Vidas de otro mundo

Llegan con lo puesto, pero su carga es excesiva para cualquier humano. Solo la necesidad extrema justifica su odisea.
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photo_camera En 2021, solicitaron protección internacional en España 65.404 extranjeros. EFE

Son inmigrantes. Tuvieron que abandonar su país por hambre, por amenazas de muerte, por necesidad. Ninguno lo ha hecho con gusto.

Por motivos de seguridad, todos sus nombres son inventados. Amparados por el anonimato, hablan con sinceridad y cuentan historias difíciles de asimilar, sus vidas.

Son cuatro personas, pero podrían ser 65.404. Tantas como solicitudes de protección internacional se presentaron en 2021. La reciente llegada de ucranianos que huyen de un país en guerra ha llamado la atención sobre una situación que no es nueva. Cada año llaman a la puerta de España miles de personas que dejan atrás su mundo para sobrevivir.

EL SALVADOR. Pedro tiene 31 años. Llegó de El Salvador en 2019 y no por voluntad propia. "Me vine por amenazas de muerte. Te ponen un tiempo para abandonar el país y, si no te vas, te matan o atentan contra tu familia", explica una naturalidad preocupante.

Cuenta que cometió "el error de estar en el lugar equivocado" y se buscó "un problema con las pandillas, las maras", que se llaman en su país.

Mide sus palabras cuando relata el suceso. "Presencié sin querer un acontecimiento, un enfrentamiento entre pandillas. Ellos creen que podría reconocer a alguien que ha hecho algo, así que quieren eliminar a quien los pueda identificar". En ese momento estaba con su hermana, que también se vio obligada a salir del país. "Fue un milagro que nos salváramos porque llovían balas. Tuvimos que correr, tirarnos al suelo, salir de allí como pudimos", recuerda.

Pedro salió de El Salvador por amenazas de muerte y asegura que no puede volver

Sin dar explicaciones, tuvo que dejar de un día para otro un trabajo que le gustaba y coger un avión rumbo al otro lado del océano. "No te dan tiempo para más", apunta.

En El Salvador dejó dos hijos pequeños. "Están con su madre. Ellos también tuvieron que mudarse, pero el problema está en todas partes. Nadie se puede esconder. Están bien organizados".

Explica que cada mara controla unas zonas del país. "Si vives en un lugar donde predomina una pandilla no puedes ir al territorio de otra porque inmediatamente piensan que eres un informante, aunque no hagas nada". Cualquier detalle puede causar un problema. "Te identifican por la forma de vestir. No se pueden llevar camisas con números, ropa floja, zapatos de un determinado estilo. Es peligroso porque te pueden confundir con uno de ellos". 

Por seguridad, solo la familia de Pedro sabe donde está. "Podría correr peligro si hay personas de esos grupos en el país, pero en Lugo estoy tranquilo. Muchos compatriotas se marcharon para Estados Unidos y allí fueron asesinados", comenta.

Presenció una pelea entre bandas y desde ese momento su vida corre peligro

Como en la mayoría de los casos, la realidad que se encontró al llegar era diferente de lo que esperaba. "Entré en España como turista y pedí protección internacional. Le conté a la Policía todo lo que me había ocurrido e inicié los trámites. Yo creía que me iba a ser fácil trabajar, pero se me cerraron las puertas porque no tenía permiso laboral", recuerda.

Recurrió entonces a las ONG. En Accem le gestionaron un alojamiento en Gijón y un curso de cocina de cinco meses. Justo al terminarlo, había una bolsa de empleo destinada a los alumnos, pero la pandemia truncó sus planes. "Nos confinaron. Los restaurantes que nos iban a dar trabajo tuvieron que cerrar".

Decidió entonces probar suerte en Lugo, donde conocía a alguna gente. Con ayuda de Cáritas, realizó un curso de almacenista y venta. Esa formación le abrió las puertas de su primer trabajo. "Hice prácticas en una tienda, les gustó mi trato y me contrataron", narra orgulloso. Pero la dicha no duró mucho. "Justo cuando empezaba a trabajar me denegaron el asilo. Yo fui sincero y le expliqué a mis jefes lo que ocurría. Al retirarme la protección internacional quedaba en situación irregular y sin permiso de trabajo. Me dolió porque me había costado mucho conseguir un empleo", explica.

Le denegaron la protección internacional justo cuando había encontrado empleo

Pedro presentó una apelación para que se revise su caso y está a la espera de resolución. "A mi hermana sí que le concedieron la protección internacional. Estoy muy contento por ella, pero mi denegación me parece injusta, incomprensible, extraña. Yo le conté todo lo ocurrido a la Policía. Y lo que pasa en mi país lo pueden ver en las noticias, es el día a día".

Su palabra es lo único que tiene para que le crean. "Yo no miento, pero me piden pruebas. Me marché de El Salvador sin pensar en eso. En el tiempo que tardo en buscarlas me matan. No se me ocurrió presentar una denuncia. Si le cuento algo a un soldado o a un policía qué sé yo si me van a vender y me van a ir a buscar al día siguiente a mi casa para matarme. Que me perdonen, pero hay corrupción hasta en la justicia".

Mientras no consigue permiso para trabajar, Pedro se busca la vida como puede. "A veces me sale algo en negro y tengo que aceptarlo". Le cuesta pedir ayuda. "En mi país no se pide, te ganas las cosas con trabajo, nadie te regala nada porque a nadie le sobra. Es triste depender de ayudas porque la gente piensa que no quieres trabajar. Estoy inmensamente agradecido a Cáritas, Cruz Roja, Accem... pero yo no vine para vivir sin hacer nada. Nadie quiere abandonar su casa y mucho menos dejar a su familia. Quiero progresar y aportar algo al país que me acoge".

Aunque tiene muy presente la realidad, Pedro no quiere dar una mala imagen de El Salvador. "Es muy lindo, con volcanes, lagos, mucha belleza natural. El trato con la gente es muy bueno. Los extranjeros pueden ir tranquilos, están seguros. El problema es interno, entre la gente del país".

Le encantaría volver, pero sabe que no puede. "Si me niegan el permiso para residir en España tendría que marcharme, pero no puedo volver a El Salvador porque me matan", dice con toda la serenidad que esa frase permite.

COLOMBIA. Juan tiene 27 años y ya lleva tres vidas. La primera la inició en Venezuela. Allí se crio e ingresó en el ejército a los 18 años. En 2019, desertó. "Decidí hacerlo cuando Juan Guaidó dijo que iba a ayudar a los militares que abandonaran al Gobierno venezolano, pero todo eso quedó en palabras. Nos dejó tirados", dice.

Al abandonar el ejército se marchó a Colombia, donde le resultó fácil conseguir la nacionalidad por ser hijo de madre colombiana. Allí residía también su hermano, que ocupaba "un cargo político con mucha influencia", y pronto llegaron los problemas.

Juan desertó del ejército de Venezuela y se marchó para Colombia

"La guerrilla colombiana empezó a amenazar a mi hermano y él emigró a España. Yo me fui para otra parte del país, pero a los seis o siete meses me encontraron. Me dijeron que si mi hermano no volvía y daba la cara iban a tomar represalias contra mí. No me quedó más remedio que marcharme del país también", recuerda.

La decisión no fue fácil. Con Juan vivía su hijo, que ahora tiene seis años. "Las amenazas eran constantes. La última vez llegaron hasta mi casa. Fue entonces cuando decidí mandar al niño con su madre para ponerlo a salvo. Ella vive en Venezuela. Yo no podía volver porque soy desertor y, como mínimo, me meterían en la cárcel. Decidí salir con el pasaporte colombiano hacia Francia", narra.

El periplo por Europa comenzó el año pasado. "Vine sin conocer a nadie, sin hablar francés, me perdí, pero finalmente llegué a Lugo en agosto de 2021". Eligió este destino porque aquí tenía conocidos y solicitó protección internacional. Ahora aguarda la conclusión del proceso. Espera conseguir en mayo un permiso de trabajo y, en agosto, la resolución definitiva que le diga si puede quedarse en España o no. 

De Colombia tuvo que huir por amenazas de muerte de la guerrilla

Su principal problema en estos momentos es encontrar un modo de subsistencia. "Sin permiso no puedo trabajar, pero algunos días voy en negro si me llaman para pintar, para recoger escombros de una obra, para cualquier cosa, porque de algo tengo que vivir", confiesa.

Ha recibido ayuda de Cáritas y Cruz Roja, pero sabe que esa no es la solución. "Necesito permiso para trabajar, que no me dejen a la deriva". Y mientras tanto, agradece el apoyo recibido desde las distintas organizaciones. "En Cruz Roja me ayudaron con la tarjeta monedero, en Cáritas me van a ayudar con el alquiler, pero además de dinero agradecería algún curso para formarme. Tengo que agendar una hoja de vida para cuando me permitan trabajar", apunta.

Espera obtener un permiso de trabajo en breve para asentarse en Lugo y traer a su hijo

Sueña con recuperar a su hijo. "Hablamos siempre que podemos. Él me busca, está muy apegado a mí. Si consigo regularizar mi situación me gustaría traerlo para tenerlo cerca de mí y que crezca tranquilo, en mejores condiciones", dice.

VENEZUELA. Precisamente por su hija también se marchó Carmen de Venezuela. Su vaso se había ido llenando en los últimos años, pero la gota que lo colmó fue la imposibilidad de encontrar medicamentos para tratar una simple viriasis que sufrió su niña. "Faltaban alimentos, corríamos peligro porque yo participé en procesos en contra del Gobierno de Chávez y Maduro, pero lo que nos empujó a tomar la decisión de irnos fue la impotencia de no encontrar algo tan básico como un medicamento para tratar una diarrea".

Carmen y su marido Manuel son ingenieros civiles. Les resultaba difícil encontrar trabajo en Venezuela porque la construcción es mínima. "No hay obras, un ingeniero no tiene nada que hacer", explica. Cuando decidieron salir del país, Manuel trabajaba para una empresa dependiente del Estado y dijo que se iba unos días de viaje con su familia. "Él no puede regresar porque iría preso", augura Carmen. 

Carmen huyó de Venezuela por desesperación al no hallar fármacos básicos para su hija

Su primer destino fue Perú. "Allí teníamos unos amigos que nos ofrecieron ayuda, pero no era cierto. Fue la peor decisión que he tomado en mi vida". Cuenta que los venezolanos no son bien recibidos en Perú y su estancia en el país fue muy complicada. "Nos trataron muy mal. Hay xenofobia contra los venezolanos. Nos llaman ladrones. En cuanto identifican nuestro acento o nuestros rasgos nos hacen la vida imposible. A mi hija le escupían en la escuela, la insultaban. La profesora llegó a pedirle que no hablase en clase. No consigues trabajo, no te alquilan un piso".

Con apoyo de una iglesia cristiana, encontraron un lugar donde vivir en muy malas condiciones. Manuel comenzó a trabajar de taxista y Carmen consiguió un empleo en una tienda. "Le gusté a la dueña y me pidió que aprendiese a hablar como los peruanos, imitando su acento y su modo de expresarse para hacerme pasar por uno de ellos. Yo me esforzaba en eso, pero cuando algún cliente detectaba el acento venezolano dejaba los productos y se iba sin comprar".

Emigró a Perú y sufrió xenofobia con agresiones verbales constantes y a veces físicas

Manuel, para evitar ser identificado, medía mucho las palabras con los pasajeros que se subían al taxi. Aún así, tuvo que soportar constantes agresiones verbales e incluso alguna física.

La pandemia complicó la situación de los inmigrantes venezolanos en Perú. "Fue tremendo porque al principio hasta nos negaban la asistencia sanitaria. Más tarde se vieron obligados a atendernos, aunque no había modo de conseguir una cita", recuerda Carmen. Pero no hay mal que por bien no venga: "La mascarilla fue nuestra salvación. Ocultaba la cara y solo había que ser mudos", dice Carmen con lágrimas en los ojos.

Ante esta situación insostenible, buscaron otro destino. España era una opción por el idioma común. "Pero había que reunir siete requisitos y uno de ellos era una cantidad de dinero que no teníamos. Ahorramos todo lo que pudimos. Dejamos de comer, de comprar ropa, mi marido trabajó sin descanso", relata Carmen.

Es opositora al Gobierno y teme que su marido vaya a prisión si algún día regresan a su país

Tras muchos sacrificios consiguieron subirse a un avión con destino a Madrid. Carmen cuenta su llegada con tal intensidad que contagia la tensión de la narración. Resulta imposible tomar notas. Lo que transmite no se puede transcribir literalmente.

Aguantan la respiración en cada control del aeropuerto. Tienen la documentación en regla, pero saben que no traen el dinero necesario para ser admitidos en el país. En el primer chequeo no les preguntan por eso, mantienen la tensión. Pasan varios más y la cuestión económica sigue en el aire. Avanzan, pero no logran respirar tranquilos. Están convencidos de que en algún momento los pararán. Les permiten recoger sus maletas. Van cruzando puertas, pasillos interminables, hasta que un hombre les sella los pasaportes y les da la bienvenida a España. Están dentro. Respiran. Los nervios se convierten en lágrimas y su alegría es tal que Carmen no duda en asegurar que fue "el mejor día" de su vida.

Tras solicitar protección internacional en Madrid, llegan a Lugo con ayuda de Cruz Roja. A Carmen no le llegan las palabras para agradecer el apoyo recibido de esta organización y lo demuestra con gestos de cariño. "Tengo un techo, nos están preparando para trabajar cuando tengamos permiso, nos orientan en los trámites que hay que hacer, recibimos ayuda psicológica, apoyo escolar para mi niña", cuenta en una enumeración sin fin.

Y vuelve a iluminársele la cara al hablar de la pequeña. "Mi hija está feliz. Tenía miedo de ir al colegio, pero el primer día regresó encantada diciendo que aquí no era rara. No te miran, no importa el color ni el acento. Lugo para nosotros es el paraíso. Me quiero quedar", sentencia.

Dentro de un tiempo sabrá si puede hacerlo o si su solicitud de protección es denegada. En cualquier caso, sabe que a su país no puede regresar. "Yo estoy identificada como opositora al Gobierno y mi marido iría preso. ¿Qué futuro me espera a mí en Venezuela?"

MARRUECOS. Pablo tiene 20 años y una memoria prodigiosa. Cuenta detalles que parece imposible retener. Tal vez no se deba a su buena cabeza, sino a que algunos días de su vida han quedado grabados a fuego. 

El 17 de mayo de 2021 se tiró al mar en Marruecos y nadó hasta una playa de Ceuta. Estuvo dos días en la calle, después pasó 45 escondido en un garaje y, cuando esa situación resultaba insoportable, regresó a la intemperie. Fueron otros 15 días durmiendo bajo el cielo hasta que encontró empleo irregular en un restaurante. Tenía experiencia previa como cocinero en Marruecos.

Pablo llegó a nado a Ceuta desde Marruecos impulsado por la falta de recursos

Consiguió contactar con Cruz Roja y pidió asilo. Entró en el programa de acogida de esta entidad y tras un periplo por distintos puntos de España llegó a Lugo.
Está recibiendo clases para aprender español y preparación laboral para buscar empleo cuando consiga el permiso de trabajo que está tramitando.

La historia de Pablo es común a la de cientos de compatriotas que cada día se juegan el pellejo en busca de una vida mejor. Procede de una familia humilde. En Marruecos tenía dificultades para encontrar trabajo y su madre no podía mantenerlo. Su hermano se había aventurado en el mar antes que él. Luego lo hicieron cuatro sobrinos, todos menores de edad. Lograron alcanzar la costa española con vida y se encuentran acogidos en centros de menores. 

Pasó 45 días escondido en un garaje y después durmió en la calle varias semanas

Dice que no tuvo miedo. "Era de día y en mayo el mar está en calma. Cuando llegué a la costa no tuve ningún problema porque no había nadie vigilando", dice para quitarle hierro al asunto.

Espera un permiso de trabajo que le permita prosperar en la cocina de algún restaurante. Dice que es el oficio que le gusta y para el que está más capacitado.

Quiere ser cocinero y está estudiando español para buscar una oportunidad

Parece tímido, pero ha progresado en el aprendizaje del español y se esfuerza por hacerse entender. Logra explicar que su padre ha muerto y que su madre lo está esperando en Marruecos. Que le gustaría volver algún día a su país, pero solo cuando consiga una estabilidad económica que justifique el sacrificio de dejar atrás su mundo y jugarse la vida para llegar a otro lleno de incertidumbre.

TRÁMITES Y AYUDAS
Cifras
► En 2021 se registraron en España 65.404 solicitudes de protección internacional, según datos del Ministerio del Interior. Se estima que solo el 5% de los procedimientos tendrán una resolución favorable.
► Las solicitudes disminuyeron en los últimos años por las dificultades de movimiento de personas derivadas de la pandemia. En 2020 fueron 88.826 los procedimientos iniciados.
► Del 1 de enero al 28 de febrero de 2022, se registraron 17.320 peticiones de protección internacional, 23 en Lugo.
► Los países con más solicitantes son Venezuela y Colombia.
► La migración también se produce en sentido contrario. En 2020, 66 españoles pidieron asilo en otros países (38 en EE.UU., siete en México, seis en Alemania y cinco en Bélgica, Finlandia y Suecia).

Procedimiento
► Las personas que deseen solicitar protección internacional deben dirigirse a la Policía Nacional y explicar los motivos.
► Podrán solicitar un permiso de trabajo hasta que se resuelva el procedimiento.
► Si la petición es denegada, deberán abandonar el país en 15 días. No obstante, pueden solicitar permanencia por arraigo social o laboral si llevan un tiempo viviendo o trabajando en España.

Apoyo
► Organizaciones como Cruz Roja, Accem o Cáritas ofrecen apoyo de diverso tipo a los inmigrantes, desde orientación para tramitar la solicitud de protección hasta recursos para sobrevivir y formación laboral.
► Chone Romero, del programa de acogida de inmigrantes de Cáritas, explica que, tras una entrevista inicial, se valora el apoyo preciso y la actuación más adecuada en cada caso. Una red de profesionales y voluntarios colaboran con Cáritas para prestar estos servicios.
► Cruz Roja ofrece también una atención integral a los inmigrantes. Elvira Fariña, responsable del programa de asilo y refugio en Lugo, explica que un equipo multidisciplinar se ocupa de facilitar la acogida de estas personas, pero también de su integración social y formación para que puedan vivir con autonomía. «Les ofrecemos casa, pero también apoyo psicológico, clases de español, formación laboral e incluso conocimientos básicos para que sepan coger el autobús o cómo tirar la basura», apunta. En resumen, "gestionamos su vida y andamos de la mano con ellos".

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