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Quitarse el pijama

La oficina de Miguel Olarte
photo_camera La oficina de Miguel Olarte

Yo nunca he escrito un diario, siempre me parecieron algo bastante idiota. Pero El Progreso me pide uno, lo que parece bastante idiota teniendo ellos ya uno, que se llama El Progreso. Pero bueno, los que saben de diarios son ellos y, además, son los que me pagan, lo que influye bastante.

Así que hoy, martes, quinto día de aislamiento en mi casa, empiezo este diario, que escribiré a ocho manos. Las otras seis son las de mi mujer, María, y las de mis hijos: Elías, que tiene casi 16 años, e Irene, que tiene casi 12. María también tiene años, pero casi no se le notan. Esto que acaban de leer es la primera norma de la convivencia y, sobre todo, de la supervivencia. Supongo que no hacen falta más explicaciones, es como lo de lavarse las manos. 

De momento, todo va más o menos bien. El domingo nos hicimos un horario para cumplir a rajatabla: hora de levantarse, desayuno, limpieza de casa, ejercicio, higiene personal, estudio, comidas, tiempo libre, videojuegos, tiempo en familia... Todo bien clarito. Hasta hoy, no lo hemos cumplido ni un día, pero lo vamos afinando. Poco a poco, tampoco hay que volverse locos.

La mayor parte del tiempo se nos ha ido en adaptar el campamento: bajar las aplicaciones necesarias para teléfonos, ordenadores y tablets para que mi mujer y yo podamos trabajar desde casa y los chavales recibir las tareas de los profesores para estudiar. Al menos todos hemos podido dedicar un rato a lo nuestro, y hacer como que hacemos, ayuda. Quizás ahora no tanto, pero seguro que más con el paso de los días. El resto del tiempo se ha ido pasando sin sentirlo y sin demasiado sentido, como si todo fuera normal, como si afuera nada nos estuviera amenazando de muerte.

A Irene ha habido que explicarle de nuevo por qué hay que ducharse, hacer la cama, recoger la habitación y quitarse el pijama si no vamos a salir de casa. Parece que esta vez lo ha entendido, pero creo que me vuelve a mentir, que luego, o quizás mañana, volverá a intentarlo. Es pertinaz como las sequías del franquismo, no sé a quién habrá salido. Desde luego que en eso no a su madre, esa extraordinaria mujer sin la cual el mundo tal y como lo conocemos se derrumbaría. Recuerden, hay que lavarse las manos a menudo. 

Seguiremos hablando, a diario.