Gran coalición

PODEMOS SEÑALAR dos fórmulas de colaboración de los partidos políticos en la formación de los gobiernos: la coalición y la concentración. En el primer caso, son dos o más fuerzas políticas las que pactan para gobernar; en el segundo, el Gobierno se articula con el concurso de todas las fuerzas políticas parlamentarias.

Pero la expresión ‘gran coalición’ se reserva a la que pueden establecer los dos grandes partidos de un sistema, que suelen ser contradictores entre ellos y ofrecer alternativas, frecuentemente contrapuestas, para encarar las grandes cuestiones en función de su óptica ideológica y de la visión de la realidad que los inspira.

No es desde luego la gran coalición una receta ordinaria. Es por lógica un remedio extraordinario para la gobernabilidad o un instrumento para dotar al poder ejecutivo de especial fortaleza ante retos que así la requieran.

Hay que decir que un régimen político parlamentario tiene entre sus señas de identidad el sistema de partidos que lo anima, que depende de muchos factores. Habitualmente alcanzan preponderancia destacada dos de ellos, uno más liberal y otro más intervencionista, o si lo prefieren uno más conservador y otro más revisionista, al menos en teoría.

Y es buena para el sistema la colaboración activa de los dos grandes protagonistas; lo es para su mejora, estabilidad y perfeccionamiento.

Recuerdo que cuando en 1993, el PSOE ganó las elecciones con 159 Diputados, obteniendo el Partido Popular 141, sostuve, siendo diputado, ante quien quiso oírme, que había llegado el momento de activar la colaboración de los dos grandes partidos del sistema, y que en ese momento debían convenirse entre los principales protagonistas, que lo eran por la voluntad popular, una suerte de reglas de gobernabilidad, que bien podrían concretarse en lo esencial, en facilitar al ganador por mayoría relativa el acceso al Gobierno, siempre, claro está, que el compromiso fuera solemne y cierto. Eso evitaría que unas minorías, entre cuyos objetivos el principal no era la gobernabilidad de España, ejercieran un arbitraje fundado en ocasiones en cuestiones ajenas a los intereses generales de todos los españoles. Sucedió lo segundo, y acaso por eso estamos donde hoy nos encontramos, no hay que negarlo, a las puertas de una crisis del actual sistema, crisis que está por definir en su alcance, pero que se intuye ahí.

Siendo así, no es descabellado ni mucho menos apelar a una gran coalición. Al contrario, será un acto de responsabilidad, basado en lo obvio: cuando algo es más, todo lo demás es menos.

En el remolino de una crisis económica y social, los dirigentes nacionalistas catalanes han impulsado, con el poder de la Generalitat, que es un poder estatal, una crisis de Estado que conllevará, como es lógico, la del régimen constitucional de 1978, salvo que la situación se recomponga con alguna novación por medio de la que se supere la tendencia a la ruptura.

Es bueno y es malo a la vez que cada uno sea como es. Nadie es en todo bondad y en nada imperfecto. Cuando Quevedo, en la revolución catalana de 1640 escribió que «debiera advertir Cataluña que el mudar señores no es ser libres sino mudables. No quiero dar lo justo y moderado que me piden y debo [seguía refiriéndose al pueblo catalán el gran hombre de nuestro siglo de oro] y quiero quitarme y perder más, no puede llamarse ahorro, locura sí (…) que no hay fuero que diga que tenga Barcelona conde y el conde no tenga Barcelona ni condado...», describe algo bueno y malo. La voluntad de ser y al tiempo la de no ser consecuente en aquel tiempo. Aquello fue una gran crisis de la monarquía de los Austrias. Portugal se separó del reino al rebufo de lo que sucedió. Y en 1643, Felipe IV destituye al conde duque de Olivares e inicia una política de reconciliación. Todo, como antecedente próximo, se había iniciado en 1626, cuando las Cortes Catalanas rechazan las «cargas fiscales» y la «leva de quintos» que pretendió imponer el conde duque.

Hay que ponderar bien lo que pasa, es lo primero que un gobernante y un líder deben hacer y en lo que el yerro es fatal. Por eso, claro que es tiempo y oportunidad de hablar de gran coalición; para encarar el remedio de una convulsión que afecta a lo principal e importante, acaso, teniendo que avanzar en contra del viento.

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