"Nosotros podemos vivir sin pulpo"

La comunidad latinoamericana es la más numerosa entre los residentes extranjeros de Sarria al superar el 60% del total. En este viaje por sus sabores cuentan un trozo de su vida y cómo echan raíces en la villa
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photo_camera Geraldine Almanza, en la caja de la tienda en la que trabaja. J. CONDE

ES CASI una herejía que en Sarria alguien pase del pulpo, un plato que figura en todas las cartas de todos los comederos de este pueblo lucense célebre por sus iglesias y albergues, la infinidad de peregrinos con sus mochilas a cuestas que lo cruzan, o parten de él, en ruta a Santiago de Compostela. Y también por su feria, en la que se rinde culto tres veces al mes a ese molusco cefalópodo bañado en aceite de oliva y espolvoreado de pimentón que congrega a los paisanos de siempre y su descendencia y a los ocasionales visitantes que lo registrarán como una delicia en su bitácora de viaje.

"Yo lo odio", dice Gisela Pérez, una dominicana de Santo Domingo, que atiende siempre con una sonrisa esplendorosa en La Bodega, en la mitad de la Rúa da Liberdade, que va de punta a punta en Sarria, regada de bares y restaurantes con mesas en las aceras, posadas y hotelitos bien puestos, farmacias, tiendas comerciales y de servicios, bancos con sus pequeñas filas de gente en la entrada, y el montón de vidas que la transitan de un lado a otro y le dan al pueblo un aire de dinamismo citadino.

                      Geraldine Almanza, en la caja de la tienda en la que trabaja.
Geraldine Almanza, en la caja de la tienda en la que trabaja. J. CONDE

El venezolano Randy Mujica, de Cagua, a un centenar de kilómetros de Caracas, recién llegado, prefiere la empanada y el lacón antes que el pulpo. José Antonio Echendía, de La Habana, discreto y observador, felizmente asentado en Sarria con su esposa y una pequeña hija, recuerda el casero 'moros y cristianos' -arroz con frijoles- y suelta: "Podemos vivir sin pulpo".

La joven bogotana Geraldine Almanza, que no ha vuelto a su ciudad en seis años, añora el ajiaco -un caldo hirviente con pollo o carne, maíz, varios tipos de patatas y la imprescindible guasca, planta de beneficios ancestrales- que nadie prepara, dice, como las manos de su abuela Teresa.

Aunque sigue apegada a los sabores de sus querencias, la comunidad latinoamericana está firmemente integrada a la faena diaria en Sarria: en la actividad comercial de oficinas y empresas de servicios, en la hostelería, en labores de mantenimiento y limpieza, en el trabajo de fincas ganaderas y agrícolas, en la atención de personas mayores.

Entre los extranjeros que viven en esta población de 13.000 habitantes, los de América Latina representan algo más del 60%: 636 de 1064, sin contar los nacionalizados (804). Entre los latinos, los procedentes de Colombia (294) son amplia mayoría, seguidos por los de Venezuela (88), Brasil (72), República Dominicana (70), Perú (44), Cuba (31), Argentina (13). También hay ciudadanos de Honduras, Uruguay, Paraguay, Panamá, Ecuador, Bolivia y México.

En Sarria, en total, trajinan gentes de 47 países, aparte de los locales. Un bullir de idiomas y jergas, costumbres y sabores, que le dan el aire, ahora, de pequeño microcosmos a Sarria. De África, el 80% son de Marruecos (139); los paquistaníes (35) representan el 70% de los asiáticos y entre los europeos, de 18 nacionalidades, los vecinos portugueses (78), los rumanos (38), los italianos (32) y los de Bulgaria (28) equivalen a casi el 90% de los procedentes de este viejo continente.

"EU FALO GALEGO". Gisela, la de La Bodega, que adora los langostinos, es una chica de 23 años, casada desde diciembre del año pasado (su marido, Andy, aún sigue en la caribeña República Dominicana). Llegó a Sarria con 15 años y aquí hizo la Educación Secundaria Obligatoria (Eso) y cursos de atención a personas en situación de dependencia, también de inglés y francés, aunque revindica, pícara, que ella "fala galego".

Siempre va en septiembre a su terruño aunque este 2022 lo hará en las navidades para bailar bachata en El Malecón -en verdad la Avenida George Washington que atiborrada de hoteles y lugares de fiesta recorre la mitad de Santo Domingo, siempre con el Caribe a su derecha- y contarle a Andy sus planes de hacer maletas para New Jersey o el Bronx. "Ya tú sabes, allá tengo familia", dice, aunque en Sarria está su mamá Nani, Juana, una hermana y un hermano.

La Bodega es un lugar de encuentro casual de caribeños. En algún tiempo fue también locutorio y centro para enviar y recibir dinero por Western Union. Pero lo más preciado quizás es que entre sus estanterías se encuentra el plátano maduro, que hervido o frito, es un acompañante de una gran variedad de platos que deleitan por igual a dominicanos, colombianos y venezolanos. "Plátano power", lo promociona Gisela, levantando el brazo y cerrando el puño. También venden allí la harina para las arepas y yuca.

Con ella despacha Luiz Fernando Meneses, de Fortaleza, la capital de Ceará en el nordeste brasileño, en realidad el jefe del negocio, propiedad de su madre desde hace diez años. También de 23 años, Luiz Fernando vive en Lugo y viene y va todos los días en su auto. "Quiero quedarme aquí y ganar mucha pasta", expresa en un portuñol cadencioso.

De fácil sonrisa, dice Luiz Fernando, que vive para trabajar, que tiene pocas amistades, que visitó la muralla de Lugo y que extraña comerse una feixoada, tan nacional en Brasil como la selección de fútbol y el carnaval, con sus frijoles mezclados con arroz, carne de cerdo y espolvoreados de la harina de mandioca (yuca). Y se atreve -"un poquito"- con el bendito pulpo.

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Oswaldo Medina, trabajador de la Once, vende lotería en Sarria. J. CONDE

Pero hay un hombre, venezolano, que a pesar de cierta incapacidad en sus piernas, lleva el latir de Sarria. Oswaldo Medina Yanez -"sin ñ", dice- tiene un puesto de la Once, de venta de loterías, al lado de la cafetería Central, sobre la acera de la concurrida Rúa da Liberdade en la esquina con Diego Pazos. "Llevo 21 años en España y dos en Sarria", cuenta en su intacto hablar criollo. Se vino cuando atisbó que aquello, su país, no pintaba bien, ni en lo laboral, ni en la seguridad.

Casado con una hija de gallegos, armó sus maletas y cruzó el charco con la mujer y una niña que apenas gateaba. Aquí le nacieron dos más, trabajó como comercial y vendedor de seguros y se conoce toda Galicia. De lunes a viernes está en Sarria y los fines de semana con su familia en Pereiro de Aguiar, a unos pocos kilómetros de Ourense capital. "Tengo mi casa y hasta le puse placas solares y me bajó el recibo", dice ufano, entre sorbos de un café "marrón claro", como los que se tomaba en la caraqueña Avenida Rómulo Gallegos, el escritor que también anduvo por Galicia hace un centenar de años.

RANDY, EL LECTOR. La familia Mujica Castellano, Randy y Clara, llevan apenas unos meses en Sarria. Ella, ingeniera en computación, ya tiene trabajo y él está regularizando sus papeles. Vinieron desde Buenos Aires, primera parada luego de su salida de Venezuela en 2018.

Abogado y gerente bancario en varias ciudades del centro y los llanos venezolanos, Randy Mujica es un hombre inquieto: en Argentina trabajó en un almacén chino y en paralelo hizo un curso de formación profesional como electricista, con la idea de prestar servicios los fines de semana. Aquí sigue estudiando online y se ha acercado a fincas ganaderas y agrícolas para echar una mano con la idea de aprender y estar listo para lo que salga.

Visitante frecuente de la biblioteca Camilo Gonsar, Randy lee todo lo que cae en sus manos. Los periódicos a diario y el grueso Guerra y paz, de León Tolstói, junto con O verán sen homes, de Siri Hustvedt -sí, en gallego-, que asignó este mes el club de lectura de la biblioteca, al que se adhirió. "Nos fuimos de Venezuela -recuerda- por toda la situación política, económica y social, buscando calidad de vida y libertades personales".

Mientras Clara trabaja, Randy lee, se conecta a sus cursos por internet y se afana en las labores de la casa. Una muy importante: reparar el horno para preparar el pernil para la Navidad y servirlo junto con las hallacas, una masa de harina rellena de un guiso de carne de cerdo, res y gallina, donde no pueden faltar las alcaparras, aceitunas y uvas pasas, envuelto todo con hojas de plátano. "Estamos bien aquí y confiamos en asentarnos", remata.

¿Figura el regreso en la agenda de esta pequeña muestra de latinoamericanos? Juan Antonio Echendía, que por años acarició la posibilidad de salir de Cuba -dejar atrás el son, las palmeras y hasta la pelota y los amigos-, es rotundo: "No pienso en el retorno", dice. Ingeniero electrónico empleado en la hostelería, Juan Antonio ve, cada día, lo contenta que va su hija al colegio. Menos aún en la del simpático Medina Yanez. Y en la Geraldine Almanza, empleada de una gran tienda, de 25 años, que encuentra de todo un poco en Sarria, sobre todo calidad de vida y seguridad, hay un anhelo: ir a ver a su abuela Teresa y, de seguro, sentarse en su mesa frente al vapor del ajiaco.

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