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La dieta franciscana

Rodrigo Cota en el monasterio. DP
photo_camera Rodrigo Cota en el monasterio. DP

Tiene usted que visitar la iglesia del convento de San Diego de Canedo, en Ponteareas. Una preciosidad, por fuera pero sobre todo por dentro. Nada de retablos dorados llenos de garigolos, nada de ostentosas capillas kistch; nada de cristaleras de colores. Es la cosa más sencilla que he visto en mi vida. Puede que alguna ermita románica nos la recuerde, pero esta es espectacular por la altura, por sus bóvedas, por las simples tallas que luce en sus capillas y por todo lo demás, que tampoco es que me haya vuelto así de pronto historiador del arte. Tras el altar, un enorme cristo crucificado labrado en piedra, que proyecta una sombra sobrecogedora, y nada más. Ahí todo es la obra maestra de canteiros locales.

Los frailes franciscanos son buena gente. Siempre me han caído bien, pero ahora más. Son personas humildes, muy dadas a la meditación, a la contemplación, a la oración, a la disciplina y a la circunspección. Como yo pero al revés. Por eso es útil que alguien como uno venga de vez en cuando a estos lugares, porque tienen un horario fijo y hacen una vida sana. Desayunamos a las 8.15, comemos a las 14.00 y cenamos a las 21.00. Nunca nadie se retrasa, pero un día lo hice yo, que bendijeron los alimentos en mi ausencia y me contó el Guardián que en otros tiempos los retrasos en el comedor obligaban al impuntual a ponerse de rodillas y pedir perdón. Obviamente nunca más llegué tarde porque no es cosa de venir a un convento a comer alimentos malditos.

Yo no sabía lo que me iba a encontrar. Lo habitual es encontrarse a cuatro o cinco frailes nonagenarios que no recuerdan ni sus nombres, pero para mi fortuna resultó ser una comunidad increíblemente joven. La media de edad no debe sobrepasar los 40 años. Si no me fallan las cuentas, hay un sacerdote, luego está el Guardián, que es como llaman aquí al jefe, el equivalente a un prior o un abad, dos frailes, dos postulantes y un chaval de Pontevedra que está preparando oposiciones. Creo que conmigo somos ocho. Esos los fijos, que luego hay gente que va y viene. Es época baja. En temporada alta se les llena el convento de grupos que vienen a hacer ejercicios espirituales, jornadas de meditación y estas cosas.

Cota en el monasterio. DP

La dieta es perfecta. Es la dieta franciscana. Desayunan café con leche, tostadas, fruta, queso y otras cosas sanas que tenemos en una mesa y cada uno va cogiendo lo que quiere. Yo, leche y un poco de queso. Para comer suele haber un plato de sopa o crema de verduras y un segundo plato. Según el día nos ha tocado pollo, arroz, carne, lentejas y pescado con agua o un vaso de vino y yogur, flan o más fruta de postre, que ahí cada uno elige lo que quiere. Las cenas son ligeras: un salpicón de pescado, una ensalada, unas verduras y más fruta, flanes y yogures.

Aquí están todos en forma, no sólo por la dieta. Trabajan como locos. Mantienen todo esto limpio y ordenado. Tienen ocho hectáreas de finca y solamente la ayuda de un trabajador para conservar los viñedos, la huerta y los frutales, sobre todo kiwis.

De aquí de Canedo es una de las niñas que pintó Velázquez en Las meninas, la morenita que aparece ofreciendo agua a la princesa. Se llamó María Agustina Sarmiento y fue hija de Diego Sarmiento de Sotomayor, enorme benefactor de este convento, hasta el punto que lo mandó construir y lo pagó de su bolsillo. Se dice que la niña pudo nacer aquí mismo o en todo caso corretear mucho por este edificio, pues su padre pasaba aquí largas temporadas.

Icono en el monasterio de San Diego de Canedo. DP

En lo que respecta a la dieta, no pregunté si tienen báscula. Hacen voto de pobreza y créame que lo cumplen. No tienen nada propio. Todo es de la comunidad y no creo que la comunidad haya incumplido el voto para comprarse una báscula. Tienen lo justo para vivir, como Marie Kondo pero sin alardes. Practican la humildad y la fe con todas las consecuencias, como aquel fraile, que me contaron aquí, que fue martirizado en Damasco. Camilo José Cela decía que era pariente suyo. Lo tiraron del campanario de la iglesia y el pobre hombre sobrevivió y quedó allí agonizando durante horas.

Los asesinos le conminaban a renegar de sus creencias y no dejaban de chillarle una y otra vez: "¡Renuncia a tu fe, perro cristiano!". Ya a punto de morir, el fraile reunió sus últimas fuerzas y contestó, también a gritos: "¡No me sale de los cojones, mi fe es verdadera!". Pues estoy un poco así, no con mi fe, que sigue desaparecida, pero sí con la determinación con la que los frailes franciscanos hacen las cosas y viven la vida, con la misma sencillez con la que construyeron su iglesia grandiosa. Eso es lo que usted y yo tenemos que aplicar a nuestra dieta, que se me está usted descuidando, no como yo. Algo se me habrá pegado de esta gente y espero que me dure, que son ejemplo de muchas cosas, sobre todo de que se puede y se debe hacer Iglesia desde la honestidad y sin algaradas. Buenas personas que me han dado cobijo y a los que estaré eternamente agradecido.

ASÍ ME SIENTO:
Peso: divino.
Estado de ánimo: contemplativo.
Pecado: imposible aquí.

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