supuso el principio del fin de una concepción y una práctica del papel de los militares por encima y al margen delos poderes legítimos del Estado. Dejó también efectos políticos. Quienes han investigado el 23-F aseguran que no hay grandes revelaciones ocultas tras el secreto que se mantiene sobre la documentación. Es alimento para las especulaciones e implicaciones ocultas. Hay otra línea a seguir, preguntarse en qué condicionó el desarrollo de la política española aquel suceso. Preguntarse sobre la amenaza real de poderes fáticos en el desarrollo constitucional, en la normalización democrática de España. ¿Hubo concesiones, cuáles, para no repetir la involución?

La situación de este país al final del recorrido de Adolfo Suárez como presidente no admite frivolidad alguna. En una pésima situación económica estaba el permanente ruido de sables, la atención a las conversaciones en la sala de banderas de los cuarteles, la añoranza del franquismo en sectores civiles —autoridad frente a inestabilidad—, más allá de los nostálgicos exaltados del reaccionarismo antiliberal y antimodernizador o la revolución pendiente falangista, a los que Franco había unido en matrimonio. Y estaba la jaula de grillos o víboras de la propia UCD. Un preocupante escenario que hablaba, váyase usted a la hemeroteca, de gobierno de concentración nacional como dique de contención frente a las propuestas de gobierno de salvación, o de militares al poder, dictadura en ambos casos, que gritaban en los entierros de mandos del Ejército asesinados por Eta.

Al día siguiente del golpe, a la reunión del Rey en la Zarzuela con los líderes parlamentarios no fueron convocados ni Marcos Vizcaya-Arzallus (PNV) ni Miquel Roca/Pujol (CiU). ¿A qué obedecían o a quiénes satisfacían esas ausencias? ¿Fue o no una ocasión perdida, algo más que simbólisimbólica, para integrar en un proyecto común? Conocer qué se acordó o pactó ahí figura entre las nieblas a despejar.

Los informes del profesor Rentería, que luego vendrían para la política autonómica, hay quienes lo sitúan como una consecuencia. «La España de las autonomías: un estado débil devorado por diecisiete estaditos», se impuso. No se cuestionó la construcción en paralelo de unas instituciones autonómicas mientras se mantenía intacta una administración y una estructura centralista. Fue la negativa o la incapacidad para entender la unidad de España sincentralismo administrativo y político.

Acabo con una entrega de abuelete. Es un intento de reflejar la vivencia de miedos y peligros bajo una dictadura en contraste con la existencia de ciudadanos en una democracia liberal. Lo descubrí cuando salía en los veranos a Alemania o Francia. Lo experimenté como temor de marcha atrás aquel 23-F. Es el contraste entre la asfixia, encerrados en una habitación sin luz ni ventilación, frente al cielo abierto y el gozo de la vida en la navegación tranquila de un día veraniego, sin preocupaciones, con la mar en calma. La experiencia de la carencia de libertades hace más gozosa cada bocanada de aire, cada momento de normalidad en libertad. Quizás así entienda usted la importancia que le damos a aquella madrugada que siguió al 23-F quienes habíamos vivido la carencia de libertad.

En el otoño de 1975 escuchábamos Radio Paris y la BBC a la espera del final. Un vecino tan pálido que casi era transparente, al que solo veíamos por la noche en un bar de Argüelles, nos aconsejó por nuestro interés que cerrásemos la ventana del patio interior para que no llegase a oídos de la vecindad el sonido de los informativos. Así, cuando ya moría el dictador.

A la redacción en la que yo trabajaba el 23-F llegó a primera hora de la noche un conocido falangista. Venía envalentonado y amenazante. La dignidad la supo mantener el redactor más viejo y más carca: "Mientras yo esté aquí no le tocas a ningún compañero". Siempre que después encontré a aquel periodista le daba sentidos abrazos. Un señor. Tampoco voy a olvidar aquel televisor en blanco y negro que nos trajo de madrugada sobre una mesa de la redacción el discurso de Juan Carlos, aunque él lo pone difícil.

De usted, s.s.s.