Blogue | Permanezcan borrachos

Parece una tontería

Con el tiempo, todos acabamos pareciéndonos a algún personaje; solo en contadas ocasiones, descubrimos qué personaje es. A mí me pasó hace poco, cuando por alguna razón creí buena idea comprar La invención de la soledad en una plataforma de artículos de segunda mano. Costaba un euro y medio, así que supongo que esa fue la razón. Acababa de oír que era uno de los mejores libros de Paul Auster, y, casi en el mismo minuto, me vi contactando con el proveedor. En la plataforma, las críticas sobre él eran buenas. "Muy profesional y serio", "Todo perfecto, muy amable", "Excelente vendedor", "Trato cordial", "Recomendado". A los pocos minutos, me contestó deseándome buenas tardes y agradeciéndome la compra del artículo. Adjuntaba el número de cuenta para hacer el ingreso, que, en total, subía a los siete euros y medio. El precio se disparaba con los gastos de envío. Me pareció una metáfora de algo, y lo di por bueno, como si las metáforas nunca pudiesen ser caras. Pagué y esperé acontecimientos.

A los tres días recibí un mensaje del vendedor. "Buenas tardes. Transferencia recibida. En este momento estamos de vacaciones. El lunes se lo envío". Me disgusté. Ni siquiera atenuó mi fastidio que tuviese el buen gusto de dar siempre las buenas tardes. El lunes sería yo quien estuviese de vacaciones, así que le rogué que me enviase el libro a otra dirección. "Buenas tardes. Vale. Sin problemas", dijo, acusando recibo. Pero pasaron diez días y no tuve noticias de la novela. "¿Va todo bien?", le escribí. Transcurrieron cinco días más y no respondió. "Oiga, ¿tiene pensado hacerme llegar el libro?", pregunté en el siguiente mensaje.

Se me acabaron las vacaciones sin noticias de Auster. Le notifiqué al vendedor que, si en algún momento lo tenía a bien, podría enviarme la novela a la primera dirección. Siguió sin responder. Cada vez que me acordaba de él me ponía malo, como cuando te estafan.

Pasaron veinte días. No supe resistirme a decirle que se metiese el libro por donde le cupiese. Me daban igual Auster y los gastos de envío. Cuatro días después dio señales de vida. "Buenas tardes, señor. Siento no haberle contestado antes. Tengo a la niña mala, con fiebre e ingresada en el hospital. Tuvimos que anular el bautizo. Problemas graves". 

No sabía dónde meterme. Me sentí casi igual de mal que el pastelero de Parece una tontería, uno de los cuentos más estremecedores de Raymond Carver, donde la madre de Scotty, un niño a punto de cumplir ocho años, acude a encargar una tarta para la fiesta de cumpleaños. El pastelero, es decir, el personaje al que me parecía, toma nota del teléfono y se compromete a que la tarta esté listo para el lunes por la mañana. Justamente el lunes, cuando Scotty se dirige a la escuela, es atropellado por un coche. No pierde el conocimiento; ni siquiera llora. Simplemente se va andando a casa, en lugar de a la escuela, se tumba en el sofá y se queda inmóvil. Cuando su madre no consigue despertarlo, llama a una ambulancia. Naturalmente, la fiesta de cumpleaños se cancela. En el hospital, los padres del chaval aguardan noticias. Le hacen análisis y radiografías, y parece estable. El padre se dirige a casa para darse un baño y cambiarse de ropa. Al entrar por la puerta, el teléfono está sonando. Descuelga. "Tenemos un pastel que no han recogido", dice una voz. "No sé nada de un pastel. ¿De qué me habla, por Dios?", responde el padre. "No me venga con esas", dice la voz, antes de que aquel cuelgue.

Mientras, el niño entra en una especie de coma. En los siguientes días, a la vez que trata de aferrarse a la vida, sus progenitores reciben extrañas llamadas telefónicas. La voz dice cosas como "Su Scotty está listo", "¿Se ha olvidado de Scotty?", "Tengo su Scotty preparado". Una de las llamadas tiene lugar el mismo día que Scotty muere. "¡Será hijoputa! ¿Cómo puede hacer algo así, grandísimo cabrón?", reacciona el padre, roto por el dolor. Entonces su esposa cae en la cuenta de lo que está pasando: ¡el pastelero!

El lunes pasado, repuesto de mi sentimiento de culpa, recibí el libro de Auster.