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Un capitán en la tormenta

Màrius Carol, testigo desde la dirección de La Vanguardia de un período de conflictos

Señor director: "Es posible que el periodismo no sea lo que era, pero es más necesario que nunca". La afirmación es de Màrius Carol que ocupó entre 2013 y 2020 El camarote del capitán (Destino), el despacho de director del periódico más importante e influyente de Cataluña. Indispensable además para estar bien informado en España, más allá del periodismo de trinchera que se apoderó de Madrid. Le confieso, y usted lo sabe, que siempre, desde mi juventud busco como lector ese periódico de Barcelona.

Le hablaré de periodismo para, a saltos, irme de cuando en cuando a la valoración de lo que sucedió en Cataluña y en Madrid con el choque de trenes. La visión y los datos que ofrece el libro son útiles para conformar una opinión. Un diagnóstico apunta a la falta de valentía y responsabilidad política que atienda a los intereses generales y no a las presiones ni a los miedos. Falló la Moncloa y el Palacio de la Generalitat. Rajoy se dejó ir ante los halcones de su partido. Puigdemont acabó por ceder ante los exaltados y descerebrados en el secesionismo. No quedan bien ni Rajoy ni Junqueras. Ambos miran para otro lado en los momentos claves. Concluyo que el autor salva hasta en el último momento a Soraya Sáenz de Santamaría. Ni chirría el perfil de Puigdemont hasta las decisiones finales.

Sigo a la espera de la autocrítica de quienes negaron la posibilidad del choque. Los desperfectos siguen esparcidos. Quienes, con la seguridad que da la fe patriótica, repetían en titulares y tertulias: no habrá urnas. Y las hubo para mostrar un sonoro fracaso de la política y los servicios de información del Estado. Falló también un periodismo convertido en arma ideológica, tan nacionalista como el que critican en el independentismo. Por supuesto que echaron gasolina y prendieron fuego quienes, instalados en la irrealidad, imaginaron y programaron el procés.

Le escribo desde el poso, acertado o no, que me deja la lectura de este libro y el haber procurado ser testigo directo en Cataluña de algunas de esas jornadas, como el 11-N con Artur Mas o el choque de trenes del 1-O con Puigdemont.

Interesa, y diría que es de utilidad, conocer la información y la opinión que aporta quien ocupó un mirador privilegiado ante la actualidad de ese período (2013-2020), particularmente grave en Cataluña y para España.

En el libro está en sus justas dosis la visión del periodismo, con esa carga romántica —"el oficio más bonito del mundo"— al que nos agarramos quienes llegamos casi imberbes, pasamos más de medio siglo en el mismo, llenábamos el cenicero de colillas y tomábamos whisky en la mesa de trabajo. Al cierre, con la satisfacción efímera de un ejemplar que manchaba las manos, entrábamos en las madrugadas que habitan los derrotados, para vaciar por unas horas los egos tan abundantes en esta profesión y vernos reflejados en el espejo de la náusea.

Aunque el relato no alcance, en mi opinión, a ser plenamente unas memorias alguna curiosidad satisface conocer la agenda diaria de un director. Ofrece siempre un detalle y una valoración de la Barcelona gastronómica. Es una guía para buscar con garantía de calidad mesa en la capital catalana. Sobre todo, y es compatible con la anterior, el libro es periodismo serio, que no equidistante, como insiste el autor. La opinión de Màrius Carol es siempre razonada, equilibrada y adornada con una cita literaria o de pensamiento.

Los insultos, a los que se refiere en algunas ocasiones, muestran la incapacidad de los doctrinarios y pesebristas para la tolerancia y el respeto a quien opina diferente. Carol no es independentista pero eso no cuestiona su catalanidad, evidente. Las interpretaciones dicen que el autor de El camarote del capitán llegó a la dirección de La Vanguardia para enfilar hacia la centralidad y la transversalidad. Su predecesor en el camarote, José Antich, había puesto rumbo al incierto destino del secesionismo. Una curiosidad, Mariano Rajoy acudió a la Catedral del Mar a la boda de una hija de Antich, quizás por la buena relación del periodista, que ahora capitanea el independentista El Nacional, con Jorge Fernández Díaz, el ministro de la policía patriótica que más que resolverle algo a Rajoy le dejó fango abundante.

Es una lectura entretenida y cómoda: Màrius Carol escribe con la experiencia del doble oficio del periodismo y e l novelista. Es un libro recomendable para periodistas, para directores como usted, y para quien busque un conocimiento del problema catalán en España , más allá de las trincheras cavadas por los sentimientos.

Hay información útil, con testimonios directos, de la relación no siempre fácil, de un director de periódico con algunos políticos o con algún directivo de empresa que no se siente bien tratado como correspondería a su condición de anunciante. Los hay insaciables: todas las páginas del periódico serían pocas para ellos. No tiene desperdicio, en este sentido, la anécdota de una comida en la sede de Endesa con Borja Prado, el presidente de Endesa en aquel momento. Prado se quejaba de no salir bastante en el diario a pesar de las muchas cosas que hacía y de la publicidad que ponía. "El problema no era tanto lo que decía sino cómo lo decía".

Alardear de poderoso y de amistades poderosas es más frecuente de lo que cabría imaginar en la pretensión de amedrentar a un periodista. Las personas realmente relevantes no recurren a esa vulgaridad. Comieron mal, además. Y hay que creérselo. En la despedida, desde el ascensor, el periodista le lanzó: "Hacía tiempo que no me trataban tan mal, pero debe ser el precio de mantener viva la prensa". Meses después hubo mensaje desde un editorial.

A Màrius Carol, cuando dejó el camarote de capitán, la redacción le reconoció que había hecho que La Vanguardia fuese un periódico respetado.

Por cierto, algo que yo no sabía. Los directores de periódico, como los yogures, tienen fecha de caducidad. Henry Grunwald, que dirigió Time Magazine, opinaba así: ocho años como capitán antes de entrar en la rutina. Puedo estar de acuerdo: no es bueno eternizarse aunque el número de años es una opinión y cada cual sabrá. Personalmente, en el último barco en el que estuve y disfruté en la travesía, más que dupliqué esos años. Fui consciente, cerca de la retirada, de que si no había entrado en la rutina creo que sí había agotado la capacidad de apasionarme como pide la aventura diaria de hacer un periódico. Pero esa es otra historia para otra ocasión y circunstancia.

Después de leer El camarote del capitán y algunas otras opiniones del autor, mantengo la duda de que hubiese llegado a la conclusión de que había entrado en tiempo de partida, aunque le esperase la retirada dorada de consejero editorial y la columna en el periódico. Coincido en que cambiar al director "no debería ser nunca sinónimo de cambiar la tripulación". Un "buen equipo" cuesta mucho estructurarlo en un periódico o en cualquier empresa. La entrada de una persona nueva en el camarote del capitán es un estímulo, ha de serlo, para la tripulación.

De usted, s.s.s.

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