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Escampar

ME HE HECHO fuerte en la cocina, donde he instalado mi oficina. Mi oficina es un ordenador portátil, un móvil, una libreta y un bolígrafo, que para mi familia, al igual que yo mismo, han pasado a formar parte del decorado.

Como es normal, por aquí entra y sale todo el mundo como Pedro por su casa, entre otras cosas porque es su casa. No he estado especialmente hábil al elegir dónde instalarme, pero tampoco me quejo: este ir y venir es también reconfortante, a ratos me hace sentir como si siguiera en la redacción, con ese constante trajín, ese ruido que has aprendido a no escuchar, ese ambiente de frenopático con gente y teléfonos dando por el saco. No sé cómo hay gente que puede trabajar en silencio, es muy difícil concentrase.

De cuando en vez, cuando hace ya un rato que nadie entra a por un yogur o una fruta o a tirar algo a la basura, salgo a ver qué hacen. Elías lleva todo el día en la habitación, conectado con sus colegas en la Play, como cualquier otro sábado. Creo que él es el que mejor lo lleva de los cuatro, ventajas de la adolescencia.

tormenta

Irene va flojeando más. Las videollamadas a sus amigas no le llenan tanto. Esta tarde hasta se ha puesto a hacer un trabajo sobre el franquismo, yo creo que se ha despistado y se ha olvidado de que es sábado y que estaban suspendidos los deberes. No le he dicho nada, por si acaso se le hacía la cosa aún más larga, aunque hemos estado un buen rato hablando del franquismo. Ha salido lista para una manifa anticapi, si pilla a uno de Vox por el pasillo lo machaca. Ansioso estoy por ver la nota que le ponen en el colegio concertado religioso al que todavía va.

He hablado con la concejala que lleva lo de mayores y atención en el hogar. Cien se han dado de baja por puro miedo. Otros muchos se lo están pensando, porque no hay mascarillas ni material de protección suficiente para las trabajadoras. No es que no se quiera comprar, es que no hay dónde. Luego entro en las redes y en varios grupos de Whatsapp y me pregunto de qué nos estaremos quejando algunos.

Me tiro un rato en la galería mirando cómo descarga la tormenta sobre las huertas de O Carme y del Miño. La sigo hasta que los destellos de los relámpagos se pierden tras los montes del fondo, confiando en que algún día también escampará dentro.

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