Adiós a los callos del San Francisco

El restaurante con el nombre de la ciudad californiana cerró sus puertas, tras 30 años de servicio, por la jubilación de su propietaria
Paco Penas y Ángeles Lourés, en su restaurante. SEBAS SENANDE
photo_camera Paco Penas y Ángeles Lourés, en su restaurante. SEBAS SENANDE

La capital lucense ha perdido uno de sus templos gastronómicos para degustar los callos. El restaurante San Francisco, sito en la esquina de Rafael de Vega con Montero Ríos, se despedía de su fiel público la semana pasada tras 30 años de servicio debido a la jubilación de su propietaria, Ángeles Lourés. Su marido, Paco Penas, que le ha acompañado en esta singladura, ya lo había hecho unos años antes.

"¡Qué pena! ¿Y ahora dónde vamos a encargar los callos?", cuenta Ángeles Lourés que le preguntan sus antiguos clientes cuando se cruza con ellos por la calle. Porque este era un restaurante de barrio y sus vecinos formaban parte de su amplio elenco de fieles incondicionales.

Tal vez por modestia o tal vez celosa de guardar la receta, Ángeles Lourés, que era quien los preparaba, asegura que la elaboración de este demandado plato no tenía "ningún secreto", salvo "la calidad" de la materia prima que empleaba.

Este adiós les ha pillado en una cruda época que se le está atragantando a la hostelería, pues es uno de los sectores que más está sufriendo las consecuencias de la pandemia.

Ángeles Lourés hace al menos una lectura positiva de su despedida en esta crítica coyuntura. "Tenía miedo a jubilarme porque no sabía qué iba a hacer. Pero ahora no porque últimamente estábamos abre, cierra, abre, cierra... y tampoco hay los clientes que había", asegura.

Esta hostelera, tras la jubilación de su marido, tenía cinco empleados a su cargo, dos de ellos sus hijos. Estos no han querido continuar con el negocio familiar. "No lo tenían muy claro y ahora con la pandemia les da miedo porque no se sabe hasta cuándo va a seguir", explica.

UN REFERENTE. Ángeles Lourés se encargaba de la cocina del restaurante San Francisco y Paco Penas del servicio en el comedor. Además de los callos, las especialidades de este establecimiento de hostelería eran, entre otras, la tortilla de patata, el cocido, el caldo de grelos y el cordero.

"Cocinamos siempre con muy buena materia prima. A veces los clientes no nos preguntaban precio, querían calidad", afirma Paco Penas, que recuerda que en las fiestas de Carnaval y en las de San Froilán solían tener lleno el comedor. Y muchos comensales, dice, eran clientes que repetían año tras año.

Este matrimonio, natural del municipio de Friol, abría este restaurante en 1990. Buscaban "un local más amplio y en propiedad", según recuerda Paco Penas, tras regir durante ocho años la Casa de León, que se encontraba en el barrio de Catasol.

Esta pareja había estado antes durante cuatro años, como empleados, en la desaparecida cervecería Tiroler, en la céntrica Praza do Campo. Paco Penas, que es cuatro años mayor que su esposa, comenzó a trabajar en otro histórico de la zona, el Pote, que aún sigue en activo.