Historias de Lugo

Indiano rico, indiano pobre

El camino de la emigración a Cuba fue tortuoso. Frente a los indianos que viajaban a Lugo alardeando de su riqueza, otros lucenses sobrevivían codeándose con la miseria en la isla hasta el punto de que llegaron a pedir a España que los repatriase en barco.


 

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photo_camera Grupo de indianos en una visita a Santaballa. LIGA SANTABALLESA

Lucían trajes finos, zapatos brillantes y coches espectaculares, pero los indianos que viajaban a Galicia mostrando la riqueza acumulada en Cuba no reflejaban las penurias que muchos otros gallegos tuvieron que pasar en La Perla del Caribe para poder llevarse algo a la boca.

El semanario ribadense La Comarca del Eo reproducía, a principios de la década de los 20 del pasado siglo, un llamamiento urgente de un gallego emigrado que decidió escribir una carta al periódico contando las penurias que vivían a diario. Tanta era su desesperación que, incluso, pedía que España fletase un barco para repatriarlos de la isla.

El remitente contaba que Cuba estaba viviendo «una intensa crisis financiera» y que, por ese motivo, los comerciantes tuvieron que cerrar sus establecimientos «contándose por centenares los individuos que, despedidos del trabajo, se encuentran en huelga forzosa y sin medios de subsistencia».

Estos despidos masivos llevaron a los dueños de fondas y hospedajes a despedir a varios de sus huéspedes por no pagar.

«Como consecuencia, se ve todas las noches el doloroso cuadro que ofrecen multitud de infortunados españoles durmiendo a la intemperie después de vagar por las calles durante el día, hambrientos y andrajosos», afirmaba el lector de La Comarca del Eo.

El emigrante pedía al periódico que hiciese pública esta situación para disuadir a muchos gallegos de emigrar a Cuba a la vez que pedía un barco «para recoger a muchas familias que se encuentran en una necesidad extrema y repatriarlas a España».

Visita

La otra cara de la moneda -la del emigrante que hizo las Américas- la ofrecieron tres lucenses que en 1917 visitaron la capital de las murallas en representación de la colonia lucense asentada en La Habana. Se trataba de Francisco Otero, Francisco Vila y Gumersindo Bóveda, que traían un bastón de regalo para el entonces alcalde, Ángel López Pérez, entre otros obsequios.

Los tres indianos no venían solos. Los acompañaban una extensa comitiva en la que había, como informaba El Progreso, «una nutrida y selecta representación del elemento femenino».

El recibimiento que se le dio a la comitiva habanera en Lugo fue espectacular. Como era habitual en la época, las visitas importantes llegaban por tren y hasta la estación se trasladó una comisión formada por la corporación municipal; el presidente del Círculo de las Artes, Marcial Neira; el alcalde de Mondoñedo, Ramón Martínez Insua; los regidores de Becerreá, Sarria y Chantada; el secretario del Orfeón Gallego, Teolindo Montoya; el gobernador civil, Belmonte; el jefe de Infantería; el presidente de la Cámara de Comercio, Bal, y el presidente del Centro Obrero.

El tren correo de los habaneros, que venía a Lugo en sentido descendente (es decir, desde A Coruña), «entró en agujas con veintidós minutos de retraso», decía la crónica de El Progreso.

La llegada del tren fue recibida con bombas, vivas, aplausos y la banda municipal tocando la muiñeira 'O bico' , de Xoán Montes. Los cubanos subieron con el resto de las autoridades y una multitud de lucenses por la entonces llamada Avenida de Moret -Rúa Castelao- hacia la calle de Castelar -Rúa do Teatro-, donde comenzó a sonar un pasodoble.

Los tres cabecillas lucenses alucinaron, por así decirlo, con el cambio espectacular que había experimentado Lugo en sus calles, especialmente en Santo Domingo y la Rúa da Raíña.

Francisco Otero dijo de Santo Domingo que tenía «el aspecto de una ciudad moderna» recordando los viejos tiempos de la plaza «con puestos de frutos y casetas de mercado que desaparecieron para siempre», apuntaba el cronista de El Progreso.

El indiano se quedó también muy admirado por las reformas en la Rúa da Raíña y le preguntó al alcalde si los lucenses habían pagado algún tipo de contribución para llevarlas a cabo, a lo que Ángel López Pérez le contestó que no pues todo el dinero había salido del Ayuntamiento.

Desde los balcones del hotel donde se alojarían, el Méndez Núñez, Francisco Otero también observó los cambios en la actual Praza Maior, donde ya no había la fuente con las «cañas» donde las mujeres recogían agua.

Pioneros en las Américas
Francisco Otero era de Nadela y emigró a Cuba en 1897, por lo que cuando vino a Lugo llevaba ya veintidós años en la isla. Conoció a Ángel López Pérez por las noticias de Lugo que leía desde la isla y le llamaba la atención que Lugo tuviese un alcalde liberal.
Francisco Vila era de Lugo y emigró a la isla en 1914. De Gumersindo Bóveda, solo se dice que el año anterior había hecho otro viaje a Lugo.

 

La red de escuelas habaneras que pretendía desterrar la miseria en Lugo
Los gallegos que levantaron cabeza en Cuba no solo ascendieron en el escalafón social, sino que también se preocuparon por los vecinos que quedaban en su tierra aportando su dinero para levantar escuelas —98 en toda la provincia, según el investigador Vicente Peña Saavedra—, pero también reparando caminos, iglesias y cementerios, construyendo hospitales, fuentes y lavaderos, levantando monumentos conmemorativos, financiando fiestas patronales o subvencionando la compra de maquinaria en el campo.
En Lugo, hubo escuelas de indianos en Abadín, Barreiros, Chantada, Guitiriz, Lourenzá, Mondoñedo, Monterroso, Antas de Ulla, A Pastoriza, A Pontenova, Ribadeo, Riotorto, Trabada, O Valadouro, O Vicedo, Vilalba, Viveiro y Xermade. Su objetivo era erradicar el analfabetismo de Galicia, cuyas consecuencias pagaron muchos de ellos con empleos penosos y mal pagados. De hecho, un socio de La Aurora de Somozas decía esto en 1915: «Si cuando nuestros padres nos mandaron a la escuela hubiese las escuelas modernas que nosotros sostenemos ahora allí y no nos hubiesen enseñado tanto catecismo y hubiésemos aprovechado el tiempo en cosas más provechosas, hubiésemos estado más preparados para las luchas de la vida».
Las escuelas de los indianos eran laicas, gratuitas y tenían espacios para el recreo y la práctica de deportes y, en algunos casos, campos de experimentación agrícola, instrumental científico, biblioteca y vivienda para los maestros. Su construcción se regía por normas como las de la sociedad Labor Gallega, que proponía en 1915 que las escuelas se situasen « en sitio alto, seco, soleado y de fácil acceso, próximo a jardines, plazas o vías con poco tránsito y lejos de cementerios, hospitales, cuarteles, centros de espectáculos, talleres y tabernas».

 

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