Aquellos novios de la muerte

Hace hoy un siglo se creaba La Legión. A su cargo estaba el coruñés José Millán-Astray, cuya intención era formar militares de élite para ganar la Guerra del Rif. Cien años después, el cuerpo sigue existiendo. Por sus filas pasaron varias generaciones de lucenses 
López, Domínguez y Prado, con las cartillas y la escarapela de la Legión. XESÚS PONTE
photo_camera López, Domínguez y Prado, con las cartillas y la escarapela de la Legión. XESÚS PONTE

Fueron legionarios porque quisieron y todavía ahora, años después, volverían a alistarse de voluntarios en el cuerpo pese a la dureza de los castigos, la férrea disciplina y el miedo disfrazado de respeto que se vivía allí dentro. Así fue su experiencia en La Legión, un cuerpo militar de élite al que solo se accedía voluntariamente y que se nutría de extranjeros -de ahí, el nombre inicial de Tercio de Extranjeros-, de españoles en prisión que buscaban redimir su pena en el Ejército y de otros nacionales que veían en el cuerpo la ocasión de mostrar su valentía y hacerse "novios de la muerte", como dice su propia canción.

Manuel Domínguez García se fue a La Legión, a Tetuán (Marruecos), en 1955 y, por un año, se salvó del castigo de cargar con el saco terrero, que suponía un 25% más del peso corporal, que llevaban atado con alambres y con el que hacían la instrucción. "La vida allí era durilla. Según llegamos, a las tres de la mañana, nos bajamos del camión y nos mandaron ir a por unas láminas de hierro y unos colchones para montar nuestras propias camas. El comedor era una cuadra y no se podía entrar con el gorro puesto. Nos obligaban a quedarnos dormidos antes de que un superior contase hasta veinte y se saltaba los números. Si alguien estaba vestido, porque no le había dado tiempo a desvestirse, se ganaba unos latigazos con el cinturón", recuerda Manuel, que estuvo en La Legión cinco años bajo el mando del teniente Muñoz Grandes y dos más en la Guerra de Ifni, como paracaidista. Si La Legión era dura, el campo de batalla era bastante peor.

"A un paracaidista español le cortaron los moros la lengua y al teniente Ortiz de Zárate le clavaron una estrella en un ojo. A cambio, uno de los nuestros le estampó la cara en el camión a un moro. A mí, me cayó una granada al lado y estuve quince días en el hospital", recuerda.

José Luis López Pérez estuvo en el cuerpo entre 1973 y 1975, cuando La Legión ya no era un cuerpo tan duro como en sus inicios. A punto de librar de la mili por ser hijo de viuda pero su madre se volvió a casar y perdió esa condición, siendo llamado a filas a los 21 años y ya casado y con una hija de tres meses. Le tocó Melilla de destino y, una vez allí, decidió apuntarse a La Legión. Tenía un cuñado que había ido años antes y no le había ido mal, pese a la dura disciplina que había allí dentro. Pero, sobre todo, lo animaron las 3.000 pesetas que recibiría al mes por estar en el cuerpo, la mitad de lo que cobraba como camarero meses antes y un dinero necesario para sacar adelante a su familia en Lugo.

Este exlegionario no pasó por la unidad de Instrucción, por lo que no conoció la dureza de estos ejercicios. Además, tuvo la suerte de formar parte de la Compañía de Deportes -donde practicaba voleibol y baloncesto- y de Honores -dedicada a desfilar-. Aun así perdió 30 kilos. No porque fuese mala la comida, sino porque la actividad física era muy intensa.

"Siempre había tres platos y la comida era mejor que en la mili pero no nos dejaban tiempo para comer. Tampoco nos lo dejaban para ir al servicio. En una ocasión, pedí permiso para ir a orinar y cuando volví me llevé un corbatón (golpe en el pecho) por tardar demasiado", recuerda.

José Luis afirma que aprendió en La Legión el sentido del compañerismo, aunque los enfrentamientos se resolvían los sábados en lo que llamaban "asuntos personales". "Dejaban a los legionarios solos, peleándose hasta que uno de ellos decía basta. El que perdía recibía una gallina y el que ganaba, un cubata. Al final, hacían las paces con la gallina y el cubata", comenta.

NORMAS. La disciplina era dura. No ir con el uniforme impecable, podría ser motivo para ir a "la pelota". "La camisa tenía que estar almidonada y las mangas remangadas cuatro dedos por encima del codo. La borla del gorro no se podía mover. Si se incumplía eso, ibas a la pelota, donde te quitaban la borla, te ponían unas zapatillas y te tocaba limpiar las letrinas, comer de pie y andar todo el día corriendo haciendo lo que te mandaban", cuenta este exlegionario.

Si "la pelota" no funcionaba, el siguiente castigo era "el solitario". "Te metían en una habitación oscura inundada y solo te iban a dar la comida. Allí estabas, sin salir, hasta que acabase el castigo", asegura.

Legionarios

José Luis vivió la Marcha Verde de Marruecos sobre el Sáhara español. "Era cabo tirador de ametralladora, pero no tuve que disparar porque la invasión fue pacífica. Estuvimos en el monte Gurugú, medio apartados en una torre durante quince días", relata.

Este lucense llegó a cabo e incluso hizo captación entre los mozos de la mili para La Legión, pero en los catorce meses que estuvo en el cuerpo gastó a besos las fotos de su mujer y su hija.

Antes de que José Luis se fuese a La Legión ya lo había hecho su cuñado, José Manuel Prado Veiras. "A mí, me tocó ir a hacer la mili a Ceuta. Me fui para allí y vi a los legionarios, muy guapos y presumidos. Me enteré de que se les pagaba un sueldo y que les daban buena comida. Así que decidí dejar la mili y alistarme en La Legión. Como yo, los que íbamos para Ceuta casi todos nos cambiamos", cuenta este exlegionario.

José Manuel Prado ingresó en el cuerpo en 1968. Primero estuvo en Cádiz y, después, en Ceuta. "A mí, me destinaron al pelotón de tiro, donde hacía instrucción con el cetme (un fusil) y la pistola. También fui guardia del general en Ceuta. Nuestras guardias eran más duras que las de los soldados, duraban mucho. Pero volvería a La Legión. Sin duda", afirma.

"Quise volver pero no pude"
A José Antonio Saqués también le tocó la Marcha Verde en La Legión. Fue voluntario "por valentía", dice, pero a la semana se estaba arrepintiendo de la decisión. "Vi que aquello era muy duro. Quise volver para Lugo pero me dijeron que había firmado un contrato y no pude", señala.

No tener el coche militar limpio le costó un arresto en imaginaria, lo que suponía hacer guardia cada dos horas. Pese a todo, reconoce que hoy volvería a alistarse. "Aprendí lo que era el respeto, la disciplina. Te deja marca", dice.