La burguesía llevaba muchos años por delante de disfrute del mar y la playa cuando empezó a hacerlo la clase media, en la pasada década de los 60. A principios del XX, las clases pudientes ya solían acudir a las playas del Cantábrico a tomar los baños de mar, como prescribían los médicos. San Sebastián y Santander se convirtieron en destinos de lujo.
En Galicia, A Coruña y Vigo concentraban las casas de baño de la época. Estaban La Salud y La Primitiva, frente a Riazor, y La Iniciadora, en Samil. La Salud se anunciaba en El Progreso en 1908. Por eso, es muy probable que tuviese clientela de Lugo. Se autodefinía como "una casa de baños de agua de mar y dulce y minerotermales". La del mar procedía del Atlántico, pero el agua dulce era —según el anuncio— de Lugo.
"La casa dispone de 48 bañaderas de mármol, emplazadas en habitaciones independientes de primera y segunda clase, en excelentes condiciones de higiene y aseo, destinadas a agua de mar y dulce a diferentes temperaturas, minerotermales de La Toja con sus sales naturales y de Lugo, Carballo, Cuntis, Arteijo, Caldas de Reyes, Molgas, Archena, Puente Viesgo y Ledesma", decía la publicidad.
La Salud estaba pegada a la playa, en el número 22 de la calle Rubini, y era propiedad de Ramón Dorrego. Las instalaciones eran muy modernas ya que las habitaciones disponían incluso de timbre y luz eléctrica. Había también salones, "jardines de recreo" y —lo que es más curioso— "servicio de tren frente al establecimiento".
La playa se describía como "limpia para baños de oleaje, con elegantes y cómodas casetas y medios de seguridad para los bañistas". Un médico "de reconocido prestigio" llevaba la dirección facultativa de La Salud, a la vanguardia en tratamientos hidroterápicos con la incorporación de baños "medicamentosos" de almidón, alcalino y salvado, infusión de algas, sublimado, yodado o gelatinoso, además de sala de duchas para aplicaciones de agua de mar y dulce fría y caliente, circular, escocesas, alternada, de vapor, trementinada y minerotermales y un departamento destinado a masaje y "a aplicaciones eléctricas con todos los utensilios y aparatos necesarios".
La competencia de La Salud era La Primitiva. También en Riazor y en la misma calle Rubini, pero en el número 47, sus instalaciones se las conocían también como El Gran Chalet. Se anunciaba como la más antigua y afirmaba que había dos médicos, los señores Villabrille y Alfeirán, que prestaban sus servicios gratis a los alojados, y que los baños eran preparados por un competente farmacéutico.
La Primitiva ofrecía una sala de masaje con ducha de vapor y "anestésico con aparatos para pies, piernas, brazos y dedos", así como ducha general "única en esta población", silla "ulterina", pulverizadores inhaladores, duchas nasales y callista
Había también salas de gimnasio y tiro al blanco, sala de esgrima con lecciones de preparación de duelo y salas de recreo.
La Iniciadora, en Vigo, se fundó en 1876. Ofrecía bañaderas de mármol para los baños calientes, un salón espacioso de descanso con piano, mirador y fuente.
BAÑISTAS. El baño en el mar era sinónimo de salud pero las olas se tomaban vestidos. Las mujeres llevaban maillot, un traje de baño compuesto de camisa, pantalón y gorro. El tejido era de sarga o lana. Los hombres llevaban pantalones hasta la rodilla y camisetas de manga corta.
En 1905, circulaba un decálogo del buen bañista que recomendaba, entre otras cosas, no haber comido desde tres horas antes del momento previsto para el baño y la inmersión brusca y no por partes con una duración entre cinco y diez minutos. Otros consejos eran bañarse sin gorra (pues se consideraba antihigiénica), vestirse rápido al salir del agua y tomar un café "o bebidas aromáticas".
También se advertía que "los linfáticos, anémicos y personas débiles" no se deberían bañar en las playas del norte "porque la temperatura del agua produce accidentes nerviosos y alteraciones funestas" recomendándose, en ese caso, ir al Mediterráneo.
Otro consejo era bañarse antes de las diez de la mañana. De hecho, lo habitual era entre ocho y diez, a excepción del personal del servicio doméstico, que lo hacía de seis a ocho.
En 1918, los funcionarios gozaban de 15 días de descanso pagados, pero la primera ley de vacaciones salió en la Segunda República permitiendo solo 7 días.
El Fuero del Trabajo, dictado por Franco en la Guerra Civil, también recogía las vacaciones, pero no su duración. En 1965, se estipularon 15 días; en 1976, pasaron a 20.
EL BALNEARIO DE LUGO. COLECCIÓN REBOREDO
El balneario de Lugo se convirtió en complejo turístico de lujo a mediados del XIX
Los romanos fueron, por así decirlo, los primeros turistas que vinieron a tomar las aguas minerales de Lugo, donde llegaron a construir unas termas permitiendo también aprovechar los baños a 43,5 grados.
La costumbre no murió con la caída del imperio. Según se describe en el libro Dos mil años del balneario de Lugo, escrito por Mario Crecente y Silvia González, a lo largo de la Edad Media y la Edad Moderna, siguieron usándose las aguas para el baño.
Sin embargo, el turismo de balneario comenzó en el XIX, con la primera descripción científica en 1817 por Sanjurjo y Mosquera, lo que dio pie a la aprobación por el Concello, en 1834, de un reglamento higiénico-moral que separaba a los usuarios por sexos, edad y enfermedad, y a la construcción del balneario en 1856, que pronto se convertiría en lugar de veraneo, con botes con los que navegar por el río.
Quince días de estancia, con alojamiento y comida, costaban 560 reales en 1856. Si la estancia era de más días, el cliente pagaría 24 reales por cada jornada a mayores y gozaría de un desayuno de chocolate, café o té con leche de vaca en la habitación.
Los que no podían pagar estos precios también tenían derecho a un tratamiento termal pagado por la Diputación, que se dejó, a finales del siglo XIX, 16.781 reales de vellón en terapias para pobres.
Los bañistas de "o saco", de clases bajas, venían a tomar las aguas cargados de pan, patatas, mantequilla, huevos y tocino, así como mantas y una sartén y una olla para cocinar. Paraban en casas de A Ponte, pero también el balneario daba alojamiento a los bañistas menos pudientes en la planta baja, donde compartían una lareira. La campana de la capilla anunciaba los turnos de baño para los pobres.