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Madres, invenciones y demás relato de infancia

Doris Lessing. EP
photo_camera Doris Lessing. EP

Como en la vida, en la ficción, el vínculo maternofilial es inmensamente rico y, aunque en ocasiones no se muestre tan satisfactorio como sería deseable, siempre resulta interesante y lleno de matices.


Me despierto sudando; no consigo dormir. A mi lado, un pequeño oso de peluche me observa con redondos ojos de cristal. Alguien me arropa y posa la mano sobre mi frente. Es mi madre. Me cuenta la historia de una niña despistada que siempre equivoca los encargos. Se llama Lucía, pero podría llamarse de cualquier otra forma. A veces es: «Pequeña, ve a la tienda y tráeme una lechuga, pero la chiquilla llega a casa con una tortuga». Otras, «Lucía, por favor, acércate al supermercado y tráeme detergente. Al llegar a casa, la muchacha entrega a su madre un tubo de dentífrico». A menudo me pregunto de dónde surgió esta niña que tenía la intención de equivocarse. Sin duda, mi madre me introdujo en las historias y ya pretendía, posiblemente sin saberlo, que me anticipase a las extrañas confusiones del personaje que ella inventó para mí. 


Uno de los atractivos de las fabulaciones novelescas es precisamente llevarnos a pensar que sabemos. Esa resulta ser la maestría de quien escribe para hacernos elucubrar, casi siempre erróneamente, y conducirnos después por el buen camino, el de las respuestas que sólo entonces resultarán ineludibles. Cuando esta capacidad para el engaño se mezcla con el tema de las relaciones maternofiliales, nos encontramos con novelas especialmente apropiadas para el día de hoy. Estoy pensando en los magníficos textos de dos escritoras de lengua inglesa que me han cautivado casi por igual. El instinto, de la canadiense Ashley Audrian, en la que, por una herencia más psicológica que genética, las mujeres de una misma familia abandonan definitivamente a sus hijas. Es decir, la relación de una madre con su propia madre y la de esta con la suya, marcan la manera en la que la protagonista se relaciona con su primogénita, y desencadenan el desastre.

Una catástrofe en parte previsible que, como la historia de Lucía y sus constantes confusiones, resulta a su vez inesperada. El lector oscila, en un movimiento pendular, de un lado a otro de la creencia. La utilización de una narradora en primera persona, de cuyo punto de vista el lector no puede estar seguro, es sin duda uno de los grandes aciertos de este texto, que invita a una lectura sin descanso, desde la primera hasta la última línea. La otra lectura es El quinto hijo, de la británica Doris Lessing, presenta a una madre que se obsesiona con la idea de que su futuro hijo, el embrión alojado en su vientre, quiere matarla, y vive así la maternidad de forma terrible y angustiosa. Igualmente, tergiversadora. Preguntarnos si Lucía equivocará de nuevo su cometido y cuál será su confusión es, sin duda, uno de los ingredientes de la buena literatura.

Lucía podría no traer pasta de dientes, sino unos pendientes, o lo que es peor, una serpiente; de ahí su peculiar veneno


Otras muestras de relaciones conflictivas entre madres e hijas se encuentran en algunas novelas de Irene Nemerovski, que reproducen la relación de la autora con su propia madre. Sólo por destacar un par de títulos, mencionaré El baile, en el que una engreída mujer impide a su hija participar en una celebración en sociedad por temor a que la joven la eclipse con su belleza. Incluso mis alumnas adolescentes disfrutan con la inesperada revancha de esta última. No menos digna de mención es la venganza de otra hija sobre su madre, una mujer igualmente superficial, en una novela de esta autora francesa de origen ucraniano, El vino de la soledad, que nos atrae con su argumento y nos encandila con la belleza de su prosa. ¿Una medida inesperada? Lucía podría no traer pasta de dientes, sino unos pendientes, o lo que es peor, una serpiente; de ahí su peculiar veneno. Cada una de estas respuestas habría dado lugar a una historia diferente. Sin embargo, el desquite de la protagonista, como la confusión urdida por mi madre en nombre de su personaje, siempre es la más apropiada.


Por suerte, son muchas las novelas que presentan una visión más amable de la maternidad. Incluso desde el dolor de la pérdida y de la falta de entendimiento, la novela de Tatiana Tibuleac, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, nos presenta el amor y el perdón como formas de reconciliación con nuestro doloroso pasado. De modo similar, La primera mano que sostuvo la mía de Maggie O'Farrell, combina temas como la memoria o el amor de pareja con los motivos de la gestación y el parto. Y todo ello con el estilo magnífico al que nos ha acostumbrado la autora británica. Para terminar, quiero referirme a una novela que seduce por igual a gran diversidad de lectores. Me refiero a Nacido de ninguna mujer de Franck Bouysse, que aúna magistralmente un terror de góticas pinceladas con la perfecta presentación de la realidad desde multitud de puntos de vista; los de los personajes que intervienen en la trama. Una vez más, un relato sorpresivo con un desenlace que, por supuesto, no quisiera desvelar. En él, está presente la idea de que el vínculo entre una madre y su criatura es –pese a todos los intentos por herirlo– indestructible.


Me despierto sudando, no puedo dormir. Mi madre y sus historias están a algunos kilómetros de distancia, a algunos años de distancia, pero más cerca de lo que nadie pueda imaginar. Cojo un libro; lo sostengo entre mis manos como un talismán y, mientras leo, vuelve a aparecer la niña de siempre, con su extraña torpeza y sus roncas excentricidades. Nunca supe si era sorda, estaba loca, o simplemente ya entonces era yo. Lo dicho: un vínculo indestructible. Nos hacemos a la medida de las historias que un día alguien nos contó; cuántas veces, una madre. 

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