Hablemos de eso

"LLEVO CUARENTA AÑOS con mi marido y no sé qué es un orgasmo". Éste es el tipo de preocupaciones con el que la gente asalta en la cola del supermercado a Ana Castro Liz, convertida ya en la Elena Ochoa lucense gracias a sus colaboraciones como sexóloga los sábados en El Progreso. No es casual: "De pequeña empecé a ver el programa de Elena Ochoa, ‘Hablemos de sexo’, con mis padres. Tuve la suerte de tener siempre la libertad para hablar con mis padres, unas personas con la mentalidad bastante abierta, y eso siempre ayuda a que no tengas tabúes y a llamar a las cosas por su nombre".

Ana Castro siempre fue muy echada pa’lante; delegada de curso, jugadora de fútbol, presidenta de la asociación juvenil de su Portomarín natal, cinturón azul de taekwondo... Ella lo achaca a su predisposición a ayudar a los demás, a ser útil a la sociedad, pero es difícil no anotar un matiz de afán protagonista, nada raro en una mujer comunicativa, ambiciosa, con grandes perspectivas de realización personal y que ha convertido la frase "me siento estupenda" en un modo de vida.

Seguro que le ha ayudado encontrar una profesión hecha a su medida. Empezó Empresariales, pero lo dejó para hacer Psicología; luego lo complementó con estudios de estimulación precoz para niños especiales —"es mi especialidad y lo que más me gusta, trabajar con niños"—, de asesoramiento de parejas y de hipnoterapia —"es sólo una forma de aislar el problema para ir directamente a la raíz, una manera rápida y eficaz de encontrar el problema"—.

Ella sabe que entre los psicólogos, unos confesores modernos pero con sentido común, "hay mucha palabrería", por lo que siempre trata de reducir al mínimo sus terapias, consciente de que "un psicólogo sólo puede ayudar a personas mentalmente sanas e inteligentes". Su discurso es fluido, casi desbordante, lleno de buenas intenciones y también de lugares comunes. A veces tanta autosatisfacción y tanto buenismo puede confundirse con un punto de inmadurez, pero es sólo plenitud sin complejos.

Eleva sobre tacones sus 155 centímetros mal contados, pero sabe cómo sacarse partido. Sobre el rostro, redondeado y armonioso, mandan una larga y ligeramente ondulada melena que necesita ayuda para mantenerse oscura y unos ojos marrones que verdean con la luz y a los que ni siquiera las lentillas restan limpieza. El maquillaje cumple sin hacerse notar y la ropa y los complementos hablan de una mujer coqueta. No hace deporte ni va al gimnasio, "pero estoy muy musculada", afirma mientras marca bola con el brazo derecho para presumir de bíceps, "y tengo abdominales".

Ayuda, supongo, sentirse bien con una misma y una pareja cumplidora: "El amor —se refiere, creo, al sexo— ejercita también. Quién necesita ir al gimnasio cuando se tiene una periodicidad axeitada", se ríe, "aunque sólo sea media hora de morreos, adelgaza". Será, vete tú a saber, por el agua que se pierde. Ella bebe tres litros diarios y duerme nueve horas. Trabaja sólo tres días a la semana, porque puede permitírselo y porque "necesito los días para mí y para los míos. Me gusta mucho dar mi tiempo a mis amigos y a mi familia, siempre tengo tiempo para ellos y para mí". Para ella, lectura, pintura, pelis pirateadas, paseos por el monte con sus dos perras y sobremesas con los amigos. Nada complicado.

Con un difícil equilibrio entre realismo y utopía, se define como una persona con muchas inquietudes espirituales, pero más al estilo del tao, el aura, la introspección y esas cosas. Y del orgasmo como dios manda, porque sabe que hay "mucha gente muy mal follada, se lo ves en la cara". Su cara, después de un periodo "bastante single" aunque abundante en relaciones, habla de un maromo de uno ochenta y pico, cincelado en gimnasio y experto en interruptores y corrientes continuas. "Creo que he encontrado a la persona que me complementa perfectamente. Yo tengo una parte masculina interior muy desarrollada, no me amedrento ni me asusto. No necesito a un hombre que me proteja, sino a alguien inteligente y con inquietudes, porque a mí el amor se me hace por aquí", revela mientras se señala la sien. Tal vez por eso tiende a pronunciar seso en lugar de sexo.

Ana tiene el karma de colorines y facilidad para recoger tanto optimismo como siembra. Una adolescente de 37 años en terapia permanente.

(En la foto de XESÚS PONTE, Ana Castro, muy natural ella.)

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