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El coste del colapso

Lo único cierto es que el impacto de la crisis será proporcional a la duración de la pandemia
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Larry Fink es prácticamente un desconocido para el común de los mortales. Un tipo listo de Wall Street, tiburón de las finanzas, si se pregunta por él a un ciudadano medio de Estados Unidos. Sin embargo, preside la mayor gestora de fondos de inversión del mundo, con singular presencia en España. Fink es fundador y primer ejecutivo de BlackRock, que tiene participaciones en veinte grandes compañías cotizadas españolas. El dueño del Ibex 35, vamos. Pues bien, Fink, que algo debe saber de anticiparse a las tendencias, barrunta que la salida de esta crisis generada por el coronavirus será poco menos que explosiva, y que la economía se recuperará con rapidez. ¿Por qué esta previsión?

Expone Fink una serie de motivos, pero para no ser redundantes sobre algunas ideas, conviene detenerse en que esta es una crisis de confianza, a su juicio, no financiera, y nada tiene que ver con los diez años pasados, que han servido además como entrenamiento para la que se avecina en cuanto a políticas fiscales de estímulo, que es lo que hará falta ahora. ¿Es el presidente de BlackRock un contumaz positivista? Desde luego, no tiene nada de iluminado.

"Cuando salgamos de esta crisis, el mundo será diferente", dice Fink, "la psicología de los inversores cambiará, pero también la forma de hacer negocios o el consumo". Anticiparse. Pensar en el día después de esta alerta sanitaria, por incalculable que sea su coste ahora mismo, quizá resulte una estrategia nada descabellada para un empresario. Otra cosa bien distinta es un trabajador por cuenta ajena, o un autónomo. La suya es una auténtica contrarreloj por la superviencia, porque el problema está en la liquidez, no en la solvencia. En el circulante, en síntesis, que en una empresa, por pequeña que sea, viene a ser el capital financiado con recursos de carácter permanente. Y esa fórmula está actualmente rota.

Por eso es tan importante el rol que debe asumir el Estado y las políticas públicas, procedan de cualquier administración, central, autonómica, provincial o local. Y liderazgos. Porque lo único cierto hasta ahora, en esta marea de previsiones negativas, armadas como un carrusel apocalíptico, es que el impacto de la crisis será directamente proporcional al tiempo que dure la pandemia entre nosotros. Es la única verdad.

No se matricula un coche, es cierto, pero no lo es menos que la industria agroalimentaria (lácteas, conserveras), despensa del país, y las grandes cadenas de distribución, son poco menos que inmunes al coronavirus. El año turístico, todo el año, está perdido, parece obvio, pero sin embargo las empresas tecnológicas, que en Galicia las hay, no solo R, y los negocios relacionados con internet, mantienen el pulso. La construcción está KO y la moda teme un frenazo del consumo, pero las empresas de servicios de alto valor añadido, desde una asesoría a una consultora, no dan abasto. La crisis sanitaria marca un cruel cara y cruz.

Y puestos a hacer historia, tenemos los datos del paro de marzo, puntuales a su cita todos los segundos días hábiles de mes. Y esta vez la caída no tiene precedentes. Han sido dos semanas: lo grave no está en los 302.000 desempleados más en España, sino en el casi millón de afiliados menos a la Seguridad Social. Y ello sin contar los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (Erte), que no los ha inventado este Gobierno, y que suman en teoría otros 1,8 millones de empleos más. Hay quien no quiere ver en los afectados por Erte a parados. Es su problema. Lo cierto y verdad es que son cotizantes a la Seguridad Social que ahora reciben una prestación, y no es precisamente de invalidez, sino de desempleo.

Abril será demoledor si se cuentan, como deberían, los Erte para poder darnos cuenta de la dimensión de esta crisis. Galicia, por poner un ejemplo, suma ya más afectados por expedientes de este tipo, cerca de 160.000 trabajadores, que parados había, según datos EPA, al cierre del 2019, cuando rondaban los 146.000 desempleados. Cierto que los Erte tienen un colchón temporal. Que se cumpla.

El coste del colapso. Es algo imposible de cuantificar en estos momentos. Ni las estimaciones sirven. Vengan de quien vengan. Esta crisis nos lleva directos a una recesión, a restar en vez de sumar al crecimiento. Pero lo determinante será, por un lado, la duración de la alerta, y por otro, como decía el tiburón de BlackRock, Larry Fink, la estrategia diseñada para el día después.

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