Historias de Lugo

Los dineros para la Guerra

La Guerra Civil le costó sus dineros a los lucenses. Dentro de la zona del bando nacional, prácticamente toda la población —ricos y pobres— hacía aportaciones para sostener una contienda que cojeaba de fondos para mantener a los soldados en el frente

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photo_camera Vales utilizados como dinero y editados por la Casa del Pueblo de Lugo durante la Guerra Civil. EP

s-l500Los dineros de la guerra no salieron todos del Ejército franquista. La petición de donativos para el sostenimiento de los soldados en el frente fue constante desde el principio. Paralelamente, había una industria que, por paradójico que pueda parecer, fue creciendo durante los tres años de guerra. De Lugo, partieron cientos de vagones de tren cargados de reses vacunas que, tras su sacrificio, se convertían en la carne envasada que consumían los soldados del bando nacional en el frente. Se trataba de la empresa de uno de los Fernández, Manuel Fernández López, hijo de Antón de Marcos.

Ya lo dijo Franco, precisamente en Lugo, durante un discurso pronunciado el 21 de agosto de 1942: "Nuestra cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos", referenciada por Mariano Sánchez Soler, en su libro Ricos por la guerra de España.

La guerra generó riqueza empresarial en ciertos sectores y estas empresas, a su vez, contribuirían a su desarrollo pero sin la aportación popular el enfrentamiento no duraría tanto dado que los soldados no tenían suficientes suministros. Las cuestaciones obedecían a una orden del Ministerio de Interior. La propaganda del bando nacional animaba a los lucenses a no ser cicateros a la hora de contribuir "en beneficio de nuestros heroicos combatientes".

Gracias a las colectas y los donativos, los combatientes del bando nacional se dotaron de ropa, mantas, libros o botas, aunque los lucenses también entregaban para la causa dinero y joyas que eran distribuidos por el Gobierno Civil a distintas entidades afines al bando franquista como la Suscripción Patriótica, el Patronato Católico Lucense de Asistencia Social, la Suscripción Proparo Obrero y el hospital de Cruz Roja. Ese fue el caso del Sindicato Agrario Católico de San Xurxo de Piquín, que le entregó 75 pesetas al Gobierno Civil. O el del dueño de una fábrica de galletas y rosquillas, Tomás Saavedra Pardo, que llevó al Gobierno Civil 50 pesetas de su bolsillo y 30, de sus seis empleados. Otro caso más fue el de Sinforosa López, que donó al gobernador un aro-alianza de oro.

El personal de Correos solía hacer donativos, muchas veces sacados de sus salarios, a 5 pesetas de media. En total, el 10 de diciembre de 1938, el personal de Correos reunió casi 16.500 pesetas

Los maestros también hacían contribuciones periódicas. Ricos o pobres, incluso los niños hacían sus aportaciones en las escuelas. Eso ocurrió en la de Trabada, donde la maestra, Argemira López Verea, aportó, en una ocasión, 5 pesetas y sus alumnas, entre 10 y 50 céntimos.

Era habitual que se donasen también premios de lotería. El 11 de noviembre de 1936 aparece publicada en El Progreso la aportación de un sacerdote, que dio 300 pesetas de un premio de lotería, junto con otras más

Las colectas se extendían también al medio rural, por las parroquias, donde se producían —casi a modo de impuesto—donaciones ínfimas, a veces de 50 céntimos, para ayudar al bando nacional. También eran habituales otras cuestaciones como la que tuvo lugar en diciembre de 1938 —"III Año Triunfal", publicaba El Progreso— para el aguinaldo del combatiente y donde destacó, sobre las demás, la aportación de los hijos de Antonio Fernández y Fernández —Antón de Marcos—, que por segunda vez donaron 2.000 pesetas de entonces.

Además del aguinaldo, había otra cuestación para comprar jerséis y pasamontañas para los combatientes. Para ello, se adquirían unas tarjetas por valor de 20 pesetas. Había también tarjetas por 5 pesetas para chalecos.

Un anuncio de la Falange Española de las Jons pedía a los lucenses —tan solo cuatro meses después del estallido de la guerra— mantas, impermeables, trincheras, capotes y borceguíes (botas militares)

Decía el anuncio: "Nuestros camaradas que luchan en el frente por vosotros pasan frío. ¡No debíamos tener necesidad de pedirlo! ¡¡Arriba España!!".

Los soldados también necesitaban leer. Por eso, la Subdelegación de Prensa y Propaganda del Estado, en Lugo, hacía un llamamiento para que "todas las personas que sientan los afanes de la guerra contribuyan al sostenimiento de la obra Lecturas para el soldado enviando libros y revistas que van para instruir y distraer a los heridos y combatientes".

Ahorrando para otro buque
El buque acorazado España fue toda una institución del bando nacional, que acabó hundido en abril de 1937.

Colecta
Se ideó, entonces, la construcción de un nuevo acorazado España para lo cual se abrió una colecta en todos los ayuntamientos del bando nacional. En Ribadeo, se dieron entre 25 y 500 pesetas, según informaba La Comarca del Eo.

 

Llamamiento a toda la provincia para apadrinar Maqueda, un pueblo de Toledo

En julio de 1937, Lugo apadrinó Maqueda, un pueblo toledano de 700 habitantes "asolado por la furia roja", decía el anuncio publicado en El Progreso. Los ayuntamientos y la Diputación harían la recogida de los donativos de los lucenses, que podrían entregar ropas, víveres, dinero y todo tipo de efectos útiles.

El Ministerio del Interior dictó una orden en 1938 por la que obligaba a pagar un recargo del 10 por ciento para el subsidio de los combatientes del bando nacional en la venta de pieles, artículos de lujo, joyas, objetos de oro y plata, obras de arte, lápices artísticos y antigüedades.

A medida que la guerra se fue desarrollando, se creaban también suscripciones para los heridos de guerra. Algunas personas ofrecieron camas y ropa para los heridos.

Otro lucense más, José Pedrosa Ulloa, entregó al Ayuntamiento 150 pesetas para obsequiar con una paga extra a los heridos de guerra del hospital de Santa María "el día que nuestras gloriosas tropas dominen totalmente Madrid", decía la noticia de El Progreso.
Vales

Nada más iniciarse la contienda, comenzó a notarse la falta de moneda en el comercio, por lo que entidades locales emitieron vales que, con el tiempo, acabaron siendo utilizados como dinero de forma general. En Lugo, los emitía la Casa del Pueblo.

Esta situación comenzó a regularizarse casi un año después. En junio de 1937, el gobernador civil, Leopoldo Sousa, emitió una circular obligando a los comerciantes a entregar diariamente la mitad de sus ingresos en monedas de plata, que se cambiarían por los nuevos billetes de 5 y 10 pesetas,que acababan de ser puestos en circulación. La plata iría también para la guerra.

 

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