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Borrasca interminable

La cuestión catalana monopoliza el debate y condiciona la capacidad para aplicar medidas sociales y económicas
Pedro Sánchez, durante la segunda jornada del debate de su investidura. EFE
photo_camera Pedro Sánchez, durante la segunda jornada del debate de su investidura. EFE

SEÑOR DIRECTOR:

Para emborronar unas líneas sobre la situación política y la investidura de Pedro Sánchez sería aconsejable el método de trabajo, incluso por duplicado o triplicado, del cronista Wenceslao Fernández Flórez. A los 17 años dirigió en Betanzos el semanario anticapitalista "La Defensa". Ya en Madrid, antes de escribir sus famosas "Anotaciones de un oyente", después de escuchar un rato a los diputados desde la tribuna y "tal vez pergeñar unas notas", como supone Valentí Puig, se iba tranquilamente a cenar. Después se pasaba por el Abc y redactaba su crónica. Es una forma de practicar el periodismo que trabaja sobre seguro: la antítesis de las prisas en las redes sociales.

Alejamiento. Si se impone la razón y no los sentimientos, sobre todo del lado independentista, tras la decisión de la Junta Electoral Central (JEC) con la inhabilitación de Torra, y del propio candidato tras la reiterada falta de transparencia de Pedro Sánchez y los negociadores del PSOE sobre los acuerdos con ERC, la investidura puede ser realidad. Estamos en la incertidumbre cuando le escribo esta carta y cuando usted tenga la amabilidad de publicarla. Arriar el pasado viernes la bandera española en el palacio de la Generalitat, aunque solo fuese un cuarto de hora, no es un buen pronóstico. No se hizo ni en la noche del 1 de octubre de 2017, tal como fuimos a comprobar algunos a la plaza de Sant Jaume. Tampoco auguran caminos de diálogo las portadas y editoriales sobre la decisión de una dividida JEC. Los periódicos de este fin de semana muestran posiciones más distanciadas que nunca. Si los titulares de la prensa son el espejo de la sociedad a la que se dirigen, hay motivos para la preocupación. Las bases para la esperanza que quiere ver en este momento el profesor Manuel Castells, casi como una excepción entre analistas y opinadores, están hilvanadas de forma delicada.

Mientras por la derecha uniformista, escriben y hablan desde Madrid de "necesaria y justa decisión", los medios independentistas y nacionalistas en Cataluña titulan con "golpe de estado". Para el director de El Nacional, José Antich, solo queda la desobediencia. Es una dirección que Quim Torra no necesita que le indiquen. Debe verla como obligatoria de sentido único. Los que, desde el otro lado, gritan contra toda vía política en la búsqueda de salida al problema catalán en España, y problema en Cataluña, solo confían en un estado de excepción permanente. Lo empeoraría todo, como escribía este sábado el director de La Vanguardia, el equilibrado y sensato Màrius Carol. ¿Quién atiende la sensatez en este país?

Sastres y modistas. Cuando tan necesarios son, no se ven los sastres ni las modistas que cosan con garantías el traje de una España plural y posible. Poca confianza cabe albergar si los nuevos liderazgos son como los de Isabel Díaz Ayuso, que niega los efectos mortales de la contaminación en Madrid o los de Adriana Lastra que politiza la decisión de la JEC : "La derecha que obstaculiza". No le resulta útil para sus objetivos. Pero celebra la independencia en la Abogacía del Estado -¿los próximos que apoyan?- cuando no obstaculiza los objetivos de Pedro Sánchez.

El funcionamiento de los partidos no capta ni forma líderes. Impone como nunca el sectarismo en lugar de escuchar. Manda la consigna frente al diálogo. La información y el análisis se sustituye por el adoctrinamiento y la manipulación, bendecida por la ideología y el grupo, y desprecia los hechos. La transmisión este sábado de la sesión de investidura por TVE no será un referente de buen hacer.

La espera no resuelve. No estamos ante una realidad líquida: observamos en política la pura volatilidad. Vemos un constante ejercicio de saltimbanqui, con Pedro Sánchez como protagonista.

Hay problemas que no se superan con la espera de que el tiempo los cure. Todo indica que estamos en uno de esos momentos en que esa fórmula no vale. No es solo España. El profesor Antón Costas sostiene que "otro capitalismo es posible" y es imprescindible abrir esa vía para asegurar la estabilidad del conjunto del sistema de libertades. Hay que anticiparse al estallido del descontento y la desesperanza. El 15-M en España, como los chalecos amarillos en Francia, o como la fragmentación de la representación parlamentaria son manifestaciones de un problema al que la política ha de dar respuesta. Los liderazgos sociales deben contribuir e impulsarla. La parálisis no resuelve: empeora la situación. El acceso al poder por el poder, como única estrategia que se sospecha ahora, tampoco resuelve.

Hay que dar respuestas nuevas en políticas sociales y en economía. Como otras veces en la historia de España, la necesidad de cambios profundos se complica con un viejo problema de fondo, el secesionismo catalán en ebullición. El problema no está en el pacto con Podemos, que lleva a Pablo Iglesias a la vicepresidencia.

En pocas semanas veremos si se impone la retórica y la utopía imposible que conducen al fracaso

Pedro Sánchez comete el grave error, que hasta en tres ocasiones le denunció editorialmente El País, de ocultar los acuerdos con ERC y en los mismos se entienden las vías previstas, si es que estas existen, para dar salida a la cuestión catalana, sin desbaratar el andamiaje de la estabilidad constitucional, política y social. Sánchez estaba obligado a informar a la ciudadanía de ese acuerdo con ERC antes de la sesión de investidura que precipitó este fin de semana. No es suficiente informar a la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, como hizo el viernes. Ni es respuesta la retórica hueca desde la tribuna del Congreso. Es exigible una explicación completa y creíble, para no echar más gasolina sobre el incendio que activan desde Madrid los nacionalistas uniformistas y desde Cataluña los nacionalistas secesionistas.

Este otoño y en estos días que van de invierno asistimos a una borrasca política interminable. Tomo la calificación de Jordi Gracia en un capítulo de "Javier Pradera o el poder de la izquierda" (Anagrama). Un libro que entra en la caja negra de la Transición y se ocupa de Pradera, una figura clave en la sala de máquinas que asentó las libertades en España. La permanente cuestión de fondo, la catalana, estaba allí (1984): "Es tan condenable el carácter patológico" de quienes desentierran "la retórica del nacionalismo unitarista" como la de quienes "alientan la utopía de un Estado propio".

Vayamos más para atrás. "Vistas la cosas desde Madrid, es indudable que el único problema" es el catalán, escribía Josep Pla tras la proclamación de la República (La Veu de Catalunya,20.041931).

Aquí continúa el independentismo catalán, en el actual escenario de "Saltimbanques". Qué calificación sino para la política que se practica. Esta de aquí es una ópera no precisamente cómica. ¿La dirige Pedro Sánchez o los líderes secesionistas?

De usted, s.s.s.

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