El blindaje de los más frágiles ante el virus

Los centros de discapacitados que gestionan asociaciones lucenses se han blindado y adaptan sus programas para seguir prestando atención y a la vez preservar la salud de personas con síndrome de Down o enfermedad mental. Reinventar el ocio y aprovechar los espacios verdes de que disponen son la alternativa
Residentes en el centro A Mariña. EP
photo_camera Residentes en el centro A Mariña. EP

Blindadas. Así viven estos días las 43 personas que tienen su hogar en la residencia de Aspnais en la Rampa de Claudio López de Lugo. El aislamiento “se les hace largo, como a todos, pero se adaptan bastante bien”, explica el presidente, José Reigosa.

En el centro reina la tranquilidad y la seguridad. De momento están todos bien y se aplica un protocolo de seguridad que se diseñó ya antes de que el Gobierno tomara medidas y decretara el estado de alarma. Esas normas incluyen que trabajadores e internos usen mascarillas y a los residentes se les toma la temperatura por la mañana y por la noche, a modo preventivo, explica Reigosa.

Cruzan los dedos para que el coronavirus no entre en el recinto, pero por si ocurriera se han preparado ya en la residencia dos habitaciones de aislamiento. Y el personal trabaja en turnos que garantizar que haya reserva si alguien enfermara. Así, el equipo de trabajadores se ha dividido en cuatro grupos y cada semana trabaja uno de esos grupos.

Esa reorganización del personal ha sido en parte posible porque la actividad se ha reducido. Solo continúan los que viven en la residencia, y se han cerrado los talleres y el centro de día.

También tienen opción de salir al jardín los que viven en la residencia, con edades entre los 20 y los 62 años

De todos esos usuarios ahora sin actividad y que permanecen en casa, Reigosa explica que de momento se encuentran bien. Se ha hecho un control telefónico para seguir su estado y la mayoría están en aldeas, de modo que al menos respiran aire limpio, dice.

También tienen opción de salir al jardín los que viven en la residencia, con edades entre los 20 y los 62 años. Esas salidas son también controladas, porque se evitan los grupos numerosos para evitar riesgos, pero el jardín de Claudio López es todo un respiro, cuenta.

SAN VICENTE DE PAÚL. Totalmente cerrado está también el centro San Vicente de Paúl, que dirige Julia del Barrio. El centro se ha cerrado al exterior para proteger a los internos, con altos grados de discapacidad intelectual, y hay comunicación diaria con la Xunta para hacer seguimiento de la situación, explican.

En el centro tienen también un jardín, aunque las salidas están condicionadas a que haga buen tiempo. Por tanto, se ha adaptado el trabajo con los 71 internos para mantener cierta normalidad y, a la vez, asegurar la prevención. “Se vive con separación y como en cualquier familia, pero en este caso es una familia de 71 personas, a las que hay que sumar 66 trabajadoras y las doce hermanas de la orden que está al frente del centro”, explican en la residencia.

El cambio de rutinas no es fácil para nadie y ellos lo notan, pero quienes más se resienten son los internos que acudían a los talleres ocupacionales

Con tanta gente implicada, lo primero ha sido extremar las medidas de prevención e higiene. Eso tiene sus complicaciones cuando los internos son personas a las que, por ejemplo, hay que hacerles la higiene personal. El reto exige precauciones extremas, por ejemplo, a la hora de las duchas.

A la hora de readaptar las rutinas, en San Vicente de Paúl han optado por soluciones como reforzar la terapia ocupacional y la atención psicológica.

El cambio de rutinas no es fácil para nadie y ellos lo notan, pero quienes más se resienten son los internos que acudían a los talleres ocupacionales, situados en As Gándaras, y donde elaboran productos como velas y jabones.

ENFERMEDAD MENTAL. La situación supone también todo un desafío para las personas con enfermedad mental y en la Asociación de Axuda ao Enfermo Mental A Mariña, que cuenta con una residencia con veinticuatro pacientes en Cervo, una de las soluciones ha sido reforzar los programas de ocio en el centro, según cuenta María José Nóvoa, la directora, que explica que se intenta crear un ambiente de normalidad y se han reforzado actividades como las de gimnasia o música en un centro que está cerrado a cal y canto.

La asociación ha reforzado, por otro lado, la atención psicológica a todos sus usuarios, algunos de los cuales permanecen en casa

Para intentar reforzar esa sensación de normalidad, en el centro han ‘abierto’ una cafetería, lo que permite que los residentes mantengan su hábito de tomar un café o un refresco por las tardes. Ya no pueden salir, pero al menos pueden mantener la misma dinámica dentro. Además, se han empezado a organizar juegos de mesa, billar, futbolín y se han abierto hasta salas de cine y de lectura. En cada actividad, eso sí, “se extreman a mil las precauciones”.

Esa prevención que se sigue en el interior del centro, los trabajadores la llevan también al exterior, cuenta Nóvoa. Así, el personal va del centro a casa y ninguno de ellos hace siquiera la compra. “Trabajamos con personas de alto riesgo, así que nosotros no podemos exponernos lo más mínimo”, cuenta Nóvoa. Para mayor seguridad, al llegar al trabajo todos se cambian, extreman la higiene y desinfectan hasta las gafas.

La asociación ha reforzado, por otro lado, la atención psicológica a todos sus usuarios, algunos de los cuales permanecen en casa. A esos se les llama todos los días y en algunos casos se acude a los domicilios a organizar los pastilleros, para garantizar que todos mantengan la medicación.

La asociación tiene también dos pisos tutelados, uno de ellos para mujeres víctimas de violencia de género y enfermedad mental. En los dos el aislamiento es total y en el caso de las mujeres maltratadas hay personal atendiéndolas las 24 horas. En el otro se hace tres veces al día una labor de supervisión.

Alume tiene un programa de atención a personas con enfermedad mental que viven en la calle

ALUME. En Lugo, la Asociación Lucense de Ayuda a Enfermos Mentales reforzó la atención psicológica a los residentes en los pisos tutelados, que siguen funcionando con relativa normalidad.

Manuel Fernández, el presidente, detalla que durante los primeros días se acompañaba a los usuarios de los pisos a tareas como la de hacer la compra, ya que el decreto del Gobierno lo permite, pero luego se ha optado por respetar su autonomía y dejar que vayan ellos solos al súper. En el caso de que no puedan ocuparse, les hacen la compra personas de la asociación, explica.

“Lo prioritario es que no se contagien”, cuenta Fernández, que detalla que se mantiene el contacto telefónico con los usuarios y que “se irán tomando medidas en función de cómo evolucione la situación”.

Alume tiene un programa de atención a personas con enfermedad mental que viven en la calle. Ahora están acogidos por el Concello y la asociación está en contacto con los servicios sociales por si es precisa la intervención de sus técnicos.

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