DIRIGIR UN club deportivo de élite como el CB Breogán conlleva la responsabilidad de tener que actuar en momentos críticos. El proceso está escrito: percibes un plus negativo en el entorno, una —a veces mal disimulada— falta de confianza en los jugadores, y un halo permanente de angustia en su expresión. Silencios en donde antes había risas y complicidad, y las derrotas, a veces sin que existan causas claras, se suceden inexorablemente. Hay que tomar una decisión.
A veces es cerrar filas y seguir. Otras veces llegas a la conclusión de que tienes que cesar al entrenador. La decisión siempre es injusta, sabes que no es el único culpable; aveces ni el principal. Encima tú no eres técnico, y te permites juzgar a quien sí lo es. Buscas aportar nueva ilusión al grupo, dar un definitivo toque de atención al díscolo, revertir la situación.
Sabes que no es justo, pero que es lo adecuado. Él también lo sabe. Ni tendrías que decírselo. Lo acepta. Te sientes desleal, casi un traidor, recordando los momentos felices, llenos de ilusión, que compartisteis antaño. Pero has hecho lo correcto. El deporte de élite es así de cruel.
Que sea para bien.
