Blogue | Permanezcan borrachos

Una Coca-Cola caliente

EN MARZO DE 2006 PERMANECÍ quince días en Buenos Aires por trabajo. Era un empleo engorroso, a veces incomprensible, bien pagado. Si todo el tiempo tenías presente que nos vamos a morir algún día, a lo mejor pronto, y te reías del jefe de vez en cuando, era muy llevadero. En Buenos Aires no hacías una cosa en concreto, en la que acabar volviéndote un especialista. Más bien era una suma de tareas heterogéneas, que no hacían de ti nadie especial. Saltabas de unas a otras sin protestar, o no en voz alta.

Hacías de todo, a menudo sin saber qué hacías, ni si era de utilidad. Unas veces escribías un discurso; otras ibas a sacar de un banco dinero metido en los bolsillos, los calcetines y la barriga; otras podías reunirte con personal de la Casa Rosada, o simplemente con un proveedor de telefonía fija. Una tarde me tocó presentarme en la villa de Barracas con una compañera para supervisar un programa de cooperación. Los primeros dos taxistas se negaron a llevarnos, por miedo. Cuando al fin nos reunimos con el sacerdote que coordinaba el proyecto, oímos tres sonidos secos, justo al lado. "Tranquilos", nos dijo el cura, sonriente, "son disparos".

Mi mejor momento llegó tras diez días en la ciudad. Flaqueaba, y algunas noches soñaba que me subía al avión de vuelta y me ofrecía a los pilotos para echarles una mano; camino de casa, supongo, quería seguir haciendo de todo. Ese día me anunciaron que a la tarde siguiente tendría que recibir a un importante escritor y entretenerlo durante 30 minutos, hasta la hora del acto en el que iba a participar. Por fin una tarea gratificante. Hacía años había leído a ese autor con bastante entusiasmo, enlazando sus libros unos con otros, muy interesado en contarlos al final, como si fuesen conejos y perdices. Pensé que, durante esos minutos en los que iba a ser su acompañante, tal vez podría saciar alguna curiosidad. Por esa época aún creía que los escritores son las personas que más saben de sus libros.

Tengo cierta memoria para los fragmentos sin demasiada importancia, y recordaba un pasaje de su primer libro donde sostenía que a los 80 años uno empieza a darse cuenta de cómo habría que vivir, y de las tres o cuatro cosas que importan en la vida. Aseguraba que un programa de vida honesto requería ochocientos años. Los primeros cien estarían dedicados a los juegos propios de la edad; a los cuatrocientos, terminada la educación superior, se podría hacer algo de provecho. El matrimonio, caso de tener lugar, no debería consumarse antes de los quinientos. Los últimos cien años de vida podrían dedicarse a la sabiduría.

Me dije que quizá fuese buena idea preguntarle si se reafirmaba en esos plazos, o creía, con el paso del tiempo, que se había quedado corto. También podía estarme callado, y darle conversación solo si la reclamaba. Ya vería; "sobre la marcha", me dije, mientras lo esperaba en la acera, frente al Café Tortoni, sujetando un paraguas abierto. Poco después de las seis, un taxi se detuvo frente al local. Las gotas en los cristales no dejaban ver nada del interior. Pasó más de un minuto hasta que al fin se abrió la puerta trasera y apareció una mujer que me sonrió, muy seria, y se volvió para ayudar a salir al escritor. Yo di un par de pasos adelante, y de pronto, me vi tapando con mi paraguas a Ernesto Sabato.

Solo le faltaban unos meses para cumplir los 95 años, así que lo encontré en plena forma

Solo le faltaban unos meses para cumplir 95 años, así que lo encontré en plena forma. Se agarró a mi brazo. Me fijé en sus manos, como hago con cualquiera, y me impresionó que de ellas hubiesen salido El túnel o Sobre héroes y tumba, y a la vez fuesen las manos que decían adiós, se llevaban una manzana a la boca, cerraban un grifo abierto o recogían algo del suelo. Una vez en el café, ocupamos una mesa en el centro, donde Sabato me preguntó por Santiago, después de pedir "una Coca-Cola caliente". No recuerdo mucho más de aquella media hora juntos. La Coca-Cola caliente lo fagocitó todo. Al día siguiente continué con mi trabajo, que consistió en reunirme con un electricista y redactar tres notas de prensa.

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