Blogue | Permanezcan borrachos

Denos su estúpida opinión

Puedes escribir lo que se te ocurra en un libro de visitas. Casi nadie lo lee, ni sabe quién eres, ni va a salir detrás de ti gritando 'payaso'

ES FÁCIL PENSAR que todos esos volúmenes que se disponen en museos, hoteles, o incluso velatorios, para que la gente deje muestras de su paso, acaben abandonados en un desván. O en la basura. El único futuro de muchísimas cosas es simplemente dejar de existir. Hace tiempo, en un congreso de escritores, conocí a una lectora que acabó revelándome una particular relación con los libros de visitas. Acudió a una de las charlas, y antes de que finalizase, los dos estábamos fuera. Nos pusimos a hablar en un pasillo y después en un sofá. No recuerdo cómo salió el tema, pero sí que su historia me pareció mejor que el conjunto de todos los libros de visitas que existen.

Por razones de tiempo y dinero —me confesó que tenía mucho—, viajaba alrededor del mundo sin parar, acudiendo a múltiples exposiciones y pernoctando en infinidad de hoteles. Cuando veía un libro de visitas, tomaba un bolígrafo y escribía lo segundo que se le ocurría. "A veces es una manifestación pretenciosa, y otras frívola, o fracasadamente chistosa, o estúpida. El comentario adquiere una importancia inusitada, sin embargo, en cuanto lo firmo. Siempre pongo el nombre de alguien famoso". Durante varios años, por ejemplo, sembró mensajes a nombre de Salman Rushdie. ​Le tenía mucha simpatía. "Renuncié a seguir haciéndolo cuando el Gobierno de Irán anunció que dejaba de promover la fatwa". Fue como si perdiese emoción suplantarlo. Le gustaba imaginar a los empleados de algunos museos en el momento de revisar, al final del día, el libro de visitas, y de pronto encontrarse con el nombre de Rushdie, que seguramente prendía el rumor —"falsísimo, pero muy divertido"—, de que el escritor que debía pasar inadvertido para no ser asesinado un día por algún musulmán radical, ¡había estado allí de incógnito!

Lo más cerca que yo había estado de usurpar otros nombres fue en la facultad. Un compañero se había consagrado durante algunos meses a escribir dedicatorias y firmar libros en nombre de los verdaderos autores. Varias bibliotecas se llenaron de ejemplares con la firma de Foucault, Hanna Arendt, Husserl o Popper. Me hizo relativa gracia y un día me animé a sacar un ejemplar de Todas las almas y devolverlo dedicado y firmado por el mismo Javier Marías.

A lo largo de años había dejado decenas de mensajes a nombre de Susan Sontag, Chuck Palahniuk, Margaret Thatcher, Álvaro Pombo, Ian McEwan,...

Rushdie solo fue un grano de arena en la vida de aquella mujer. A lo largo de años había dejado decenas de mensajes a nombre de Susan Sontag, Chuck Palahniuk, Margaret Thatcher, Álvaro Pombo, Ian McEwan, Jimmy Connors, Thomas Pynchon, Nadia Comaneci, Juan Marsé... Pasada la época fructífera de Salman Rushdie, improvisaba un famoso diferente para cada ocasión. "Hasta que le cogí el gusto a escribir comentarios y firmar como Enrique Vila-Matas", me aseguró. Lo hizo en casas museos de otros escritores, en exposiciones de arte contemporáneo y, por supuesto, cuando había libo,o en pequeños hoteles, en los que siempre anotaba el mismo comentario: "Cuando me desperté, tras un sueño intranquilo, me encontré en la cama con un monstruoso insecto. Avisen a un desinsectador".

Nunca volví a ver a aquella señora. Pero hace un mes la recordé al acudir al Museo de la Imprenta de Lyon. Había un libro de visitas. Me puse a curiosear, dudando si escribir o no algo, y que un día acabase en la basura. Estaba ya en las últimas. El libro, quiero decir. O el libro y quizá yo también. Entonces, reparé en una firma. Me pareció leer Joyce Carol Oates. Podía ser su firma, pensé, o tal vez la de una bromista como aquella mujer, sin descartar que fuese precisamente ‘aquella mujer’. Ya estaba dirigiendo las manos a la hoja con la intención de arrancarla y llevármela, cuando Marta adivinó mis intenciones. "Qué demonios vas a hacer", preguntó, cortante. "Nada. ¿Por qué lo dices?", rectifiqué. Al final escribir en un hueco: "Vine a Lyon porque me dijeron que acá murió mi padre. Enrique Vila-Matas", y me fui corriendo de allí.

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