A medio siglo de la muerte de Juan Rof Codina

Fue uno de los veterinarios más influyentes de España y trabajó de forma incansable para mejorar la ganadería y el campo gallegos
Juan Rof Codina
photo_camera Juan Rof Codina

El pasado 17 de junio se cumplieron cincuenta años del fallecimiento de Juan Rof Codina, uno de los veterinarios más destacados e influyentes que haya tenido España. Catalán de nacimiento y gallego de adopción, pues fue fundamentalmente en Galicia en donde llevó a cabo su abnegada labor de renovación del campo y la ganadería (a excepción de los años de la Segunda República en Madrid y de tres breves etapas de penitencia en Granada, Córdoba y Tenerife, a raíz de otros tantos castigos derivados de su falta de adhesión a medidas o causas con las que no sintonizaba.)

Si Rof Codina hubiese sabido que, a medio siglo de dejar este mundo, alguien le recordaría desde las remotas Bahías de Huatulco, en el Pacífico mexicano, las cosas difícilmente le cuadrarían. El mundo sobrevivió a la dialéctica bipolar de la Guerra Fría y a la permanente amenaza nuclear –que todavía nos acecha–. El 'corto siglo XX', iniciado con la Gran Guerra, llegó a su fin con la desintegración de una de las dos superpotencias emanadas de una Segunda Guerra Mundial cuya primera fase en España había marcado al aquí recordado. El anunciado 'fin de la Historia' procedente del lado vencedor se quedó en frivolidad académica. El 11 de septiembre de 2001 quedó claro que la Historia no se detiene. No se puede detener. Ni hay vencedores definitivos en ella. La Gran Recesión iniciada en 2007-2008, pasada una década, puede ya considerarse como una Segunda Gran Depresión. Las épocas se suceden, así como unos desafíos cuya naturaleza varía hasta el grado de hacerlos difícilmente identificables con experiencias previas. El imparable proceso de globalización que caracteriza nuestros tiempos, con las interdependencias, asimetrías y conexiones generadas por el mismo, acentúa la constatación de un cambio de era. Por ello, y por no haber testimoniado nada de lo que antecede, para Rof Codina el mundo de hoy resultaría un enigma, así como el origen geográfico de las presentes líneas.

Lo más cercano que Rof Codina llegó a estar del continente americano se remonta a los sucesivos sorteos que le recordaban lo aparentemente inexorable de su destino: hasta por tres ocasiones le tocaron las bolas negras de embarque rumbo a la guerra librada en Cuba. Se las arregló para conseguir otras tantas exenciones y poder dedicarse a estudiar. Aunque para ello tuviese que pernoctar en la farmacia en la que trabajaba como mancebo para financiar sus estudios en Madrid, junto al castizo Mercado de la Cebada, y alternando la única prenda de abrigo con un compañero en su misma situación. Se ahorró un destino incierto en lo físico, pero no las consecuencias del recogimiento nacional derivado del Desastre del 98; es decir, de la pérdida de las últimas posesiones coloniales del imperio español, empezando por la propia isla caribeña. El regeneracionismo pasó a impregnar la escena intelectual española, tratando de paliar la decadencia nacional; dejó interesantes obras y reflexiones, pero ninguna fórmula emanada de la catarsis colectiva encauzó un 'problema nacional' irresoluto que terminaría conduciendo a los episodios más negros de la España contemporánea.

REVOLUCIONARIO DE ACCIÓN. De orígenes humildes, Rof Codina eligió el camino del trabajo y creyó en el mismo como elemento redentor a escala individual a la par que regenerador de la vida en colectividad. Revolucionario de acción y de pensamiento en relación al campo y a la ganadería, no lo trasladó a la acción política directa, de la cual siempre se mantuvo a un prudente margen. Ello no le evitó el ser castigado por las dos dictaduras del siglo XX español: la del general Primo de Rivera y la del general Franco. El pensamiento libre no causaba simpatía entre los golpistas de entonces. Y, como recordaba su hijo, Juan Rof Carballo, "una de las características más profundas de su personalidad es la del amor a la libertad del hombre. La de que el hombre debe decidir libremente aquello a que se siente llamado".

En Lugo, su ciudad de adopción, vivió buena parte de su vida y logró impedir que se derribase la muralla romana


En 1932 fue reclamado en Madrid por su colega veterinario, ex rival opositor y gran amigo, Félix Gordón Ordás, para incorporarse a la recién creada Dirección General de Ganadería. En Galicia le despidieron entregándole un pergamino financiado por suscripción popular, en agradecimiento a la labor realizada por la región durante tantos años. (Cabe añadir aquí que, al margen de su labor agraria, logró impedir el derribo de la muralla romana de Lugo, hoy Patrimonio de la Humanidad, a través de la falsificación de los cálculos económicos del proyecto que lo pretendía bajo excusas de eficiencia urbanística.)

Su cercanía a Gordón Ordás le causó problemas tanto con la dictadura de Primo de Rivera como con la posterior de Franco. En el primer caso, por organizar una cena de veterinarios organizada en homenaje a su colega, quien en 1929 había sido desterrado a la aldea orensana de Puente Barjas –en los límites fronterizos con Portugal– por su republicanismo. Con motivo de la sanción a Rof, el propio Gordón Ordás escribía en los términos más elogiosos sobre Rof Codina en las páginas de La Semana Veterinaria:

"Al disponerse por injustificadas necesidades del servicio que don Juan Rof Codina –el pecuario por antonomasia– cese en La Coruña y pase destinado a Córdoba, toda la Galicia rural grita como si le amputaran un miembro sin darle cloroformo. Los gobiernos civiles, las diputaciones provinciales, los ayuntamientos, las federaciones agrarias, los sindicatos agrícolas, la prensa, con unánime sentir, claman la misma oración: '¡Que no se nos lleven a Rof Codina!'. [...] Rof Codina es único e insustituible. Tienen, pues, muchísima razón los que lamentan el traslado de su pecuario como desgracia irreparable. [...]

Don Juan Rof Codina [...] no ha cesado ni un solo día en su prodigiosa labor de civilización del campesino, combatiendo supersticiones, enseñándole higiene, mostrando ante sus ojos la eficacia de la moderna terapéutica microbiana, haciéndole apreciar y mejorar su ganadería, siendo, en fin, todo lo que encierra esta augusta palabra: un educador. Y para ello, desde el primer momento aprendió a hablar gallego, a fin de que los aldeanos le comprendieran mejor, y visitó las parroquias, y los domicilios, y los mercados, y las ferias, y en todas partes y a todas horas, con lenguaje sencillo y al alcance de las inteligencias más mediocres, iba extirpando errores y sembrando verdades, con una constancia y una actividad que pasmaron de asombro a cuantos le han conocido. Probablemente no se ha dado jamás en el campo español un caso tan perfecto de absorción plena de un funcionario por su función. [...] Gozaba con el puro goce de enseñar al que no sabe, y así la cátedra ambulante que acertó a crear y sostener, reunía a su alrededor a hombres, mujeres y niños de mísera traza, que le oían probablemente con más unción religiosa que al señor abad en la iglesia. Esta bella obra de sembrador, con la que cimentó su fuerte prestigio en toda Galicia, le aureolará de por vida como uno de los españoles más beneméritos".

Una década más tarde, dicha relación con Gordón Ordás sería también una de las principales acusaciones que el régimen franquista formuló en contra de Rof Codina en el expediente depurador abierto tres semanas después del fin de la guerra, en abril de 1939.

GOLPE DE ESTADO. El golpe de Estado que inició el conflicto le había sorprendido en Leipzig, en la Alemania de Hitler, donde se encontraba participando en el VI Congreso de Avicultura Científica (tres años atrás había visitado la Italia de Mussolini como miembro de la delegación española para el V Congreso de Avicultura y Cunicultura, la cual fue felicitada directamente por el Duce). Había salido de España el 12 de julio. En una parada efectuada en Lyon se enteró de la ejecución del líder monárquico alfonsino José Calvo Sotelo, a quien había tratado en La Coruña en el marco de una conferencia sobre ganadería. En el país germano se encontraba estudiando su hijo, becado por la memorable Junta para Ampliación de Estudios. Se reunieron y concluyeron que uno de los dos debía regresar a Madrid. Lo haría el padre. En la capital se hallaban su mujer –gravemente enferma en aquel entonces– y sus tres hijas. De cara a comprender la situación revolucionaria de carácter anarquista que regía Cataluña, fue instruido en la frontera pirenaica por un andaluz a quien había conocido en sus días de destierro por gracia del general Primo de Rivera, y cuyo encuentro fue clave para sortear difíciles situaciones que se presentarían de camino a Madrid, a través de un país en guerra y geográficamente roto en dos zonas.

Franco lo represalió por su amistad con un republicano y por ayudar al abastecimiento de Madrid durante la guerra


Durante la contienda, aprovechó su cargo oficial bajo autoridad republicana para esconder, hacinados en su piso de la calle Argensola 16, hasta a veintitrés personas que temían por su vida. Y en unos momentos en los que, de haberse descubierto tal protección, el precio a pagar era más que probablemente la vida propia. La tensión llegaba por ambos lados, con los milicianos exaltados y los quintacolumnistas provocando; por ello Rof Codina llevaba un periódico diferente escondido bajo cada brazo. Eran los difíciles días de la Defensa de Madrid, en los que los excesos de los milicianos ("incontrolados", como los definían las propias autoridades) costaron no pocas vidas a la par que perjudicaron la legitimidad de la causa democrática española en el escenario internacional. Los testimonios de los mencionados refugiados constituyeron parte de la defensa de Rof Codina y muy probablemente atenuaron la pena impuesta tras la guerra, que se 'limitó' a su destitución en su cargo de inspector del Cuerpo Nacional (dentro de la Dirección General de Ganadería, dependiente del Ministerio de Agricultura) y el traslado forzoso a Tenerife. Además de la mencionada relación con Gordón Ordás (de la que Rof no renegó, ni tan siquiera matizó, en su respuesta al expediente acusatorio incoado por las autoridades franquistas, ni tampoco dejaría de reivindicar a su colega durante la larga dictadura), otra acusación esencial era el haber contribuido desde su puesto al abastecimiento de la capital durante la guerra. En otras palabras: se le acusaba de no haber permitido que los habitantes de Madrid muriesen de hambre durante el sitio de las tropas franquistas (que duró nada menos que dos años y medio). Se ignoraba la alegación de que, en compañía de la pequeña de sus hijas (quien visitó y ayudó a presos simpatizantes de los sublevados durante la guerra y a presos republicanos tras el fin de la misma), se había preocupado de pasar clandestinamente víveres a asilados en embajadas como la de Chile.

REGRESO A GALICIA. Tras un par de años de "traslado forzoso" en la isla canaria (que, tras las penurias y temores de la guerra en Madrid, se convirtieron más bien en una suerte de pena paradisíaca), pudo regresar a la tierra a cuyo progreso se dedicó sin descanso, y en la que pasaría el resto de su vida bajo el cuidado de su hija Carmiña, a quien se refería como su "adorable carcelera aquí en Lugo".

En el plano profesional, importó prácticas de países del norte de Europa como Dinamarca u Holanda, aplicables a la especificidad del campo gallego, en el que la estructura minifundista y la falta de una tradición de asociacionismo agrario y cooperación efectiva entre los pequeños propietarios lastraba drásticamente el progreso de la región. Para ello tuvo que vencer antes la fuerte desconfianza inicial del campesinado gallego ante aquel 'forastero', algo que se simboliza en una película que le dedicó Televisión Española, bajo la dirección de Julio Coll, poco después de su muerte. Profesaba una auténtica fe en las posibilidades de progreso de un campesinado gallego mísero en sus condiciones de vida, aislado, individualista en su oficio, carente de ilustración alguna y atrapado en seculares supersticiones (algo que, décadas más tarde, despertaría gran curiosidad en su hijo –curiosidad reflejada en diversos ensayos de referencia en la literatura gallega–, pero contra lo que Rof Codina tuvo que luchar con notable paciencia y habilidad).

Se acostumbró asimismo al lenguaje –explícito, implícito y ambiguo– de los campesinos gallegos. Desplegó argumentos de carácter fundamentalmente técnico, en marcado contraste con las exaltadas arengas de otros agraristas del momento como Basilio Álvarez, y adaptaba dichos tecnicismos de forma tal que fueran comprensibles y aplicables para el campesino gallego. Así lo resumió su hijo: "Había que mejorar la raza gallega. Y era hombre de cosas concretas, no de ideales lejanos. Lo más concreto e inmediato era mejorar lo que es la clave de la vida de Galicia, que es la ganadería. Y como para mejorar la ganadería pensaba que era fundamental la veterinaria, por eso él cada día, a lo largo de su vida, se fue afirmando en su amor a la veterinaria". Los relatos de dos de sus hijos no pueden coincidir más. Según Juan Rof Carballo, "mi padre era un hombre, ante todo, de una gran energía, de una gran capacidad de trabajo, y extraordinariamente enamorado de su profesión. Tenía una cualidad que yo entonces creía que era corriente, y que luego la vida me ha demostrado que es excepcional: no sólo una gran bondad, sino un extraordinario amor por el hombre humilde; en especial por el hombre de la tierra, por el labriego". Para Carmiña, "era un hombre con un corazón muy grande, pensando siempre en los demás y en querer, sobre todo, que el campesino, y el obrero, y el hombre humilde viviera estupendamente. Ésta era su mayor ilusión".

INNOVACIÓN. Innovador permanente, creó herramientas propias (como el 'Bastón Rof') para mejorar la raza rubia gallega, fomentando el cuidado de los valores biológicos propios y diferenciadores de ese tipo de vacas. Ante una extendida enfermedad –"maldición" a los ojos del campesinado gallego– que terminaba con la vida de aquella raza, Rof propuso quemar los cuerpos en lugar de enterrarlos, puesto que la bacteria maligna se transmitía a través de los pastos. Las vacas no estaban malditas, sino enfermas. Lo que el campesino gallego denominaba "nacida" no era otra cosa que el carbunco bacteridiano. Y es que en la Galicia de la época se ignoraban por completo las aportaciones de Louis Pasteur y demás avances científicos europeos.

Su filosofía era clara. Lejos de radicalismo de tipo alguno, apostó por el progreso a través de la persuasión, el convencimiento y la comprensión del otro. Consideraba la inquietud como elemento esencial para vivir plenamente. Uno de sus nietos me relataba hace unos años su reacción ante un campesino murciano que pasaba sus jornadas sentado junto a la puerta de su casa, bajo el sol, sin hacer nada más que contemplar el horizonte. Tras varios días, no pudo evitar acercarse a él a preguntarle por qué no empleaba su tiempo en algo más, por muy interesante que fuese el paisaje vislumbrado. En la misma línea le recordaba su hijo: "Mi padre no era un hombre fácil. A su lado no había más remedio que trabajar. Inmediatamente que veía a alguien tratando de charlar o de hacer algo, inmediatamente lo colocaba en su trabajo, lo obligaba a trabajar en aquello que estaba haciendo". No concebía la falta de inquietudes, de curiosidad, ni el dejar pasar el tiempo sin más. Al mismo tiempo que desplegó hiperactivismo hasta sus últimos días (pues nunca se jubiló de facto), combinando trabajo práctico con pensamiento, mantuvo una permanente relativización de la experiencia vital. Frases como "vísteme despacio, que tengo prisa" o "llegando bien, nunca es tarde" formaban parte de su filosofía vital. El profesor Miguel Cordero del Campillo calificó con tino a Rof Codina de "apóstol de la ganadería gallega"; cabe añadir que dicha labor de apostolado la impulsaba una fuerza de voluntad verdaderamente quijotesca.

Tras su jubilación (meramente formal), regresó a Lugo en 1944, dedicándose hasta su muerte –más de dos décadas después– a la Cátedra de Divulgación Pecuaria de Galicia, creada por él mismo en la estación pecuaria ubicada donde hoy se encuentra el hospital veterinario que lleva su nombre. A la par, desarrolló una infatigable labor divulgadora a través de la prensa. "Mi padre escribió siempre, continuamente, no vivía si no escribía", recordaba su hija Carmiña. Anticipó a la perfección el creciente poder de los medios de comunicación y se fascinaba ante los avances tecnológicos (como la fotografía o la radio). La constitución en La Coruña de una cooperativa para crear una primera estación de radio en Galicia motivó un largo tira y afloja con su mujer; Rof Codina se empeñaba en invertir en el proyecto dos onzas de oro que ésta había heredado de su padre. El empeño procedía de su convicción en que la radio sería un elemento esencial de cara a sacar al campesino gallego de su secular atraso.

HERENCIA. Todos sus hijos heredaron una sabiduría reposada, expresada con aplomo en el caso del mayor (Juan Rof Carballo, gran médico humanista que sólo ha sido parcialmente comprendido), y mediante una especial combinación de integridad y paz interior, no exenta de un firme carácter e imposible de trasladar a palabras, en el caso de las tres hermanas que le siguieron (Maruja, Conchita y Carmiña). Heredaron asimismo la pasión por los avances de la Humanidad. Carmiña pasaba las mañanas con la radio en el oído y el periódico entre manos, mientras que durante las tardes observaba entre curiosa y fascinada cómo yo trabajaba frente a un ordenador portátil; Conchita, científica pionera en la historia española, fallecida en Barcelona a los 100 años de edad y plena de lucidez hasta casi sus últimos días, me confesaba que sólo lamentaba no haber nacido más tarde por el hecho de que ello le habría permitido manejarse en Internet. También heredaron una extraordinaria longevidad que les aproximó –lúcidamente– al siglo de vida, y que me permitió crecer junto a una de ellas en Lugo y tratar muy de cerca a las otras dos en Madrid y Barcelona durante sus años finales. Y, desde luego, heredaron también lo que afirmaba su propio padre en la última etapa de su vida: "Les dejo un nombre honrado y pueden ir siempre con la cabeza muy alta, y no tendrán que avergonzarse de nada de mí nunca. Vengo de una familia humilde, pero para que sepan que con el esfuerzo de uno se puede llegar a mucho. Y yo quiero que ellos también se lo hagan, y no pase como otros que se lo dan todo hecho y después los hijos gastan todo lo de sus padres y son unos desgraciados. Que sepan lo que cuesta ganar las cosas en la vida".

La admirable trayectoria de Juan Rof Codina se agotó, en su casa junto al Parque de Rosalía de Castro, a los 93 años. Su última década de vida fue la primera de su "secretario" (padre del autor de estas líneas), a quien sólo pidió que en la vida fuese "honrado y agradecido". Según Juan Rof Carballo, aquella presencia volvió a intensificar en su padre una luz que se venía apagando tras la pérdida de su compañera. Ello le permitió una propina de vida en dulce y, sobre todo, en paz, tras una trayectoria marcada por un abnegado esfuerzo y un recurrente sorteo de barreras.

Su legado en Galicia se mantiene vivo, como demuestra la reciente investigación biográfica de Diego Conde Gómez (Juan Rof Codina: Renovación na veterinaria e gandaría galega contemporánea, publicado por Edicións Xerais), a la que cabe remitir para un trazo profesional completo. Aquí me he limitado a plasmar una visión más libre, personal y familiar. Pero el mejor homenaje que podría hacérsele sería, sin duda, el continuar innovando y generando ideas propias que den salida a los retos de la época que nos ha sido dado vivir, contribuyendo así al progreso colectivo. Es decir, seguir sencillamente su ejemplo.